La burocracia
Oficina de vigencia de derechos en una unidad médica
-Buenos días, vengo a tramitar mi filiación.
La persona encargada se retira. No sé si me escuchó. Regresa y coloca un pedazo de papel. En él están anotados los documentos requeridos para hacer el trámite. Nuevamente se aleja. Permanezco frente a la ventanilla.
-¿Sí?
-Ya traigo todos los documentos.
-¿Va a afiliarse de parte de un familiar?
-Sí, de mi esposa.
-¿Esposa o concubina?
-Esposa.
-Muéstreme la identificación de su esposa.
Se retira algunos minutos. Cuando regresa me dice:
-No le toca esta clínica. Le toca en Iztapalapa.
-Acabo de mudarme. Traigo un comprobante de mi nuevo domicilio. Lo observa y responde:
-Este no sirve. Debe estar a su nombre o del de su esposa.
-Es el nombre de nuestro hijo. Vivimos los tres en ese domicilio.
-¿Por qué no ha actualizado su domicilio?
-Porque no había tenido necesidad. Entonces le muestro mi acta de nacimiento, el acta de matrimonio, el acta de nacimiento de mi hijo para que vea nuestros nombres anotados en ella. Le enseño las cartillas de vacunación y un comprobante de cuando nació mi hijo con la huella de su pie; en este documento también aparecen nuestros nombres.
-¿No entiende? Retírese y vuelva cuando traiga el comprobante de domicilio a su nombre.
Pienso: Menos mal que no estoy enfermo. Si no me pasaría lo que a Daniel Blake, el personaje de una película, quien por primera vez en su vida se ve obligado a recurrir a los servicios sociales del Estado cuando lo aqueja un mal cardiaco. Entonces comienza una odisea, pues el anciano queda atrapado en el laberinto burocrático. Finalmente muere sin lograr su objetivo.
Me hago a un lado para que pase la siguiente persona. Mientras guardo los documentos la escucho murmurar:
-Vienen de prisa cuando ya se están muriendo y quieren atención médica.
Quiero replicarle. Decirle que necesito el documento de filiación para un empleo. Que afortunadamente no necesito de los servicios médicos. Pero me arrepiento y pienso: “quizá tenga razón. Últimamente he andado tan distraído que tal vez ya estoy muerto y no me he dado cuenta”.
La Promesa
En fecha reciente vi La Promesa, una película romántica cuyo trasfondo es el genocidio armenio por parte de los turcos durante la primera guerra mundial. También puede ser una película sobre el genocidio y como fondo una historia romántica. Hasta la fecha, los turcos niegan haber cometido tal atrocidad. Entre los pocos que lo reconocen destaca el escritor turco Orhan Pamuk, premio Nobel de literatura en 2006. Por ese motivo los extremistas lo amenazaron de muerte y el gobierno lo acusó de “ofender la identidad turca”. Cuando vi la cinta recordé la lectura del libro Le figuier de mon père, del escritor francés, de origen armenio, Vartan Berberian. En sus páginas narra recuerdos de su juventud y las atroces experiencias que vivieron sus padres. “Abril de 1921. Comienza ese negro periodo que no solamente mi padre jamás olvidará, sino que lo marcará para siempre. Tres años y tres meses duró su descenso al infierno. Tres años y tres meses de estancia en la ‘casa de los muertos’. Tres años y tres meses para concluir este ‘viaje al final de la noche’. En ocasiones, sin embargo, este pasado de horror y de fantasmas subía a la superficie. Él lo dejaba venir, lo sufría, antes de gritarlo en un canto expiatorio, donde los monstruos retomaban la palabra, un diálogo alucinado de los muertos sin sepultura, con ese testimonio que no podía olvidar”.