Nosotros creíamos de Ana Banti
Es como una progresión geométrica. Un autor te lleva a otro, y éste a un tercero. Esto me sucedió cuando leí el libro Al mismo tiempo, de la escritora estadounidense Susan Sontag. El volumen contiene un conjunto de ensayos. Entre ellos el relacionado con la escritora italiana Ana Banti (Lucia Lopresti) y su obra maestra Artemisia, libro que ha sido objeto de culto y, según los críticos, una de las novelas más grandes de la literatura italiana del siglo XX. La obra narra la vida de Artemisia Gentileschi, gran pintora del barroco italiano marcada por la violación que sufrió de joven y que, aun a costa de pagar un alto precio por ello, consiguió el reconocimiento profesional en una época en la que ser mujer y artista no era tarea sencilla.
Intrigado por esos datos busqué el citado libro. Lo encontré en una compañía de comercio electrónico, pero a un precio muy alto para mi modesto bolsillo. Así que encontré otro libro de la misma autora en una de mis librerías favoritas, situada por mis viejos y añorados rumbos del jardín Pushkin, en la colonia Roma. Se trata de Nosotros creíamos.
Es el año 1883. Encerrado en su casa de Turín, el ya setentón don Domenico Lopresti, caballero de origen calabrés de inquebrantable credo republicano, empieza a escribir sus memorias. Recorre la actividad política clandestina, los doce años transcurridos en las cárceles borbónicas, la empresa de los Mil al lado de Garibaldi. Escribe con rabia, escondido, como si se avergonzase, empujado por la necesidad de hurgar en el propio pasado, entre la amargura y la desilusión antimonarquista, asiste al derrumbe de sus ideales del resurgimiento y se abandona a los recurdos de una vida errante, colmada de amistades, traiciones, esperanzas y desilusiones: una experiencia humana de gran fascinación, fundada en hechos de toda una nación, desde los inicios del ochocientos a los primeros años del gobierno unitario, dando vida a un grandioso fresco, delineado con una prosa compacta.
Un ejemplo: “Para aliviar la furia secreta y las debilidades, en ocasiones logré separarme del eterno e implacable presente, para refugiarme en el pasado, no en el mío –que en realidad me repugnaba- sino en el de las innumerables generaciones que me habían precedido, con su flujo ininterrumpido de dolor.”
Nosotros creíamos es un libro que estimula sin halagar de manera alguna al lector. No adula ni siquiera a quienes quisieran sentirse cómodos en algunas de las decepciones y amarguras de hoy con guiños del ayer.
Al respecto don Domenico escribe: “al mismo tiempo aprendí que la esperanza es ilógica por su naturaleza, con frecuencia fruto de la desesperación”.
Así concluye esta novela histórica, con las palabras cansadas del protagonista: “Dentro de poco el corazón dejará de latir, y es curioso que ahora ya no me importa dejar mis eternos problemas sin resolver: el mundo es igual que como lo encontré cuando nací, sordo y falso. He vivio y sufrido en vano. Nunca sabré si actuando de otra manera, con más prudencia y menos orgullo, no me hubiera beneficiado mejor la realización de las ideas que sigo creyendo acertadas”.