“Aquellos que por trabajar en la urbe ven incrementados sus ingresos se hallan en situación más ventajosa, aun cuando por serles necesario trasladarse diariamente entre puntos distantes hayan de abonar el precio del transporte y alquileres más altos por una modesta morada. Otros disfrutarán de estas ventajas si no se ven en el caso de destinar parte de sus ingresos a gastos de transporte o no han de residir en barrios caros o no les importa ocupar habitaciones reducidas a cambio de disponer de mayores sumas con que proporcionarse otras comodidades. En el centro de las poblaciones existen viejos caserones cuyos solares gozan en la actualidad de tan gran demanda para fines distintos de la vivienda, que carecería de interés dedicados a edificar nuevas moradas” (F. Hayek, Los fundamentos de la libertad; 1975)
1: Situando el concepto
Queremos hablar hoy de gentrificación. Está de moda hablar de la gentrificación como un fenómeno inevitable en nuestra sociedad capitalista, urbana y contemporánea. Está de moda hablar de la gentrificación y sus tan perversas consecuencias que hasta las propias connotaciones del término son negativas.
La definición de este término, proveniente del inglés gentry (que podríamos traducir como alta burguesía, baja o media nobleza), tiene que ver con el desplazamiento de los habitantes de un barrio de clase obrera fuera del mismo que, a su vez, pasa a ser ocupado por habitantes de alto poder adquisitivo. La gentrificación es el aburguesamiento, elitización o aristocratización de un barrio.
Situémonos: Barrio de clase obrera y clases populares, relativamente degradado, recibe una importante inversión económica que aumenta el precio de la vivienda, los alquileres y los servicios, desplazando de dicho barrio a grupos poblacionales que no pueden asumir este aumento y siendo sustituido este grupo poblacional por otro con un nivel económico muy superior.
Este es el esqueleto, más allá de que en el proceso haya diversas capas superiores que puedan, por ejemplo, “confundir los tiempos” en la superficie. Así, pueden ir llegando nuevos vecinos con un poder adquisitivo más alto atraídos por diversas circunstancias culturales. Esto hace aumentar el precio de los servicios y de la vivienda, atrayendo además inversiones públicas o privadas, siendo finalmente desplazados los vecinos originales. Da igual si la inversión llega poco antes, a la vez o poco después pero retroalimentándose, el barrio comienza a recibir nuevos vecinos con más recursos económicos.
Ahora bien, la gentrificación no es un fenómeno atmosférico, ni es algo que acontece porque sí. Tiene causas perfectamente definidas que pueden resumirse en “el mercado y la búsqueda de beneficios económicos”. Y, por otra parte, conviene no olvidar que, en múltiples ocasiones, la cultura se convierte un agente fundamental del proceso. La gentrificación tiene que ver con la economía y con la cultura. Como señala Martín Manuel Checa-Artasu en “Gentrificación y cultura: Algunas reflexiones” (2010): “En el desarrollo gentrificador, también intervienen los sectores productivos relacionados con el ocio, el comercio y la cultura que en muchos casos actúan de forma integrada junto con ese mercado inmobiliario y las propuestas de planificación urbana. Tanto es así, que la mayoría de los procesos de gentrificación, el capital cultural mantiene unos circuitos que se imbrican perfectamente con las dinámicas del capital económico”.
“La llegada de nuevos habitantes a un barrio gentrificado, implica que ocupen el lugar que dejaron otros, aunque debe quedar claro que no son ellos los que generan la expulsión, sino que son parte de un complejo andamiaje institucional. El desplazamiento se caracteriza por ser un proceso dialéctico entre la desvalorización y revalorización de un sector de la ciudad que se antecede por el abandono o desinversión, tanto privada como pública.” (“Gentrificación: Orígenes y perspectivas”, 2016; Adrián Hernández Cordero). La maquinaria de la gentrificación comienza con el abandono de los barrios, sea como parte de un plan determinado para su comercialización posterior, sea fruto de mala gestión, sea fruto del devenir azaroso de los acontecimientos. Y termina con el desplazamiento de los antiguos habitantes, sea directamente al perder sus viviendas, sea de manera indirecta en tanto que la presión económica hace que la gente abandone sus redes, sus raíces su imaginario cultural… y finalmente sus viviendas.
