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Lunes, Julio 22, 2024

Debo confesar una situación. Cuando me enteré que Annie Proulx escribió un libro relacionado con el medio ambiente quedé sorprendido. La razón es que esta autora estadounidense siempre ha escrito narraciones de ficción como Secreto en la montaña, Atando cabos y El bosque infinito, entre otros libros. El texto al que me referí en las primeras líneas se titula Fen, Bog & Swamp, en él expresa cómo la destrucción de humedales, entre los que destacan marismas, ciénegas y pantanos, desempeñan un papel fundamental en la actual crisis climática. Durante una entrevista, al hablar de este libro escrito en 2022, la ganadora de un Premio Pulitzer, explica que “no es una historia de amor, eso está claro. Es difícil de leer porque el tema no es lo que queremos que sea. Y es difícil escribir sobre él porque necesita un vocabulario totalmente nuevo”. (“La bordadora de historias”. Mercados, suplemento de Milenio Diario, 7 de enero de 2024).

Annie Proulx siempre ha sido defensora del mundo natural. De hecho, en la actualidad vive en un área rural de Nueva Inglaterra, medio que ha nutrido las características de sus personajes. En el libro que se reseña, aporta su testimonio y su profunda investigación sobre los humedales y el papel vital que desempeñan en la preservación del medio ambiente, al almacenar las emisiones de bióxido de carbono que aceleran el cambio climático. Los pantanos, ciénagas y estuarios marinos son cruciales para la supervivencia de la Tierra. En este libro apasionante y esclarecedor, Proulx documenta la destrucción sistemática de esos hábitats con el propósito de crear tierras cultivables y desarrollos inmobiliarios y turísticos.

Como preámbulo, la autora aclara lo siguiente: “Estas páginas comenzaron como un ensayo personal para ayudarme a comprender la función de los humedales. No soy científica y gran parte del material que encontré se presentó con vocabularios especializados, que he tratado de evitar en la medida de lo posible. Sospecho que este abismo del lenguaje esotérico es una parte importante de la desconexión entre la ciencia y el lector común. Me encanto fácilmente cuando una idea o frase extraña aparece en una página, a menudo mostrando un enlace invisible. Es un poco como una brumosa mañana de verano cuando podemos ver telarañas colgadas entre tallos y troncos, entre árboles y tierra, ramitas y hojas. A medida que el sol calienta la tierra, las gotas se evaporan y con ellas se evapora la ilusión de que el mundo entero está unido por finos hilos de araña”.

En un primer capítulo titulado “Pensamientos discursivos sobre los humedales”, Proulx comenta con pesar: “A medida que crecía, leía y viajaba, aprendí que los años treinta fueron años de comportamiento humano cruel en un mundo que se consideraba ‘civilizado’ -años de colapso económico, una depresión mundial y pobreza masivas, severa y prolongada sequía, gulags, líderes déspotas, intensa demagogia nacionalista, atrocidades étnicas, deforestación, linchamientos, mafiosos, tráfico. Siempre en nombre del progreso, los países occidentales se dedicaron a saquear minerales, madera, peces y vida silvestre, no solo a sus propios países sino a los demás, sobre todo a las naciones del tercer mundo. Construyeron presas y drenaron pantanos”.

Y más adelante afirma: “Pero en 1938 yo tenía tres años y no sabía nada de guerras inminentes, ni de dictadores asesinos, ni de especuladores exultantes que destruían lugares silvestres, ni de pandemias, insurrecciones o políticas tóxicas y venenosas. Gobiernos y empresarios desviaron ríos y construyeron represas en cursos fluviales, ahogaron las costas con escolleras, dinamitaron montañas y excavaron minas profundas y profanaron los cielos”. 

Menciona a un investigador llamado Oliver Rackham, quien escribió con sinceridad que “la historia de los humedales es la historia de su destrucción. La mayoría de los humedales del mundo surgieron durante la última edad de hielo. En la antigüedad, los pantanos, turberas, ciénegas y estuarios marinos eran los lugares de recursos más deseables y confiables de la Tierra, atrayendo y sustentando a innumerables especies”. Y agrega: “Hoy en día, 7,800 millones de personas luchan por un espacio habitable en una época de agitación política, una pandemia global y guerras, tratando de ignorar fenómenos meteorológicos cada vez más violentos a medida que se intensifica la crisis climática”.

Proulx hace referencia a los crímenes cometidos desde la época feudal y que continuaron con la expansión del capitalismo y el imperialismo, “... hemos oído que las turberas no valen nada porque esa misma tierra seca es valiosa para la agricultura. Ahora nos encontramos en la vergonzosa situación de tener que volver a aprender la importancia de estos extraños lugares que contienen 95% de agua, pero lo suficientemente fibrosos como para seguir existiendo”.

“Cuando los hechos de nuestra crisis climática -continúa- comenzaron a filtrarse en el discurso público a finales del siglo XX, la selva amazónica era considerada, después del océano, el gran almacén de CO2. (Se pensó que las marismas costeras, ignoradas durante décadas, no retenían CO2, pero en 2020, científicos canadienses descubrieron que los "sumideros de carbono azul", como los bosques de manglares y las marismas, retienen la mitad del CO2 de los sedimentos oceánicos).

