Era un hombre callado en extremo, al llegar al restaurante se limitaba a pedir el desayuno económico como muchos de nosotros; no interactuaba con los demás parroquianos; se limitaba a ingerir sus alimentos con calma y de manera precisa; como muchos de nosotros, obtenía información del celular de manera constante; era un hombre maduro; su pelo y barba empezaba a poblarse de canas y las arrugas empezaban menudeaban su rostro, como reflejo de sus pasadas batallas por la vida. Al pasar a los sanitarios, lo veía inclinado y consultando su aparato de manera pertinaz; no mostraba sus emociones de manera corporal, pero al sonreír y agradecer a la mesera sus servicios y la nota de pago correspondiente, lo hacía con una tristeza que partía el alma. Me recordaba a un payaso de feria que hizo reír a mis hijos en preescolar en el día del niño, en donde lo invitaron para entretenerlos y hacer su día memorable; recuerdo esa fecha en donde me correspondió ir por mis hijos a la escuela temprano y escuchar, tras los barandales con deleite, sus risas de alegría sincera y cómo el personaje, se retroalimentaba y daba lo mejor de sí mismo. Al terminar el evento, los orgullosos padres pasamos por nuestros hijos y ya en el auto, listos para enfilar a casa, mi hija preocupada, me recomendó regresar a la escuela; había dejado su suéter y era necesario ir a recogerlo; los niños son maravillosos: mi hijo de tres años, casi cuatro como decía, estaba contando, saboreando sus dulces y ordenándolos por colores, así que esperamos un tiempo prudente para que terminara de manera eficiente su labor. Al regresar el trio a la escuela y recoger el famosos suéter y las “recomendaciones prudentes” de la buena maestra, al salir del plantel, nos encontramos al payasito, estaba en una banca del jardín cercano llorando; al acercarnos a preguntar si lo habían asaltado o en que podíamos ayudarlo, nos dijo con su voz entrecortada: - mi madre falleció anteayer de un infarto cerebral y la enterramos ayer; siempre me acompañaba en mis presentaciones y ahora es el primer día que lo hago solo; me hace mucha falta; me ayudaba a vestirme y con el maquillaje; era la primera en reírse de mis “payasadas”; me animaba a seguir proporcionando alegría a los demás; siempre me decía, a diferencia de mis allegados: eres importante porque tu gran trabajo, es hacer feliz a los demás; estaba muy orgullosa de su hijo; se fue sin despedirse; se durmió en su cama quietecita como siempre lo hacía y amaneció muerta -; no supe que decirle a su pintada cara alegre y a sus ojos llorosos; solo lo abracé y así permanecimos un rato; al recobrar compostura, se limpió las lágrimas con cuidado para no estropear su maquillaje, tomó su gran maleta colorida y se fue caminando con garbo; al dar la vuelta en la esquina, brincó y “chasqueó” con alegría sus zapatos grandes de payaso en el aire ; aún recuerdo su saludo de despedida, lo hacía alegre con su cuerpo, pero sus cara y sus ojos seguían tristes, muy tristes. Mis hijos, en el pasto, al levantarse de sus juegos (increíble, se habían traído sus bolsas, con regalos y dulces), cerca de nosotros, me preguntaron qué había pasado: - el payasito estaba practicando su número para la siguiente escuela; muchos niños como ustedes, lo esperan para divertirse con sus bromas-, les dije.
Esa imagen me recordaba el comensal. Varios niños incansables se divertían en ese día en el área de juegos del restaurante con sus obsequios en las mesas; son maravillosos, no tienen que hablar para “entenderse” y jugar en equipo. En la entrada y dentro, como suele suceder en estos lugares, había globos , carteles y menús costosos para elegir; varios regalos, juguetes, dulces y chocolates con envolturas maravillosas, se colocan de manera estratégica a la altura de los ojos de los infantes para que con berrinches o no, los sufridos padres desembolsen más dinero del permitido; el consumismo es maravillosos, se descubren a cada año más días para festejar y así desembolsar más dinero, recursos y tiempo para satisfacer la demanda de los festejados; qué pensarán, en este caso nuestros niños, si no les compramos esos juguetes costosos que ya tienen su amiguitos, el ostracismo paterno; Nos estamos acabando el planeta en este juego perverso de ver “quien compra más” me dijo un ecologista de salón la semana pasada. La industria contaminante con sus desechos, amenazan el aire que respiramos, los alimentos que ingerimos, el agua que tomamos, la energía que despilfarramos; se potencializa la desertificación de la tierra, la hecatombe de los mares, las nuevas enfermedades… si no logramos revertir lo que está pasando en nuestro mundo no podremos salvarnos; aún hay tiempo pero se está terminando de manera acelerada; no hay planeta “B”, este es el único con el cual contamos; declaró enfático.