2: Aspectos positivos para la ciudad
Pero, ¿hasta dónde se da este desplazamiento? ¿Es cierto que las familias con rentas más bajas son “sustituidas” por familias de rentas altas? Y, si es así, ¿este hecho es debido a la inversión pública en barrios “degradados”? ¿Es contraproducente o es beneficiosa esta inversión?
A fin de cuentas, estamos hablando de políticas. Así, con el fin de ilustrar nuestra reflexión, proponemos hacer un ejercicio de política ficción: En el caso de que nos encontremos ante un barrio con altos índices de violencia y suciedad, con problemas educativos, céntrico y con edificios históricos y monumentales en estado ruinoso, con altos índices de desempleo, en suma, un barrio sumamente degradado; suponiéndonos responsables públicos, ¿qué debemos hacer para “recuperar” la zona? ¿Es deseable “recuperarla”? Todo hace indicar que sí, así que pasaríamos a invertir recursos en:
Mejorar las infraestructuras públicas (parques, jardines, centros deportivos, culturales…)
Restaurar, rehabilitar los monumentos y edificios históricos y monumentales
Aumentar la seguridad y limpieza en las calles
Estas tres acciones, probablemente, además de mejorar las condiciones de vida de los habitantes del barrio, atraerían inversiones privadas de diversa índole que, facilitadas por los poderes públicos (ni es baladí esta condición, ni la cursiva gratuita), cambiarían el devenir del entorno:
Facilitando el aterrizaje del sector inmobiliario que recuperaría solares abandonados, o viviendas antiguas remodelándolas… atrayendo a nuevos vecinos
Facilitando el desarrollo de otros sectores productivos que aumenten las relaciones comerciales del barrio haciendo que este flujo económico repercuta entre sus vecinos, así, el entorno histórico y los monumentos son un excelente caldo de cultivo del turismo y de la cultura y creatividad
Y, por otra parte, la recuperación de locales (producto del aterrizaje del sector inmobiliario) y los agentes provenientes de la cultura y el turismo van a necesitar y demandar nuevos servicios que potenciarán el desarrollo económico de la zona.
En conclusión, nuestra inversión (fruto de una decisión política) puede conseguir transformar un barrio degradado en un nuevo barrio diferente:
Con mejores servicios
Con mayor limpieza
Con más seguridad
Con un patrimonio histórico y cultural rehabilitado, visible y vivible.
Con un aumento de las relaciones económicas, por tanto generando riqueza (las cursivas… de nuevo) y empleo
Con un consiguiente aumento de los ingresos fiscales que repercute en toda la ciudad
Con un aumento poblacional que aumenta la diversidad, rejuvenece y enriquece al barrio. Muchos de los nuevos habitantes son jóvenes (buscando independizarse), creadores y artistas (al hilo del repunte de la creatividad y en la búsqueda de lugares céntricos y bien comunicados donde tejer las necesarias redes en el ámbito de la cultura), probablemente sean de diferentes estratos sociales, etc. esto es, aumenta la diversidad y el enriquecimiento cultural del entorno.
Evitándose la creación de guetos, descentralizándose la pobreza.
Un barrio con inquietudes, demandas, dinámico, con necesidad de renovación y visibilidad.
¿Cuál de las dos situaciones, por tanto, es preferible? ¿Esto es gentrificación y aburguesamiento? ¿Este fenómeno es deseable?
