Madre Coraje forma parte de nuestro imaginario. Esas palabras evocan para la mayoría de nosotros un paradigma de amor maternal, el arquetipo de mujer capaz de afrontar adversidades y peligros para defender a sus hijos. Y sin embargo, detrás de esta idea late un malentendido literario.
El nombre procede de una obra teatral de Bertolt Brecht, una desasosegante fábula titulada Madre Coraje y sus hijos. Madre Coraje es un personaje muy ambiguo, oscuro y desaprensivo. Se gana la vida como cantinera ambulante, siguiendo la estela de los ejércitos que luchan en la Guerra de los Treinta Años. Vende alcohol y artículos de primera necesidad, cuyos precios hincha en función de la desesperación de soldados y víctimas. “Una hiena de los campos de batalla”, la llaman. Viaja en un zarandeado carromato con sus tres hijos. Madre Coraje desea mantenerlos a salvo, pero no quiere renunciar a las oportunidades de negocio que brinda la guerra. A los hijos les falta el instinto casi animal de Madre Coraje para la supervivencia, y mueren uno tras otro, abatidos por los ejércitos en combate. La madre, desolada, huérfana de hijos, continúa sus mercadeos sola, siempre cerca del frente. Y es que, en realidad, Bertolt Brecht no se proponía reflexionar sobre la maternidad, sino denunciar a todos aquellos que construyen sus fortunas en el epicentro de la destrucción.