Cuando estábamos masticando con denuedo nuestros alimentos y rumiando nuestras pensamientos, se oyó un gran grito de alegría, provenía de la entrada del lugar, una niña feliz y contenta, corría gritando presurosa y agitando con denuedo sus bracitos en nuestra dirección, el padre sorprendido, se levantó del lugar y con gran fuerza y alegría, abrazó a la menor, era la hija que regresaba a sus brazos después de no verla en mucho tiempo. Era tal la emoción que desprendía ese encuentro, que todos nos contagiamos y empezamos a platicar los antes desconocidos de este hecho inusual; la alegría es contagiosa; al llegar la madre presurosa tras la chiquilla, también abrazó, al que después supimos, era su ex esposo; ese triple abrazo no solo los hizo felices, nos transmitió su energía positiva. El encuentro amoroso prosiguió y varios niños que estaban con sus globos en sus manos (desprendido por sus manos infantiles del lugar) se acercaron y como pensaron, era su cumpleaños, le empezaron a cantar las mañanitas en coro, moviendo de manera asíncrona sus globos; por supuesto, meseras y parroquianos los acompañamos con alegría; después del feliz evento cada uno volvió a su lugar a continuar la comida y la plática interrumpida con los nuevos conocidos.
El tiempo pasó de prisa y en un abrir y cerrar de ojos, el trio feliz había desaparecido; se fueron juntos tomados de la mano. El hombre al salir, levantó la mano y se despidió con sus ojos y cara alegre de todos nosotros (no “chasqueó” los pies). No lo hemos vuelto a ver. Al cuestionar a la mesera el porqué de tanta alegría, simplemente nos dijo: - hace tiempo venían los tres a desayunar; más adelante se divorciaron y la niña se “quedo” con la mamá; es la primera vez, en más de un año que la señora trae a su hija-. Pocas palabras para narrar un gran encuentro feliz. De manera curiosa, el gran regalo para la niña no fue un obsequio comprado. Fue recuperar a su padre. A veces, las mejores cosas de la vida suceden así, de manera espontánea. No tienen precio.
EL NIÑO BONITO DE MAMÁ
Fue un niño esperado por su madre, antes de nacer, le cantaba canciones añejas y sobaba su pancita de embarazada para que el niño sintiera el afecto materno.; le hablaba como solo una madre puede hablarle a su hijo, con mucho cariño y comprensión. Cuidó su alimentación y tomó el suficiente ácido fólico para evitar futuros contratiempos. Los mareos, malestares típicos del embarazo los minimizaba al decir: - esto pasará y tendré al niño más hermoso e inteligente del mundo -. El alumbramiento no fue fácil y el sufrimiento intenso; en aquel tiempo los niños no nacían en los hospitales y eran atendidos por comadronas en sus respectivas casas. Si el niño venía “mal colocado” la partera hacia milagros para que el niño y la madre estuvieran bien. Era tal la mortandad de los alumbramientos y muertes en los partos de aquella época, que los aztecas antiguos decían: las madres que morían en ese trance, acompañaban en su cielo, a los guerreros que habían muerto en combate.
La madre y el niño tuvieron que ser atendidos durante un tiempo determinado para restablecer la salud de manera adecuada. Más adelante la madre le prodigó los alimentos, leche materna y de vaca que se le podía proporcionar a la pequeña criatura. Los esfuerzos rindieron frutos, el consentido empezó a ganar peso y estatura de manera acelerada. La madre apoyaba en todo y con todo a su pequeño, el padre, más alejado del bebé, apoyaba de manera indirecta los esfuerzos maternos. El niño empezó a crecer y con el paso del tiempo estaba listo para iniciar sus estudios de primaria cuando sucedió el accidente; la señora al caminar de prisa para llegar a casa en plena lluvia torrencial, quiso pasar la calle cuando un auto la atropelló. Dicen los presentes: no sufrió, el golpe en la cabeza fue devastador. El esposo y la familia quedaron aturdidos, no era posible como una madre tan buena, muriera de esa manera, sin la extremaunción del sacerdote y sin confesar sus pecados al Altísimo. En ese tiempo, el eclesiástico quien comandaba la comunidad, estaba muy enfermo ´por lo cual no estuvo presente en la pequeña parroquia del pueblo y apoyar espiritualmente a la familia de una de sus más fieles seguidoras.