Además, con respecto al hecho de que estas acciones provoquen el desplazamiento de las clases más desfavorecidas, algunos autores sugieren que las mejoras derivadas de inversiones públicas y privadas en los barrios no provocan inexorablemente estos desplazamientos. Podemos verlo en estudios como los realizados por Lance Freeman, profesor de planificación Urbana de la Universidad de Columbia, que desmitifican la gentrificación como causa de esos desplazamientos. Así, en “Displacement or Succession? Residential Mobility in Gentrifying Neighborhoods” (2005) se compara la movilidad de la población autóctona en barrios gentrificados y barrios que no han sufrido este proceso señalando que los resultados sugieren que el cambio demográfico tiene otras causas. Éstas pudieran ser la muerte, la jubilación, los cambios laborales etc. En definitiva, para autores como Lance Freeman o Chris Hamnett, por ejemplo, más que de desplazamiento debiéramos hablar de renovación de la población.
Tal vez el sentido peyorativo que el concepto tiene no sea más que las consecuencias de un mito generado desde el urbanismo, la ciencia política, la economía y la cultura.
En tanto que nuestra intención es ir más allá de lo obvio y profundizar en este fenómeno, volvemos a mirar con detenimiento las implicaciones y las aparentes ventajas del proceso y pasamos a distribuirlas en tres bloques:
El primero, relativo a los servicios e infraestructuras, puede parecer positivo en todas sus dimensiones: Mejora la limpieza, la seguridad, se recuperan plazas, parques, espacios públicos… No obstante, aunque los hechos objetivos sean positivos, cabe plantearse una doble cuestión: En primer lugar, las causas, ¿por qué estaba el barrio deteriorado? ¿Ha sido así por dejadez e inacción de los poderes públicos o, como cuestionábamos antes, existe un plan consciente y deliberado para ello? Y en segundo lugar, las consecuencias, la revalorización del suelo (traducible en beneficios económicos para los agentes inmobiliarios, constructoras, etc.), ¿es consecuencia “inocente” e inexorable o está diseñada y forzada con carácter previo?
El segundo bloque de ventajas de estos procesos de revalorización de barrios degradados, tiene que ver con la generación de riqueza y empleo, esencialmente asociada al sector servicios. Cabe preguntarse si esa riqueza y empleos se quedan en el entorno del barrio o el barrio es sólo la mercancía. Las grandes transacciones económicas del proceso tienen que ver con los agentes inmobiliarios externos (inmobiliarias, constructoras, etc.) y, por otro lado, deberíamos cuestionarnos la calidad y las condiciones laborales de los empleos generados entre los habitantes del barrio en este proceso de revalorización. Incluso podemos encontrarnos con una generación de empleo y riqueza entre habitantes y empresas ajenas al barrio que usan al barrio como excusa dada cuenta su atractivo.
Y, por último, el tercer bloque tiene que ver con la diversidad (y consecuente enriquecimiento) poblacional como aspecto positivo derivado de los procesos de revalorización y la llegada de nuevos habitantes.
3: Patrimonio cultural, clases creativas, creatividad, cultura y agentes gentrificadores
La revalorización del entorno, la condición céntrica de la mayoría de estos barrios (hecho que facilita las comunicaciones) y el componente romántico, monumental y cultural de los mismos atraen a arquitectos, científicos, músicos, pintores, creadores, diseñadores, artistas… la clase creativa descrita por Richard Florida; esto es, aquella población que aunando talento, tecnología y tolerancia (las 3 T), tiene la creatividad como eje de su acción profesional.
Cabe aquí hacer un inciso sobre la idea de tolerancia en Richard Florida. Elabora un índice que se basa en cuatro medidas: el índice gay, el índice bohemio, el índice crisol de culturas y una medida de integración racial. Esto es, aquellos lugares en los que los homosexuales, inmigrantes y bohemios vivan cómodamente serán los barrios más propensos a la creatividad.
La demanda de estos grupos poblacionales y la asunción de un modo de trabajar con esta creatividad como eje suponen la base de, siguiendo las tesis de Charles Landry (“The Creative City: A Toolkit for Urban Innovators”, 1995), la ciudad creativa. El talento como motor de desarrollo económico en un mundo en el que la tecnología es la herramienta universal y la tolerancia como pegamento de una sociedad diversa constituyen esta población advenediza. Y en este momento es relativamente poco importante quién comienza, pero se establece una retroalimentación:
Los poderes públicos buscan atraer el talento de la clase creativa.
