¡Qué ausencia tan presente!
En mi frío cuerpo desfragmentado,
en el dolor instalado en la garganta,
en los empequeñecidos ojos hinchados,
en los nervios quebrándome ambas manos.
Tu ausencia tan presente en esta casa
como viva amenaza de que veré tu espalda
como si no estuvieras, como si regresaras en el tiempo
y yo no tuviera tiempo de escuchar cómo pasas las páginas.
A veces te busco y te encuentro,
aquí estás, aquí te tengo,
en el sillón en el que me esperabas
en total quietud y en soledad.
Como si tu presencia fuera inextinguible
y nuestro amor enorme, eterno.
Si te sueño, si te pienso y te recuerdo,
existes y reapareces en tonos de luz y sombras.
Te respiro como incienso mientras te muerdo
con los dedos ansiosos de volver a verte,
de dormir contigo y escuchar que cantas.
Y en las calles, la presencia continua de tu ausencia,
en los restaurantes al pie de la carretera,
en la taza de este café y en la hechura de mi poema.
El ausente en el espacio pasado, pesando.
Él, ausente en mis mañanas,
en mis labios que lo llaman y no los besa más.