El hombre quedó devastado, su esposa a quien tanto quería, se había ido y lo había dejado solo; compartía el cariño de ella con su hijo; al morir empezó a desatender al muchacho quien también se refugiaba en la soledad; no fue “apuntado” en la escuela y empezó a vagar y a trabajar para comer y vestirse; el padre no estaba al pendiente de sus necesidades. Pasó de la gloria al infierno. Después de ser el bien querido por su madre, pasó a ser el mal querido por su padre; sin expresarlo, lo hacía culpable de la poca atención que le brindaba y el exceso de afecto que le daba al chamaco. Pasaron los años y el niño seguía sin estudiar; un día, la abuela paterna, vivía en otro pueblo, se presentó y al darse cuenta del descuido y soledad del muchacho, le ordenó al hijo al visitarlo en casa: - me bañas y me preparas a tu hijo para llevarlo a inscribir a la escuela primaria; un niño sin escuela es un niño sin futuro. El niño de casi doce años fue inscrito en primer año; no sabía leer, escribir ni hacer cuentas. Con el apoyo de la escuela y su abuela, el niño en tres años terminó con honores su educación primaria. A punto estuvo de no ser aceptado en la escuela de segunda enseñanza del pueblo por la edad; gracias a la insistencia de la abuela, no fue enviada a la escuela para adultos, en donde pocos lograban egresar.
Terminó su educación secundaria con excelentes calificaciones. Ingresó, por insistencia de la abuela, en donde trabajaba en lo que fuera para sufragar sus gastos, a la preparatoria. También, y a base de esfuerzos sostenidos y consejos de la anciana, logró terminarla, ya no con la mejores calificaciones; los trabajos que desempeñaba eran agotadores y muchas veces, para obtener un poco más de dinero se desvelaba al doblar turno. Su padre seguía sin apoyarlo, tenía asuntos más urgentes que atender con las botellas de alcohol y sus amigos. Logró entrar en La facultad de Derecho y al paso del tiempo titularse. Al empezar a buscar trabajo se dio cuenta de cómo muchos jóvenes como él, estudiaban y trabajaban con muchos sacrificios. Al ingresar como socio de un pequeño bufet, organizado por amigos como él, empezó a defender a los desposeídos ante las grandes compañías y ante burócratas que no entendían que su trabajo era apoyar a la gente necesitada. Obtuvo además un empleo como maestro y con el escaso sueldo percibido, seguía apoyando a los más necesitados. El bufete poco a poco fue conocido por propios y extraños como uno de los mejores del pueblo en donde nació. El apoyo total a mujeres, le permitió ser conocido como el “feminista masculino”. No dudó en poner en peligro su vida por defenderlas, en tiempos en los cuales, no contaban con derechos. El patriarcado estaba en su apogeo. Poco a poco logró, exigieran sus derechos y fueran consideradas iguales ante la ley en poblados en donde muchas veces no se les permitía hablar ni votar. No existía persona en ese poblado, hombre o mujer que no conocieran las grandes victorias en contra de los grandes terratenientes y ganaderos en donde los sueldos y las prestaciones empezaron a mejorar. Los subsidios del gobierno, realmente empezaron a llegar a la gente que los necesitaba y ya no se quedaba en los grandes bolsillos de los intermediarios. Los fertilizantes, semilla mejorada, rotación de cultivos, préstamos a la palabra, apoyo a las pequeñas y medianos comerciantes, etc. empezaron a beneficiar a todos los habitantes por igual. Al paso de los años, lo lugareños lo obligaron a postularse como presidente municipal, (ahora alcalde), y a otros puestos de elección popular. Finalmente, al paso del tiempo, logró ser Diputado y más adelante Senador, por una gran cantidad de votos como nunca se había visto. Desde ahí siguió luchando ahora en contra de gente más preparada que no permitía que los apoyos aprobados, llegaran realmente a donde debían llegar. Incluso personas de partidos antagonistas lo reconocían como un hombre honrado y fiel a sus principios de honradez. En un tiempo en donde varios compañeros aceptaron por su firma, millones de pesos, él fue unos de los pocos que se negó a hacerlo, aun cuando la mayoría lo hizo. Sus compañeros de trabajo, amigos y enemigos reconocieron: - no se dejaba comprar incluso por el mando supremo-.
Un día, estando en su casa con su esposa e hijos, murió con la tranquilidad del que nada debe. Al realizarle los honores correspondientes en la Cámara de Representantes, reconocieron que el “negro”, “el prieto” el “requemao” o el “tostao”, apodos o sobrenombres como lo conocían y que fue recolectando a lo largo y ancho de su vida, había dado lo mejor de sí mismo, no importando su color en una nación que no es racista pero si lo es (incluso lo ha comentado, T. Huerta. en sus libros). Empezando por su güero padre que nuca lo apoyó como a su hijo querido en esa niñez tan lejana. Antes de morir, le preguntaron cómo una persona sin el apoyo paterno, había logrado escalar posiciones que otros en mejores condiciones no lograron. Contestó de inmediato:- Tuve mucha abuela y mucha madre. Aquí y allá me protegieron esas mujeres maravillosas. Por ellas luché -.