Y esta clase creativa como elites del barrio se sitúa en todos los ámbitos de toma de decisiones: en el urbanismo, en la estructura económica y en el propio imaginario colectivo del barrio.
Sin embargo, la forma en la que esta clase creativa constituye una sociedad basada en la creatividad y el talento conforma un alto riesgo de aparición de los “bobos” (“Bourgeois bohemian” tal y como los describe David Brooks en “Bobos in Paradise: The New Upper Class And How They Got There”; 2000). Con el término “bobos”, Brooks designa a un sector de la sociedad de alto y creciente poder adquisitivo que conjuga tres factores:
consumismo capitalista
valores progresistas
y un cierto conformismo
Tienen inquietudes culturales y estéticas, alto nivel académico y cultural, vidas bohemias a semejanza de los artistas… Al ponerse de moda, se trasladan paulatinamente al barrio, y convierten el consumismo en su tarjeta de presentación demandando productos caros y exóticos. Estos “burgueses bohemios”, como evolución (más sensible a la cultura y la creatividad) del “yuppie”, constituirían la vanguardia del proceso de gentrificación en el ámbito de lo simbólico y estético en tanto que agentes y altavoces de la hegemonía cultural en el sentido más gramsciano del término. Simplificando (y a pesar de que nos quedemos en lo anecdótico), podemos ver aquí el germen de las tiendas de comida orgánica, teterías-cafeterías, bicicletas, máquinas de escribir, y toda una estética e imaginario que, aunque en la superficie, simbolizan también la gentrificación. No obstante, aunque este proceso superficialmente pueda estar embebido por la conocida como estética hipster, en el ámbito económico y social encarecen los servicios básicos del barrio propiciando el desplazamiento de los vecinos de nivel económico más bajo. Este es el elemento criticable del proceso comercializador, el desplazamiento de la población. El proceso podría resumirse en:
abandono y estigma
especulación y encarecimiento
expulsión y comercialización
Se trata de la comunión de la “gentrificación productiva y comercial” con la “la gentrificación simbólica y la que se origina por la producción cultural y que puede ser interpretada como una expresión y parte de las múltiples prácticas biopolíticas que gestionan determinados modelos de conducta y civilidad neoliberal” tal y como podemos ver en “Gentrificación, resistencias y desplazamiento en España. Propuestas analíticas” (2014) de Michael Janoschka, Jorge Sequera y Eva García del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UAM. Y, aunque no sea inmediato y no lo parezca, este desplazamiento es violento como vemos, entre otros, en el mismo artículo. De hecho, el origen etimológico del término “violencia” remite al movimiento forzado de un objeto o una persona fuera de su estado natural. El desplazamiento de los vecinos por causas económicas es violento, siempre. Tal vez sea mediato, pero es violento.
Más: “Se constituye así una gentrificación simbólica del espacio público realizada mediante la instauración de infraestructuras para la producción cultural institucionalizada, cuestión clave para interpretar la dialéctica entre lo público y lo privado como una de las múltiples expresiones de la naturaleza especulativa del capital en la ciudad contemporánea” (Ibídem). En esa línea, “en los años setenta del siglo XX, el impulso de las teorías del patrimonio cultural, la crítica al desarrollismo previo y el particular contexto sociopolítico occidental dan lugar a un giro hacia un urbanismo conservacionista guiado por criterios sociales y con una notable preocupación por el patrimonio histórico” (“La gentrificación, un regreso a la ciudad de la intervención urbanística”; Ibán Díaz Parra; 2014). Estas tesis propiciaron intervenciones en los centros urbanos.
