Cuando estoy cansado hojeo libros y busco frases extraviadas. Sí, frases que se les perdieron a los escritores y de pronto caen del libro como revelaciones en la oscuridad. Por ejemplo, abro el libro de Héctor Manjarrez, Los niños están locos, y encuentro esta frase: “es el mal que se apodera de ti, tienes que luchar contra él”. La frase se cae del libro y yo la recojo, no la uso ni me la robo, nada más la recojo y la llevo conmigo, la incorporo a mi fatiga. Gran libro el de Manjarrez, por cierto.
A veces no solo caen de los libros frases perdidas sino boletos, recados de tiempos que todos hemos olvidado.
Como estaba cansado hojeaba La náusea; lo juro, pasaba las páginas del libro de Jean Paul Sartre y no cayó una frase sino una fotografía que había olvidado: un niño en piyama con juguetes, un balón de futbol y una caja grande con los vagones de un tren y las vías y todo lo que se necesita para que un tren viaje por el mundo.
El niño soy yo. Sé la fecha y casi la hora en que se tomó esa foto olvidada: se trata de la mañana del 25 de diciembre del año de 1964. Yo me las había arreglado para saber que mi papá y mi mamá compraban los regalos y me los ponían al pie del árbol de la Navidad.
Entre las 35 veces que nos mudamos de casa, un día alquilamos un departamento en la calle de Herodoto. Mis padres estaban que se morían de la tristeza porque mi hermano mayor se había ido a Alemania, pero ese día yo fui feliz como pocas veces en mi vida. Siete años. Jugué con mi papá todo el día, el tren atravesaba los parajes del comedor y las estribaciones de la sala.
Durante mucho tiempo pensé que ese recuerdo era falso. Y de pronto ahí estaba, la felicidad. Me pasa aún en mis días de otoño tardío: pienso que la alegría no existe, que la he inventado como se fabrican los sueños durante el día o las ilusiones en la noche. No se queden con una falsa impresión, la paso bien, hasta donde cabe, como se decía en la casa de mi infancia. Voy a hojear otros libros, ando cansado.
Publicado en Milenio 6 de noviembre del 2020