Rebelión en la granja (Animal Farm) y sobre todo 1984 han opacado otras obras fundamentales de George Orwell. Es el caso de El camino a Wigan Pier. Publicado en 1937, narra las terribles condiciones de trabajo y de vida de los mineros del norte de Inglaterra, principalmente de las ciudades de Manchester, Liverpool, Wigan y Sheffield. El primer borrador del libro provocó enorme enojo en el editor y en las autoridades británicas, a tal grado que pidieron a Orwell suavizara un poco la narración. Igual que como lo hizo para su novela Sin blanca en París y Londres, en donde él mismo se convirtió en un vagabundo, el autor de Homenaje a Cataluña convivió de manera cotidiana con el trabajo en las minas de carbón y compartió habitaciones con algunos de los trabajadores.
En el caso de El camino a Wigan Pier, todo comenzó cuando se enteró de algo que cambiaría drásticamente su propio entorno de escritura, y que tendría un efecto decisivo en todo el curso de su vida futura. Era una propuesta del editor Victor Gollancz para que Orwell dedicara una temporada investigando las condiciones sociales en el norte de Inglaterra con el objetivo de producir un extenso reportaje.
“No había ninguna garantía de que Orwell pudiera escribir un libro acerca de la situación industrial del país sumido en la depresión económica, ni compromiso alguno de que lo que escribiera se publicaría. Sin embargo, a principios de 1936 dejó Lawford Road y pasó algunos días en Warwick Mansions. La estadía en ese lugar duró lo suficiente para que entregara un ensayo sobre la muerte de Kipling para el New English Weekly. El 31 de enero, con las primeras salvas sobre el potencial de su nueva novela resonando en sus oídos, salió de Londres hacia el norte”, se lee en el libro Orwell, the Life, de D. J. Taylor.
Al llegar a Wigan tuvo contacto con una familia minera, con quienes se alojó, “al día siguiente dio un largo paseo por el canal del pueblo en busca del casi mítico embarcadero que iba a dar título a su libro, maravillándose del temible paisaje de escombreras y chimeneas ennegrecidas y nada sino ratas -débiles por el hambre, supuso-, caminando con paso vacilante a través de la nieve”, señala Tylor en la biografía de Orwell.
Incluso más que las vistas de ladrillos ennegrecidos y cielos opacos, Orwell se sorprendió por el grado de miseria humana que se mostraba. Le llamó la atención las expresiones degradadas en los rostros de las personas que conoció: “una mujer tenía el rostro como de una persona muerta”.
Orwell se introdujo en los socavones de las minas, para conocer personalmente las condiciones en las que trabajaban los mineros. Allí se sorprendió de ver a los mineros moverse a gatas, en un ambiente casi oscuro, con una temperatura por arriba de los 50º C. “El trabajo del minero está tan fuera de mi alcance como lo estaría hacer un número en el trapecio volador. No soy un obrero manual y quiera Dios que nunca tenga que serlo, pero hay ciertos tipos de trabajo manual que podría hacer si no me quedara más remedio. En caso de necesidad, podría ser un barrendero pasable o un jardinero incompetente o incluso un peón agrícola de tercera. Pero ninguna cantidad de esfuerzo ni entrenamiento imaginables podrían convertirme en un minero de carbón; ese trabajo acabaría conmigo al cabo de pocas semanas”, afirma en el libro que se reseña.
Más adelante, al pasear por el pueblo, Orwell relata vívidamente lo que observa: “Cuando vas caminando por las ciudades industriales, te pierdes por laberintos de pequeñas casitas de ladrillo ennegrecidas por el humo, ruinosas en medio de un caos carente de planificación, que se aglutina alrededor de callejones llenos de barro y pequeños patios cubiertos de cenizas en los que hay pestilentes cubos de basura, tendederos llenos de ropa mugrienta y servicios medio en ruinas”.
En la segunda parte del libro, Orwell reflexiona sobre su vida, analiza el clasismo enquistado en la sociedad de su tiempo, y concluye que la única solución a la miseria es el socialismo. Miseria que observaba a cada paso que daba por Wigan Pier y lo cual hizo que sus pensamientos se dirigieran a la clase obrera inglesa: Era la primera vez que había tomado conciencia de las condiciones en las que vivía la clase trabajadora y eso había ocurrido solo porque me habían proporcionado una analogía. Eran las víctimas simbólicas de la injusticia, que jugaban en Inglaterra el mismo papel que desempeñaban los birmanos en Birmania”.
A tal grado impactaron las condiciones en las que vivían y trabajaban los mineros de carbón, que Orwell llegó a cuestionar su propia condición en los siguientes términos: “El hecho al que hay que enfrentarse es que acabar con las distinciones de clase implica abolir parte de uno mismo. Aquí estoy yo, un integrante típico de la clase media. Para enormes sectores de la clase trabajadora, las condiciones de vida son tal y como las he descrito en los primeros capítulos de este libro, y no hay ninguna posibilidad de que esas condiciones den muestras de mejorar en lo fundamental”.
Y aquí hacemos doble paréntesis, uno mío y otro de Orwell, quien después de participar en la guerra civil española, en el bando republicano, tuvo la información para predecir algo que se hizo realidad: “Mientras escribo esto, las fuerzas fascistas españolas están bombardeando Madrid, y es bastante probable que antes de que este libro se publique, tengamos un nuevo país fascista que añadir a la lista”.
Orwell asumía que el socialismo sería la salvación de la clase trabajadora, sin embargo critica a los socialistas de la clase media, aferrados con uñas y dientes a sus miserables fragmentos de prestigio social “al tiempo que, en teoría, suspiran por una sociedad sin clases”.
Y continúa su crítica en estos términos: “A veces miro a algún socialista –del tipo intelectual, de los que escriben tratados, visten con jersey, tienen el pelo rizado y sueltan citas marxistas- y me pregunto cuál será su verdadera motivación. A menudo resulta difícil creer que sea el amor a alguien, especialmente a la clase obrera, de quienes él, de entre todo el mundo, no puede estar más alejado”.
Como sea, la experiencia de este viaje causó que se conformara la conciencia social de Orwell, conciencia que tenía visos de mudar cuando renunció a la policía imperial británica y a nosotros nos demostró que el socialismo que pregonaba para sacar a la clase obrera de su situación ha sido y es un rotundo fracaso.