“Pero pocos científicos reconocieron la capacidad de las turberas para retener carbono, ahora sus voces se hicieron más insistentes cuando señalaron que la turba no sólo absorbe y secuestra enormes cantidades de gases tóxicos, sino que cubre el 3 por ciento de la superficie del mundo, una cantidad mayor que todos los bosques lluviosos de la tierra juntos”.

En relación con la selva amazónica, Proulx apunta lo siguiente: “El siglo XXI parece demasiado para esa selva: está sufriendo ataques masivos en tres frentes, especialmente en Brasil: la deforestación, tanto autorizada como criminal, mediante talas e incendios; degradación por la construcción de caminos, ganadería, agricultura a gran escala; la creciente sequía y el calor provocado por la crisis climática mundial”.

Señala que 2020 fue un año letal para diversos hábitats debido a los incendios devastadores en el ámbito mundial. Uno de esos sistemas fue el Pantanal, hábitat crucial para impresionantes concentraciones de vida silvestre poco común, incluidos guacamayos jacintos, jaguares y nutrias gigantes en peligro de extinción.

El catolicismo cree que el infierno es un lugar subterráneo y que sus puertas están allí, bajo tierra. Pero no solo el catolicismo habla de estas puertas infernales. También lo han hecho civilizaciones antiguas como la griega y la maya. Asimismo Dante ubica el infierno bajo tierra. Bueno, pues la lectura del libro de Annie Proulx me confirmó que sí existe el infierno en el subsuelo. Y así lo explica: “En 2021, las turberas se incendiaron más temprano que en otras ocasiones. En 2020, la turba del manto ártico se vio afectada por los bien llamados incendios zombis, incendios que parecen estar extintos pero que arden de forma invisible bajo tierra durante el invierno y luego vuelven a la vida con las temperaturas primaverales más cálidas, liberando enormes cantidades de carbono”.

Al respecto reproduce el relato de un viajero del siglo XIX que escuchó en Siberia: “ ... el suelo empezaba a sonar hueco como un tambor bajo los cascos de los caballos que tiraban del trineo. El conductor explica que los incendios subterráneos devoran la superficie, provocando hundimientos, grandes huecos en la tierra quemada, por lo que siempre existe el peligro de que un caballo rompa la corteza y caiga en medio del fuego”. Al respecto, la misionera británica Kate Marsden explicó que los incendios arden bajo tierra durante el invierno y el estío, quemando las raíces de los árboles, de modo que cuando llegan las tormentas de verano, con la lluvia y el viento caen grandes zonas arboladas.

La autora de Postales dedica un capítulo completo a los humedales ingleses, porque el Reino Unido es una de las naciones que más rápidamente han degradado sus hábitats naturales, porque fue la primera ola de la revolución industrial, revolución que se extendió a un mundo todavía rural que había construido una rica literatura y un lenguaje que expresaba un intenso amor por la naturaleza. “En la actualidad son menos los ingleses que se mueven ‘con pies de pluma a través del pantano’. Los primeros pantanos cubrían 15,500 millas cuadradas, pero los cercos de tierra y el drenaje implacable, combinados con un movimiento constante hacia la urbanización industrial, desgastaron gran parte del vínculo común con la tradición natural. Hoy en día queda el 1 por ciento de los pantanos originales”.

Con respecto a la destrucción de vastas áreas de humedales en Inglaterra, el biógrafo irlandés Ian Gibson en su reciente libro Un carmen en Granada narra su asombro al contemplar un espacio de vida silvestre en una playa gris y guijarrosa de unos 30 kilómetros de largo: “A su lado, a pocos metros del mar, corría el ferrocarril, con algún apeadero ocasional. Tierra más adentro había, y por suerte sigue habiendo, creo que ya protegidas, unas extensas marismas y lagunas que albergaban una gran riqueza de pájaros acuáticos y, sobre todo, una bandada de unos trescientos ánsares que llegaban puntualmente cada invierno desde las estepas de Islandia y la isla de Spisbergen. Siempre estaré agradecido  con mi padre por haberme dado a conocer estas aves maravillosas, que expresaban para mí, cabalmente, el misterio de la naturaleza”.

Ahora que sufrimos escasez de agua destaco lo que escribe en el libro Annie Proulx: “Hoy en día, la mayoría de nosotros estamos descuidadamente familiarizados con el agua: no vemos en ella ningún misterio, sólo utilidad, derechos de propiedad o cualidades estéticas adecuadas a los intereses humanos. Pero si dejo que mi imaginación retroceda hasta los sombríos siglos prehistóricos, puedo ver que la limpidez del agua, su manera de cambiar de forma, sus reflejos mágicos, su aparente color oscuro, que se vuelve instantáneamente transparente cuando se recoge, podrían tomarse como pruebas de su poder místico transformador”. Y añade: “Es el agua la que forma los diversos humedales del mundo, el agua que contiene miles de ofrendas y regalos valiosos. Recuerdo la frase final de Norman Maclean en A River Runs Through It – ‘Estoy perseguido por las aguas’".

