En cada surco de piel que se hace en el rostro de los grandes
abuelos se guardan y se viven los dioses nuestros. Es el tiempo
de lejos que se llega hasta nosotros. Por el tiempo camina
la razón de nuestros antepasados. En los viejos más viejos
hablan los grandes dioses, nosotros escuchamos. Cuando las
nubes se acuestan sobre la tierra, apenas agarradas con sus
manitas de los cerros, entonces se bajan los dioses primeros a
jugar con los hombres y mujeres, cosas verdaderas les enseñan.
Poco se muestran los dioses primeros, traen cara de
noche y nube. Sueños son que soñamos para ser mejores.
Por los sueños nos hablan y enseñan los dioses primeros. El
hombre que no se sabe soñar muy solo se queda y esconde
su ignorancia en el miedo. Para que pudieran hablar, para que
pudieran saber y saberse, los primeros dioses enseñaron a los
hombres y mujeres de maíz a soñar, y nahuales les dieron para
que con ellos caminaran la vida [...] Una luna en cada pecho
regalaron los dioses a las mujeres madres, para que alimentaran
de sueño a los hombres y mujeres nuevos. En ellos
viene la historia y la memoria, sin ellos se come la muerte
y el olvido. Tiene la tierra, nuestra madre grande, dos
pechos para que los hombres y mujeres aprendan a soñar.
Aprendiendo a soñar aprenden a hacerse grandes, a hacerse
dignos, aprenden a luchar. Por eso cuando los hombres y
mujeres verdaderos dicen "vamos a soñar" dicen y se dicen
"vamos a luchar".
(Subcomandante Insurgente Marcos, 2011:73-76).