La nueva situación debido al cambio climático fue peor que una guerra. Hubo oleadas de migraciones. Familias se separaron en busca de otros lugares alejados de las costas, en donde el mar había inundado miles de casas, y sobre todo donde era difícil conseguir agua potable conseguir agua. Así fue como perdimos contacto con nuestros seres queridos.
En esta nueva situación la escasez de agua empeoró. Empezó a surgir el mercado negro del agua. Hubo gente que se apoderó de los escasos manantiales para vender el líquido a precio de oro. La gente con poder económico compraba el líquido y además empezó a agruparse en sitios protegidos con guardias fuertemente armados. Además, esas colonias estaban rodeadas con alambre de púas. Cuando salíamos a caminar y a recorrer nuestro vecindario, había calles cerradas y los vigilantes impedían el paso a quien no viviera en esas agrupaciones.
Por aquel entonces, el ciudadano común, además de enfrentarse al deterioro ambiental provocado por la contaminación, el adelgazamiento de la capa de ozono, el rápido agotamiento de los recursos naturales y la escasez de agua, que mostraba su rostro más temible, el habitante de los grandes conglomerados urbanos padecía un ambiente hostil y de exclusión, producto del hacinamiento, el desempleo y la falta de servicios. De un día a otro las calles eran distintas.
El paisaje urbano cambiaba constantemente, tanto desde el punto de vista social como ambiental. Estos cambios se veían sobre todo en ciertas colonias, donde habitaban las clases menos favorecidas, ya que se acumulaban montañas de basura y el ambiente siempre tenía un olor fétido.
Con el tiempo el fenómeno de la exclusión se transformó en el plano nacional. Ya no sólo eran colonias, ahora eran barrios enteros que abarcaban algunos kilómetros los protegidos a piedra y lodo.
Como siempre, los más pobres sufrieron los peores embates de esta nueva situación. Se agruparon también en ghettos, aunque sin la protección que tenían los adinerados. Entraba y salía cualquier persona. Sólo que vivían en el hacinamiento, la promiscuidad y la suciedad. Parecía que habíamos retrocedido en el tiempo. Las condiciones sanitarias eran parecidas a las del siglo XVII. Los desperdicios y las aguas negras iban a parar a la calle con las consecuentes enfermedades. Era tal la suciedad que los fabricantes de zapatos empezaron a fabricar los llamados suecos para evitar pisar la suciedad.
Los pobres debían hacer largas filas para obtener un poco de agua, pero únicamente para saciar su sed, ya no para darse un buen baño. Para ellos el racionamiento era más serio. Había que formarse muchas horas para llevar a casa algunos litros de agua. También empezó a racionarse la energía eléctrica. Sólo había luz algunas horas, y casi siempre durante la noche.
También empezaron a escasear los alimentos. Como todo proceso vital de nuestra existencia, el agua era fundamental para la producción de alimentos y ante la falta de ésta, algunos procesos productivos paraban algunos días, otros se detuvieron definitivamente. El desempleo alcanzó cifras exorbitantes. Para alegría de muchos niños se cerraron las escuelas, y para preocupación de los jóvenes también las universidades. Como que el tiempo se había detenido.