En otra parte de su libro, Proulx se refiere a la influncia en los escritores de suspenso de los pantanos,  que en muchos casos provocan miedo. Esto sucede porque son muy diferentes de cualquier otro paisaje, ya que cuando uno ingresa en uno por primera vez se experimenta una sensación incipiente de estar en una extraña zona de transición que separa lo vivo de lo putrefacto pues los charcos negros de agua estancada en el ondulante musgo pueden parecer agujeros en el inframundo. Y ejemplifica: “La historia de Vladimir Nabokov sobre lepidopteristas en un pantano -'Terra incognita'- también da una nota siniestra. A su alrededor crecían juncos dorados de los pantanos, como un millón de espadas desnudas que brillaban al sol. Aquí y allá brillaban estanques alargados, y sobre ellos colgaban oscuros enjambres de mosquitos... Gregson agitó su red y se deslizó hasta sus caderas en la zona de brocado, mientras una gigantesca cola de golondrina, con un aleteo de su ala satinada, se alejaba de él sobre los juncos, hacia el resplandor de pálidas emanaciones donde parecían colgar los pliegues indistintos de una cortina”.

Pero no solo en las novelas de suspenso se habla de los humedales. La escritora sudafricana Nadine Gordimer (Premio Nobel de Literatura 1991) en su novel El conservador, se refiere así a los pantanos: “… no saben lo que significa el torrente, la forma en que esa enorme esponja de tierra, que retiene los juncos, retiene a su vez los debordamientos cuando llegan las lluvias, la forma en que los juncos filtran, protegen. Allí están insectos, larvas, esas recóndita malla de formas inferiores que constituyen la trama de la vida, empezando por ínfimas amebas, muriendo, pudriéndose, comenzando de nuevo”.

En su libro Proulx señala algunos hallazgos encontrados en los humedales. Es el caso del apartado titulado “Los cuerpos de las marismas”. Por ejemplo, que en el norte de Europa los destructores de pantanos y los arqueólogos de humedales han encontrado no sólo miles de senderos de madera, sino que en las cercanías han descubierto monedas, joyas, vasijas, herramientas y cuerpos humanos bien conservados. La mayoría de esas personas vivió durante las edades del Bronce y del Hierro. Son los misteriosos y famosos llamados cuerpos de pantano.

A través de los años ha habido gritos por la restauración del paisaje perdido y al finalizar el siglo XX muchas personas trabajaron para hacerlo. Es una importante decisión restaurar inclusive un pequeño trozo de humedal que ha sido gravemente mutilado. Los pantanos y ciénagas tardan miles de años en formarse y desarrollarse; los humanos y su maquinaria pueden acabar con esos siglos en unos pocos meses.

En otra sección del libro se destaca la importancia de los manglares, árboles marinos que crecen en aguas salobres y salinas a lo largo de las costas meridionales y tropicales, sus raíces extendidas se asemejan a las "jaulas" que sostenían las amplias faldas victorianas, y forman turba. Su terreno de origen especializado es salado, salobre, maloliente y fangoso. Hay aproximadamente sesenta especies de manglares, la mayoría en Asia, y los bosques más fuertes son los de especies mixtas.

“Los manglares han sido llamados el ecosistema más importante de la tierra porque forman un muro erizado que estabiliza el borde de la tierra y protege las costas de los huracanes y de la erosión, porque son caldo de cultivo y viveros protectores para miles de especies, incluyendo barracudas juveniles, sábalos, cangrejos, camarones, mariscos -explica Proulx. Los árboles son los más afectados por la mayoría de las tormentas y huracanes. El huracán Irma en 2017 azotó los manglares de Big Pine Key en Florida. Los árboles y arbustos regresaron después de un tiempo, pero los manglares no, presumiblemente porque la marejada ciclónica cubrió con una fina capa de sedimento las vitales raíces aéreas, que al secarse formaron un sellador duro y asfixiante”.

Señala que con todas estas virtudes parecería que los manglares deben ser los árboles más valorados de la tierra; pero que lamentablemente eso no es así. Y aunque los investigadores del clima ven a los manglares como defensas de primera línea de crucial importancia contra el aumento del agua del mar y como absorbentes de CO2 cinco veces más eficientes que los bosques tropicales, y que, a pesar de su importancia y beneficios, los manglares están en grandes problemas.

“Sus enemigos -afirma- incluyen granjas industriales de camarones, desarrolladores hambrientos, inmobiliarias privilegiadas, y en México, un país con extensos bosques de manglares, están siendo destruidos deliberadamente a instancias del presidente López Obrador para abrir un área para la construcción de una gran refinería de petróleo de Pemex. Y eso que México fue uno de los firmantes del acuerdo climático de París”.

Y la autora concluye con esta advertencia: “al final todos los humanos serán perseguidos por las aguas".

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