En México, estos días las elecciones traen consigo un justo y antiguo reclamo. Que el aparato, partidos y políticos, a pesar de años y hasta muertos parece que nada han aprendido y por eso nada han podido. Con el solo hecho de que un grupo –no de inversionistas ni de políticos colgados de las elecciones– de maestras y maestros de las profundidades del México real, de la CNTE, haya decidido plantarse a mitad del Zócalo y vivir ahí, así sea por unos días, ha trazado una línea que todavía hoy divide claramente en dos al país. Por una parte, la estridencia electoral y, por otro, las voces y argumentos de millones que siguen sin ser atendidas. Las voces de advertencia que no se oyeron a tiempo y que ahora se han transformado en mujeres que recorren el campo buscando a sus muertos, hijos, hermanos, hijas y hermanas. En millones de jóvenes que ahora menos que antes tienen posibilidad de ingresar a una universidad real donde el debate sobre qué se debe conocer en cada región y cómo hacerlo parte de sus vidas, puedan darlo también niños y jóvenes que, en autonomía, estudian con maestros no elegidos a capricho de una persona y que son dignamente tratados. En millones de niños y jóvenes que no tuvieron escuelas donde crecer libres y universidades donde las y los jóvenes –como requiere la autonomía– participen en la conducción de la institución y en la investigación y servicio y difusión de la cultura. ¿Escucharán las voces de hoy?