Recuerdo las cenas de fin de año en casa de mi hermano Pepe. Tenía una vocación por la palabra, por lo que previo al año nuevo, después de la cena, nos congregaba en la sala y nos pedía que dijéramos unas palabras. Era complicado decirlo porque así, de pronto, uno tenía que estructurar rápidamente algunas ideas. A veces salía bien, otras sólo salía del paso. Gradualmente, ese espacio me fue sirviendo para soltarme un poco más, pues - aunque ya lo hacía como representante estudiantil de mi especialidad en la Normal Superior y por razones obvias de mi trabajo como maestro de primaria - hablar desde el corazón, sin intentar que los otros aprendan o se convenzan, resultaba todo un ejercicio existencial o si no, eso sí, muy cercano, familiar. La idea era decir lo que uno sentía y les deseaba a los demás familiares para el año por venir.

El recalentado, del 25 de diciembre y el 1o de enero se hacía en casa de mis tíos Juan y Ofelia. Ahí empezaba a llegar la familia en extenso, con las huellas de la desvelada o de la resaca. Era reencontrar la fiesta del día anterior, con los primos, los sobrinos, los tíos y algunos amigos entrañables.

En las cenas de navidad y fin de año, un común denominador, era la buena y vasta comida. Mi familia siempre ha sido espléndida en ése y otros menesteres.

Las reuniones del recalentado, se aderezaban con buenas charlas, algunas copas, música de fondo y abrazos.

Gradualmente, el escenario se fue moviendo, pues algunas de las figuras esenciales de aquella enorme familia, se nos fueron adelantando. Además, los que empezábamos a tomar el relevo fuimos conformando nuestras propias familias. De esa gran familia Ortega, no dejamos de pertenecer nunca, y buscamos la manera de encontrarnos en cualquier oportunidad y, si es el caso, también en Navidad y año nuevo. Los tiempos, las circunstancias y las personas van cambiando. Se suceden unos a otros. Lo que no cambia es la felicidad que da encontrar a gente que uno quiere mucho y que, aunque la siga viendo, es hermoso compartir con éstas momentos de fiesta importantes para todos, más allá de cualquier cosa, porque son símbolos culturales de encuentro, alegría, reflexión y cercanía.

Lo que ha ocurrido en los dos últimos años, no ha menguado nuestro ánimo e intento por estar juntos, y hemos encontrado las formas, virtuales o presenciales a menor escala y número de participantes porque, como muchos de los que ahora siguen en esta lectura, sabemos que la familia y la oportunidad que nos dan estas fechas son invaluables.

De una familia venimos todos. Con defectos o virtudes. Integrada o desavenida. Con o sin alcurnia. Pobre o rica, lo cierto es que en la familia recibimos  lecciones fundamentales, buenas o malas, para vivir. En mi caso, han sido buenas y por ello me considero un tipo afortunado.

Cuando formé mi familia, me integré también a la de mi esposa, y solo tengo que agradecerle a la vida las hermosas navidades o años nuevos que he pasado, alternadamente con ellos y mis hijos, por supuesto.

Hoy será una noche más de ese tipo, y estoy seguro que la pasaremos muy bien, a pesar de lo que venimos viviendo como humanidad, porque, justamente, humanos somos y encontramos en estos simbolismos una razón para ser felices.

Espero que la pasen muy bien y que, de acuerdo a las circunstancias y su propia historia estén rodeados de gente, amigos o familiares que les hagan significar esta fecha con calidez y la esperanza y el deseo porque el año que viene tenga un poco más de luz para todos. Reciban un fuerte abrazo.