La actualidad política se cuela de mil maneras en los centros y en cualquier ámbito educativo. Una constatación obvia porque, a fin de cuentas: ¿Qué acontecimiento cotidiano, por irrelevante que sea aparentemente, no deja de ser político? ¿Qué agente educativo y social no está afectado por la política? No hay argumentos mínimamente sólidos que puedan sostener hoy por hoy el mito o la falacia de la neutralidad, aunque curiosamente quienes más alardean de este suelen ser quienes defienden intereses económicos y políticos más poderosos, perversos e inconfesables.
En la “Escola Esplac”, un espacio de formación anual compartido por los monitores de “Esplais Catalans” -asociación laica y progresista que trabaja con el voluntariado por la transformación social-, abierto a otras personas vinculadas al asociacionismo educativo, tienen muy claro el lugar del compromiso ético y político en cuantas acciones realizan a favor de la libertad, la justicia social, la participación y en defensa de los derechos de la infancia. Precisamente su último encuentro, bajo el lema “¿Y tú, por qué educas?” les llevó, a discutir, durante un intenso fin de semana, en torno a la relación entre educación y política. En los espacios de debate se arrancó con preguntas como éstas: “El ideario ha de ser suficientemente abierto para respetar todas las opiniones?.¿Dónde están los límites al respeto y la tolerancia de todas las opiniones? ¿Cómo educamos en la libertad bajo un ideario? ¿Educamos en la verdad o dejamos espacio para la duda? ¿Es el asamblearismo un método que respeta el derecho de opinión y la libertad de pensamiento? ¿La educación es un mecanismo de reproducción social del sistema social hegemónicamente establecido? ¿Educamos desde una mirada adultocentrista? ¿Cuál es el nivel de compromiso político que ha de tener una asociación educativa? ¿Cuál es el papel de la educación en la cohesión social del territorio?
En los debates y conclusiones se cuestionan radicalmente los valores del neoliberalismo y los mecanismos del sistema capitalista en la redistribución injusta de los bienes, que generan cada vez más desigualdad, al tiempo que se propone una labor de sensibilización para abrir los ojos a la infancia y a la juventud y explorar nuevas posibilidades. “No actuar educativamente supone una negligencia”, porque deja vía libre al pensamiento único neoliberal.
Se visualizan al menos dos referentes y contrarelatos emblemáticos para modificar los presumibles destinos de los educandos: la pedagogía de la Escuela moderna de Ferrer y Guardia, en la medida que se concibe como un proyecto libertario para la persona y revolucionario para la sociedad. “Es necesario que nos planteemos la educación de la infancia como un antidestino… En un proyecto libertario es esencial educar para evitar la sumisión y desarrollar el aprendizaje de la autonomía”; y la propuesta de educación liberadora de Paulo Freire, quien ha teorizado amplia y sólidamente sobre la naturaleza política de la educación y para quien no se concibe el texto aislado del contexto sociocultural: punto de partida para forjar la educación liberadora y emancipatoria.
En el relato final de la “Esplac” cabe destacar al menos otros cuatro puntos. En el primero se argumenta que una educación no dogmática que ayude a la construcción del espíritu crítico ha de tener pocos principios básicos, debido a que los valores compartidos por todas las personas como deseables son pocos. Es cierto que no existe una única escala de valores única y que, por tanto. hay que ser respetuosos con el pluralismo democrático. Ahora bien, sí se dispone de un patrimonio ético común del que pienso que no puede prescindirse: la Declaración de los Derechos Humanos y la Carta de los Derechos de la Infancia que, aunque precisan de una revisión y actualización permanente, constituyen un marco para la protección de los derechos y libertades democráticas. La no existencia de referentes de este tipo nos deja a la intemperie moral y política.
Un segundo punto alude a la construcción de las identidades individuales despojadas de connotaciones individualistas y competitivas que contribuyan a ir construyendo proyectos de vida sólidos y en libertad, al tiempo que se establecen vínculos con los distintos espacios comunitarios de socialización, uno de los retos mayúsculos de todos los tiempos: cómo se articula y enriquece el binomio sujeto-colectividad. Y cómo se atiende la diversidad para lograr ser más iguales que diferentes. “Es importante plantearnos por qué queremos diversidad en el ‘esplai’ y entender que, para que exista inclusión real, no solo es necesaria la inscripción de un niño o niña migrante, sino también una participación y un aprendizaje conjunto y mutuo”.
En efecto, existen demasiadas evidencias de que en el sistema educativo la integración se reduce al acceso, mientras se resiente la calidad en la atención y la relación. Por otro lado, la convivencia intercultural suele circunscribirse al espacio educativo -trátese de la escuela o de otros tiempos extraescolares o de tiempo libre- donde las distintas comunidades conviven separadamente, con coexistencia pacífica pero sin intercambio intercultural cotidiano. Es decir, sin inclusión.
Un tercer punto pone el foco en la relación de reconocimiento mutuo entre las personas que educan y las que son educadas, sin sujeciones ni sumisiones. ¿Cómo se logra crear un clima afectivo rico y acordar conjuntamente unas normas de referencia? ¿Hasta qué punto la asamblea se convierte en un espacio entre iguales en que todo el mundo propone y trabaja desde la horizontalidad y el intercambio? ¿Cómo crecer en este espacio tan propicio “para regalarnos experiencias, saberes y maneras de entender, un espacio en que todas las voces tienen el mismo peso”? Pongamos que hablamos del modelo freinetiano del crítico, felicito o propongo o de otras fórmulas autogestionarias de empoderamiento personal y colectivo. Más interrogantes: ¿Hasta qué punto la asamblea se convierte en un órgano decisorio o se mantiene únicamente como un espacio de consulta, intercambio y formación democrática?
Y el cuarto punto es una llamada a la necesaria contextualización de los conceptos y las palabras. “El lenguaje nunca es inocente. Hemos de desconfiar de aquellas ideas o palabras que generan consenso de manera automática”. La manipulación y banalización del discurso político, la espectacularidad y efectismo de los medios de comunicación, la tergiversación y pérdida de significado del sentido originario de las palabras, la apropiación del lenguaje como hegemonía política e ideológica y la celeridad y simplificación de los mensajes que circulan en las redes, contribuyen a la perversión del lenguaje. Por otro lado, sus usos están siempre connotados por el discurso ideológico. Porque es evidente que bajo el paraguas libertad, justicia o democracia se sustentan políticas autoritarias y represivas u otras radicalmente opuestas de carácter liberador y al servicio del bien común.
18 abril, 2018
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