Y en este sentido podemos enlazar con el conocido como Efecto Guggenheim que aunque lo asociamos a Bilbao, se ha producido y produce (a diferente escala) en muchas ciudades. No sólo intervienen en el proceso de gentrificación los nuevos vecinos, los bobos, los yuppies o los agentes culturales, sino también las infraestructuras y el tratamiento al patrimonio histórico y cultural. Además: “Aquí el papel del patrimonio cultural en el proceso de gentrificación deviene en efecto esclerotizante pues afecta a como se entiende una zona urbana concreta en función de un guión o una imagen, la de la Florencia renacentista, elaborada con el ánimo de atraer a turistas y visitantes. Los servicios que para ellos se generan servirán de punta de lanza del proceso de gentrificación obviando la realidad urbana existente y la evolución de la misma, que paulatinamente es defenestrada en aras de la creación de una imagen periclitada y supuestamente deseada tanto por turistas como por los nuevos residentes” (“Gentrificación y cultura. Algunas reflexiones”; 2011; Martín Manuel Checa-Artasu Universidad Autónoma Metropolitana de México)
Citando, de nuevo, a Ibán Díaz Parra en “Gentrificación y clase social. La Producción del gentrificador” (2004), “para que se produzca el proceso de gentrificación es necesaria la existencia de áreas gentrificables, es decir, barrios donde la diferencia entre el valor real del suelo y la diferencia potencial de renta, el ‘rent gap’, pueda producir los suficientes beneficios para atraer a los inversores en la vivienda. Por otro lado es fundamental para la consecución del proceso de gentrificación la existencia de un colectivo de colonizadores, un consumidor medio de la vivienda gentrificada con el suficiente poder adquisitivo y el interés por desplazarse a la zona en cuestión”. En definitiva, tantos los yuppies como los bobos, aunque tal vez llevados al paroxismo pero esenciales para entender el componente cultural del proceso, representan el paradigma del sujeto gentrificador: El vecino que llega a un barrio gentrificado o en proceso de gentrificación y “ayuda” a continuar el proceso.
Con todo, el sujeto gentrificador no es sólo esa punta de lanza que representan los yuppies, los bobos, o incluso la propia clase creativa; se nutre de las llamadas clases medias. A pesar que desde este blog cuestionemos la pertinencia del uso del término “clase media”, puede servirnos para el categorizar el análisis del sujeto gentrificador. “Es por eso por lo que nos inclinamos a afirmar que el proceso de gentrificación es un proceso en parte constituyente de una determinada clase social, la clase media profesional, la burguesía asalariada (…) Las clases medias se identifican con un nivel de consumo elevado, con un determinado tipo de vivienda y con unos determinados patrones de ocio que demuestran su buen gusto, unos patrones de comportamiento comunes con los de su clase. La vivienda juega un papel fundamental en esto otorgando un estatus social, identidad y prestigio” (Ibídem)
4: Concluyendo
En resumidas cuentas, la gentrificación no puede entenderse si no es de la mano del urbanismo neoliberal, las sucesivas privatizaciones y los cambios legislativos que han favorecido ese contexto (potenciación del alquiler, liberalización de suelos y cambios de uso del suelo para la construcción de viviendas, los bajos tipos de interés bancarios que facilitaban el acceso a créditos, etc.) La gentrificación tiene que ver con el cambio de las relaciones laborales manuales, fabriles, etc. a otras gerenciales que dejan fuera del mercado laboral a grandes sectores poblacionales. Tiene que ver con el paso de un capitalismo industrial fordista a un capitalismo neoliberal centrado en los servicios (podríamos decir que es la evolución natural del liberalismo económico). Tiene que ver con el lenguaje, con la afirmación de lo que se ha llamado “clase media” como sustituto de la “clase trabajadora”. Tiene que ver con un cambio cultural que ha potenciado las ideas de creatividad y, especialmente, emprendimiento y movilidad. Y tiene que ver con el desplazamiento económico, físico y cultural. Si bien hemos señalado aspectos positivos relativos a la recuperación económica, urbanística y cultural de los barrios, generando riqueza, empleo y mejores condiciones de vida.
