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Jueves, Noviembre 21, 2024

Estaba en la secundaria, y un compañero expuso un tema en la clase de español. Supongo que era una vieja grabadora de carrete la que llevó para exponer su tema. Algo novedoso para ese 69 o 70. No había casetes aún. No recuerdo el tema, pero para contextualizar o incluso enriquecer el contenido, dejó correr Aquarius / Let the sunshine. El impacto fue enorme, no sé en cuantos compañeros más; en mí sí. Fue como si la rola de The fifth dimension me transportara a otro mundo lejano a los deberes, los regaños y las normas.

Mi compañero fue, por ese solo hecho, mi héroe por un tiempo. Nunca se me hubiera ocurrido. No sé si le echó la mano su papá o algún hermano mayor, pero fue un hit.

Era la época del flower power que, si bien no comprendía, podía sentir. Seguramente quienes tenían en ese entonces dieciocho o más lo podían captar mejor. Aunque no creo que haya sido requisito formal. Había unos mayores que yo, de dieciocho, veintitantos que eran más conservadores que algunos pubertos como yo que encontrábamos en el rock, significados interesantes. Ellos seguían con los Panchos o con César Costa que era como un descafeinado del Toks.

Yo estaba en primero de secundaria en 1969. El año del festival de rock más grande hasta entonces celebrado y (por impacto, miles más, miles menos) creo que hasta hoy celebrado: por supuesto, me refiero a Woodstock. Avándaro llegó en 1971 y ese espectáculo jipiteca sí pude disfrutarlo a los 14 años; de ello hablaré en otra ocasión.

Mientras Hendrix, The Who, Joe Cocker, Sly and the family Stone, Ten Years After, Santana, Janis Joplin, Jefferson Airplane, Crosby, Stills and Nash y tantos más inundaban de música el suburbio neyorquino, un mozalbete como yo, escuchaba lo que compraban mis hermanos, lo que compartía con mis amigos y lo que escuchaba en la radio de AM: Radio Capital, La Pantera y Radio Éxitos.

Difícilmente grupos como los que estuvieron en Woodstock eran programados en la radio comercial. Había programas especiales, nocturnos, pero eran a la hora que uno intentaba conciliar el sueño o de plano estaba dormido. Estos programas, a los que me acerqué más tarde, eran como ingresar a un submundo lleno de canciones raras, largas, oscuras, densas, potentes. Estos adjetivos no bastan, en sí, para decir que todo lo programado ahí era bueno, ni que todo lo que se escuchaba en la radio comercial valiera cacahuate, pero era importante porque significaba abrir esa puerta vedada para la mayoría y programada casi como aquellas funciones de cine de medianoche, que tuvieron tanto éxito años más tarde en los denominados cines o salas de arte.

Tener 12 años en el 69 pareciera una fatalidad, solo si lo revisamos en retrospectiva; en efecto, no fuimos los que estuvieron en Woodstock o quienes propusieron y practicaron el peace and love, pero nos pudimos enamorar con aquellas canciones y, tal vez, en una suerte de cobro de facturas, gestamos grupos de amigos cuasi historiadores y arqueólogos de aquellos momentos. Además, eventos de esa naturaleza como olas majestuosas derraman tal cantidad de vitalidad que desbordan su espacio inmediato: eso se quedó por mucho tiempo; y lo pudimos saborear, lo seguimos haciendo. Visto en esa mirada retrospectiva el impacto cultural no podía quedar en ese solo evento. Además, tener doce años ya te permitía sentirte parte de ello: lo eras de alguna manera: te dejabas el pelo un poco más largo, saludabas a la usanza juvenil, te reunías a escuchar esa poderosa música…soñabas con formar un grupo y ser parte activa de ese cambio generacional.

Más o menos en esa época, mis hermanos formaron con un par de amigos un cuarteto de rock: Los Steeds (vaya nombrecito, pero era la moda y la invasión anglosajona a la que sucumbimos muchos; ¿ola inglesa, flower power, jipitecas? Sepa, ahora no me interesa, solo lo consigno); en una ocasión, pues, hicieron una tardeada en mi casa, y  como no había lana, no hubo para comprar los focos de luz negra, tan en boga en ese entonces, para dar la sensación psicodélica o pacheca que se requería, por lo que, simplemente, agregaron papel celofán de color a los focos de la sala y el comedor y, más o menos, se logró el cometido; unos cuantos cuates y amigas de ellos y algunos primos fueron el público en ese peculiar escenario, y lo que realmente quiero contarles es que ese día canté con ellos una canción de los Beatles en la que les costaba llegar a los altos y a mí por mi edad se me hacía más natural. La canción fue Ob- la – di, ob – la – da, no lo mejor de los Beatles, pero sí suficiente para mis ímpetus de rock star, je, je.

Lo importante fue que debuté y ello explica como no me pasó tan por encima esa avalancha musical de los sesenta y principios de los setenta.

Alguien dice por ahí que cuando escuchamos música, normalmente, recuperamos recuerdos. Es imposible no asociar la música con algún evento afortunado o triste de nuestra vida. Con la música viene el brillo del cabello de nuestra primera novia, su olor a rosas, el primer beso, el primer cortón, el primer sudor de manos compartido y, por supuesto, muchas cosas más.

La gran revolución cultural que se dio en aquellas décadas nos iba marcar indeleblemente a muchos de nosotros que hicimos de la música, del rock, el motor sensible que transmite energía y vida: no hay roquero viejo, independientemente de la edad, porque el espíritu musical que proyecta esta música está asociado a la libertad, el amor, la pasión, el desenfreno, el vigor, el cambio permanente.

Y sí, hoy, al evocar aquellas épocas y escuchar con claridad las notas, puedo despertar mis sentidos como si fuera hoy: respiro, toco, huelo, escucho y veo aquella época, y a aquel mozalbete flaco alrededor de sus amigos, con sus primeras novias, sus primeros sueños, su disfrute único de la libertad. Salud, buen rock y mejor vibra para todas y todos.   

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“pálido.deluz”, año 11, número 163, "Número 163. Gentrificación, cultura y educación. (Abril, 2024).", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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