"En la Anáhuac lo ven como un bicho raro: lee mucho, es crítico y le gusta Silvio Rodríguez. Va a empezar a venir a nuestras clases en Acatlán porque quiere que le asesore su tesis. Te va a caer bien" me dijo Obed Arango, de quien entonces era yo profesor adjunto para la materia de Seminario de Cultura de Masas. Era 1996. A la siguiente clase llegué tarde (lo cual era raro, porque siempre llegaba incluso antes que el maestro Obed) y no quise interrumpir al profesor, por lo que me dirigí a las bancas de atrás. De nada sirvió: Obed interrumpió su cátedra y me dijo: "Mira Daniel, él es José Antonio, el cuate del que te hablé. Forzán, él es Daniel, el adjunto de la materia". Era un salón del segundo piso del edificio A9 en la FES Acatlán. Estabas sentado hasta adelante, junto a los ventanales. Me miraste y agitaste tu mano derecha en señal de saludo, sin decir nada. Yo sólo dije: "Hola, bienvenido". Al final de la clase me acerqué para presentarme como se debe. Lo primero que me dijiste, directo, fue una pregunta: "¿De qué religión eres?". "Soy cristiano… creo", te contesté. "¿Y tú?" "Soy una especie de católico gandhiano", dijiste. Ese fue el primero de muchos diálogos sobre religión que sostuvimos, y desde ese momento me di cuenta de tu inteligencia.

La siguiente clase me tocó impartirla a mí. Fiel a mi costumbre de usar música en mis clases, me llevé una pequeña grabadora de cassette y puse uno de Mexicanto. Al final de la sesión me dijiste: "¿También te gusta Mexicanto? ¡Yo soy mexicantero de corazón!". Creo que eso fue lo que más nos unió como amigos. A partir de ahí, compartimos discos y conciertos del dueto: inolvidables las tocadas en CU, en El Péndulo, en el Centro Cultural España. Cuando tuviste que cambiar de tema de tesis porque en la Anáhuac no te aceptaron la del zapatismo, no hubo duda en la decisión: el tema tenía que ser Mexicanto. Escribí el prólogo de la misma (y tú el epílogo de la mía, sobre Los años maravillosos). Te acompañé a entrevistarlos a Cuernavaca, en la casa de Checho Félix, con quien nos aventamos un palomazo al final de la entrevista: cantamos tres canciones que se quedaron grabadas en un cassette (ojalá lo encuentre). Hasta pensamos en hacer un dúo similar, pero nos desanimamos de inmediato: tú eras muy bueno en la guitarra pero cantabas muy feíto y yo no cantaba tan mal, pero para la guitarra era (y soy) muy limitado.

Pasamos juntos muchas aventuras, sobre todo académicas porque siempre hemos sido un par de nerds aburridos. Prácticamente hicimos juntos nuestra tesis de licenciatura, con el mismo asesor, tú para la Anáhuac y yo para Acatlán. De hecho, te titulaste primero. Siempre ibas un paso adelante: hiciste tu maestría antes que yo y después el doctorado, algo que yo no he realizado. Es paradójico y triste pensar que en ese paso de la vida a lo que sigue, también te adelantaste.

Gracias a ti, entré en la Universidad Anáhuac del Norte, en donde me presentaste a personas excelentes que siguen siendo mis amigos: Pablo Fernández, Tona Ramírez, Armando Meixueiro, Jesús González Almaguer y más. En esa universidad impartí clases durante 16 años, los mismos en los que nos encontramos, alejamos, reencontramos y volvimos a alejar. Inolvidables pláticas sobre trova, religión, comunicación y cultura. Te vi reír, llorar y enojarte. Discutimos mucho pero también nos reímos mucho. Recuerdo cuando me dabas aventón de la Anáhuac al Periférico, cuando comíamos juntos, cuando me acompañaste un rato en el funeral de mi papá. Ya no te vi ni supe mucho de ti en los últimos tres años, pero a pesar de la distancia, seguíamos siendo amigos.

Por todo ello, ahora que partiste, no dejo de pensar en esa maravillosa canción que es "Coincidir", obviamente interpretada por Mexicanto, cuya estrofa final dice:

"Si la vida se sostiene por instantes

Y un instante es el momento de existir

Si tu vida es otro instante, no comprendo...

Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio...

Y coincidir".

Adiós y gracias, José Antonio Forzán, Toño… Forzi.