En este sentido, para ilustrar las contradicciones es muy significativa esta cita de George Yúdice: “…Pero si Miami siguiera la pauta de Landry no habría la tensión racial y de clases que la distingue. Ello desmiente también la mirada aguda (insight) de Richard Florida, en su estudio El auge de la clase creativa, cuyo argumento establece que la diversidad es en sí un vivero para la creatividad y la innovación y, por ende, para el desarrollo. En Miami, el reconocimiento de la diversidad es más bien retórico y se limita a ciertos grupos. El énfasis en el uso de la cultura para el crecimiento económico no resuelve el hecho de que la mayoría de negros tenga dificultad para encontrar empleo, que los haitianos sean discriminados, y que algunos blancos no latinos procuren declarar mediante referéndums al inglés como idioma oficial. Hay, pues, una disyunción entre la imagen de Miami, sobre todo para clases medias latinas y latinoamericanas, y la realidad que viven ciertos grupos, entre ellos inmigrantes indocumentados pobres que se ocupan de limpiar oficinas y casas” Modelos de desarrollo cultural urbano: ¿gentrificación o urbanismo social? (2008)
No podemos situar en el mismo plano la recuperación para viviendas de una zona industrial o una zona portuaria (muy de moda en algunas ciudades ahora) con la “recuperación” de un barrio degradado (por dejadez e inacción de las administraciones) que suponga el desplazamiento de los antiguos vecinos. Y tampoco debemos olvidar lo conseguido con ciertas “recuperaciones” respecto de la calidad de vida, mejora económica y de empleo, recuperación de patrimonio cultural, y desarrollo de la creatividad e innovación. Hemos de ser conscientes de las diferencias entre renovación y sustitución del empleo, de la vivienda, de la industria, de la cultura… Se trata sólo de plantearnos si nos hemos dejado algo por el camino. Y, a veces, nos dejamos vidas.
Es evidente la contradicción y la relación dialéctica entre las características positivas y negativas que estamos desde aquí otorgando a la gentrificación. Pretendemos con nuestra reflexión una foto (iluminada, eso sí) de la realidad, pero a fin de cuentas sólo una foto. Perdemos matices.
Como se señala al inicio del artículo del antropólogo Manuel Delgado de la Universitat de Barcelona “La artistización de las políticas urbanas. El lugar de la cultura en las dinámicas de reapropiación capitalista de la ciudad” (2008) “Por doquier vemos enfrentarse dos concepciones antagónicas de lo que es y debe ser una ciudad. De un lado, la que la quisiera ver sometida a dinámicas de reapropiación capitalista, con frecuencia acompañadas de grandes intervenciones presentadas como ‘culturales’. Del otro, la que la reconoce como escenario de todo tipo a abusos y asimetrías y que continua encontrando en el conflicto la materia prima para su evolución. Una y otra concepción de la vida urbana encuentran oportunidades en las que escenificar su contencioso. Una de ellas se conoció en Barcelona en el otoño del año 2006, cuanto una protesta vecinal desembocó en graves incidentes ante el MACBA, la más emblemática de las instalaciones culturales de la ciudad”. A veces, la cultura no es más que una excusa y se recurren a procesos de artistización de las ciudades en el sentido en el que lo usa el crítico de arte y director artístico Guy Tortosa de “la producción de efectos embellecedores del espacio público que son muchas veces puro maquillaje destinado al autoenaltecimiento de los poderes políticos o a ocultar fracasos estructurales, cuando no ambas cosas a la vez” (Ibídem)
Siendo así y siendo conscientes de algunos de sus aparentes efectos positivos, podríamos terminar definiendo la gentrificación como la apoteosis de la hegemonía cultural manifestándose como un fenómeno en el que la sociedad de consumo se presenta de un modo parasitario: Llega, coloniza, esquilma recursos y se va. Y en este proceso destacamos dos momentos:
En el primero, el barrio se convierte en mercancía. Se reforma (o maquilla su aspecto) y se vende.
En el segundo momento, el barrio es un mero escaparate, y los vecinos la mercancía. Por cierto, aquella mercancía que no es “agradable a la vista”, la que no está en perfectas “condiciones de venta”, queda como saldo o se desecha.
2017