Llevamos ya 9 meses trabajando a distancia. Al principio pensábamos que se trataría de una medida de pocas semanas, pero después de concluir el ciclo escolar e iniciar el siguiente de manera virtual, entendimos que ya nada sería igual.
Podemos hacer una larga lista de las situaciones que han cambiado a causa de esta pandemia, muchas de las cuales nos tomaron por sorpresa, ya que ni en nuestros más remotos sueños pensamos en tener que realizar nuestro trabajo diario a través de una pantalla.
La forma de aprender y enseñar se transformó para adaptarse a las herramientas y realidades de los diferentes actores educativos; desde las zonas donde se pudo trabajar mediante dispositivos electrónicos e internet, hasta los maestros de las sierras o zonas rurales que se han encargado de llevar por sí mismos cuadernos o guías de trabajo a sus estudiantes.
En todos estos escenarios ha prevalecido la vocación del verdadero maestro, ese que ha ideado un sinnúmero de formas nuevas de trabajar para ayudar a sus estudiantes a continuar aprendiendo, aunque, como símbolo de una modernidad creciente a la cual no pertenecían, eso implique que ellos mismos se transformen al aprender a utilizar las nuevas tecnologías que hasta antes de la pandemia les eran totalmente ajenas.
Sin embargo, la pregunta principal sería ¿Realmente la educación cambió? Sabemos que las estrategias didácticas sí, las formas de interacción entre maestros y estudiantes se transformaron, las aplicaciones Classroom, Meet y Zoom tomaron fuerza, volviéndose aliados indispensables en el trabajo a distancia, pero ¿las personas también cambiaron?
Algunos estudiantes vieron está emergencia sanitaria como una oportunidad para aprender de una forma distinta, esforzándose por conocer las herramientas tecnológicas y por mantener una comunicación constante con sus maestros, favoreciendo así el desarrollo de su autonomía en sus procesos de aprendizaje. Mientras, maestros y padres de familia se sumergían en el conocimiento de las nuevas tecnologías, apretando botones, haciendo pruebas, pidiendo consejos y revisando tutoriales en internet.
Sin embargo, otro sector de la comunidad educativa no cambió; por el contrario, utilizaron esta pandemia como el pretexto perfecto para justificar su falta de interés por construir conocimientos nuevos. Varios estudiantes se refugiaron en las desigualdades económicas para hacer notorio que su falta de aprendizaje es consecuencia de su pobreza, ignorando que hay familias donde, pese a todas las dificultades, los niños han continuado aprendiendo, incluso buscando la manera de estar en contacto con sus maestros, sin recurrir únicamente a la opción de Aprende en casa establecida por la Secretaría de Educación Pública.
De igual forma, hay maestros cuya presencia en las aulas se debe a la "supuesta seguridad laboral y económica" que ofrece el magisterio, deslindándose de sus estudiantes al pedirles que siguieran únicamente la programación de la televisión, sin interesarse por darle un seguimiento a su desarrollo y, mucho menos, preocuparse porque pudieran aprender algo en este tiempo.
Para finalizar está reflexión, declaro que los cambios en educación sí existen, se pueden notar en la implementación de diferentes estrategias que van desde el uso de la radio y televisión para la transmisión de programas educativos, hasta las adecuaciones hechas por cada maestro para continuar trabajando con sus estudiantes a la distancia. Los cambios en maestros, jóvenes, niños, padres de familia y autoridades educativas son más complejos. En algunos casos esa transformación se aprecia en su disposición para ver esta emergencia como la oportunidad de aprender de una forma distinta, pero en otros, se reconoce que sin importar las circunstancias el cambio simplemente no llegará, porque en los sujetos no hay un interés auténtico por realizarlo.