Con la pandemia se ha reconcentrado el círculo íntimo de las personas, y se ha perdido el contacto con la periferia social, ese grupo de gente que no son familiares cercanos ni amigos íntimos, sino conocidos que uno saluda en la oficina, en el café, en el restaurante o el elevador, en el gimnasio, y a veces hasta sostiene una breve conversación o incluso come o bebe algo de vez en cuando con ellos.
La pandemia se ha llevado a todo ese grupo periférico que, hoy nos venimos a dar cuenta, es importante en la vida cotidiana de una persona porque son quienes, además de los nuestros, nos perciben, nos reconocen, evitan que vayamos por la vida como fantasmas.
Nuestro círculo íntimo sigue activo en pequeñas reuniones presenciales o por Zoom, pero a los que están en la periferia, esos que el sociólogo Mark Granovetter llama weak ties, los lazos (sociales) débiles, los hemos perdido y con ellos se ha ido buena parte de la variedad, de la diversidad que no pueden darnos, por ser muy conocidos y estar ya muy vistos, ni amigos ni familiares.
A la visión reducida de la realidad que de por sí tenemos en la pantalla, dónde sólo consumimos medios afines y seguimos exclusivamente a personas que piensan como nosotros, se suma este año de pandemia en el que sólo hablamos e intercambiamos puntos de vista con nuestro círculo íntimo; el efecto es claustrofóbico, no consumimos más que lo nuestro a todas horas y en grandes cantidades y, si nos descuidamos, vamos a perder la perspectiva de tanto mirar la realidad, que es vasta y diversa, por una rendija. Ya veremos, cuando el virus escampe, qué consecuencias va a tener esta temporada fantasmal.
Los weak ties que poblaban nuestra periferia nos obligaban, de manera discreta pero sistemática, a ver más allá de nosotros mismos, a adoptar puntos de vista distintos; nos daban otra perspectiva, nos hacían sentir parte de la sociedad y nos regalaban la certeza de que no estábamos solos; nos quitaban, en suma, lo fantasma.