FUÉ EN EL AÑO NUEVO
Eran las cero horas con tres minutos del año nuevo, la gente que se encontraba reunida, estaba feliz, el año nuevo entraba por las ventanas iluminadas con luz artificial; se repartían abrazos por doquier, los mejores deseos y parabienes se escuchaban a lo largo y ancho del hospital. Me encontraba sentado en la sala de espera de la Clínica 24 del IMSS después de pasar a la Unidad de Terapia Intensiva y comprobar como mi madre se recuperaba del infarto que pocos días antes había sufrido; fue demasiado para ella el perder a su esposo ( mi padre) seis meses antes; afortunadamente su cuerpo respondió mejor que su alma y en ese momento, al observar que era la esperanza de familias, quienes esperaban su pronta recuperación, empezó a darse cuenta de cómo su presencia era importante, como siempre la había sido; el ser viuda le permitía afrontar un nuevo compromiso con esas serenidad de las abuelas que conocen su capacidad de apoyo. Mirando al frente, encismado en mis propios pensamientos, alcé la mirada y observé a una señora de edad madura, en medio de los abrazos de los parientes cercanos y lejanos que se apoyaban en el hospital; lloraba sola; en silencio, presa de una gran angustia; nadie al parecer se percataba de ello; era inaudible en ese mar de personas, quienes se deseaban de lo bueno, lo mejor. Cuando me levanté para apoyar en lo que pudiera; observé a una enfermera, de ese gran hospital, acercase resueltamente y abrazarla con mucha ternura; se desahogó y la enfermera siguió apoyándola; pasado un corto tiempo la primera mujer recobró la compostura y agradeció la ayuda prestada. La enfermera se retiró a continuar su trabajo, deseándose ambas, lo mejor de este año que recién empezaba. En un consultorio, que estaba en el recorrido, observamos como un doctor joven apoyaba a un enfermo terminal, el cáncer lo estaba matando lentamente; estaba recetando medicamentos controlados, al hombre sin pelo y muy delgado, para mitigar su dolor; al no poder levantarse solo, el doctor dejó su escritorio de inmediato y ayudó con mucho afecto al joven como de su edad, a levantarse. Le recomendó se cuidara y ahí estaba él para apoyarlo. Recordé a mi madre tres días antes en su cuarto de cuidados intensivos en donde los monitores, el oxígeno, aparatos de resucitación etcétera, denotaban lo último en tecnología, en donde otra enfermera de nombre Gisela le preguntaba a mi madre con ese cariño que denota comprensión y afecto a los enfermos ¿cómo se encuentra señora Julia, desea que levante su cama para que esté más cómoda y hable mejor con su hijo? Al afirmar que sí, lo hizo con esa suavidad que denota el buen trato que le brindaba a las personas que estaban bajo su cuidado. Más adelante Después de auscultarla con precisión, la doctora que la atendía en Cardiología, al salir, me dijo: - ánimo, su madre ya pasó las primeras 24 horas, las más difíciles de un enfermo y aun cuando está dañada una gran parte de ese gran corazón, ustedes, sus hijos, le infunden confianza, va por buen camino, ayuda la medicina pero mucho ayuda a los enfermos, la presencia de sus seres queridos, adelante y que su madre continué y esté con bien -. Personas con mucho trabajo, brindaron afecto y comprensión a tres desconocidos -.
No sé los nombres completos de las personas vestidas de blanco, lo que sí sé, es que en este hospital, en donde muchas personas pasan su vida laboral, hay humanismo, el cual permite que la calidad de vida se mantenga. Gracias señoritas enfermeras, doctora y doctor, dije en ese momento. Gracias digo en este espacio por darnos a los dolientes, esos momentos de compasión y afecto que también a mi padre seis meses antes le brindaron, y le permitieron partir con dignidad. Créanlo cuando lo digo, intento hacer lo mismo en mi trabajo; dar esperanza, infundir ánimo, dar a la gente que me rodea, lo mejor de mi persona. Su ejemplo ayuda a que otros lo imitemos. Muchas veces no es fácil hacerlo, pero es posible.
Con afecto para todas los doctores y enfermeras que aman a su profesión en un día como hoy. GRACIAS.