El profesor César no sabe por qué aceptó impartir ese curso en línea. Su argumento de autoconvencimiento fue: “pero es internacional.” Lo pensó, abrumado como está ante tanto trabajo en línea y sesiones de Zoom en medio de la pandemia.
El día anterior, el profesor Labastida Esqueda apenas pudo dormir. El tema que abordaría era Ética, crisis de la modernidad y posmodernidad. Entre los pocos ratos que pudo conciliar el sueño, se yuxtaponían imágenes de cataclismo universal, los textos de Lipovetsky que había revisado y su maestro de civismo de la secundaría tratando de explicar cómo ser un buen ciudadano.
Como pudo se levantó a las 8:30. Media hora después estaba apuntando los numeritos de las claves y contraseña que le habían hecho llegar por correo electrónico. Para su sorpresa vio los rostros de más de treinta estudiantes e incluso autoridades de la universidad que lo recibieron con mucho entusiasmo.
Después de una presentación protocolaria, a la que sólo faltó la mesa con mantel, ramos de flores y aplausos luego de los breves discursos, César Labastida agradeció la presencia de todos y pidió permiso para comenzar.
El profesor del curso preguntó desde qué países se conectaban y qué estudiaban. Los alumnos básicamente eran de República Dominicana, Colombia y distintas partes de la República Mexicana, y eran estudiantes de diversas ingenierías y licenciaturas. Al escuchar los acentos de las regiones y países se motivó más.
—Quiero compartirles varias láminas, pero antes quiero preguntarles: ¿Saben qué es la Modernidad y la posmodernidad? ¿Saben por qué dicen que la modernidad es una promesa inconclusa? ¿Cómo se refleja eso en la educación y en las universidades latinoamericanas? ¿Y saben por qué las tecnologías tampoco están resolviendo lo que habían prometido en esta pandemia?
En la primera hora del curso virtual se dio un rico debate entre los estudiantes de los países representados. Casi todas las participaciones, con dificultades de audio o de estabilidad del internet, se dieron desde un enfoque crítico y argumentando la crisis por la que estábamos pasando mucho antes de la pandemia.
El profesor César prácticamente no abrió su presentación porque los participantes no lo dejaron y él, inmerso en la discusión, lanzaba más preguntas detonadoras a los estudiantes del curso ética ambiental.
—¿Y ustedes creen que en la posmodernidad hay alternativas educativas? —interpelaba el sorprendido maestro.
Las respuestas no se hacían esperar. Rectángulos en la sesión Zoom se enmarcaban de color verde y se escuchaban voces a distancia: José Luis de Bogotá, Nahia de Dominicana, Nazareth de Ciudad de México, Najaby de Chiapas, Yuly de Bucaramanga, Dyurkis de Santo Domingo… El profesor Labastida se esmeraba en ordenar las participaciones. En la virtualidad, reconocer quien quiere participar es un difícil algoritmo: revisar el chat, ver manitas en los recuadros, escuchar las voces de micrófonos desbloqueados. César intentaba conducir la sesión, pero le encantaba el cauce libre que había tomado. Explicó todo el debate ético de la crisis de la modernidad y los alumnos siguieron participando y preguntando.
—Profesor Labastida ¿Cuáles considera usted los puntos más relevantes de esta crisis de la modernidad?
—Y usted, Najaby, ¿cuáles piensa que son los más relevantes? ¿Y cree que haya alguna alternativa?
Ya eran más de las 12 del día y César recordó que lo habían citado a una junta a las 11 de la mañana, en la otra universidad donde también impartía clase. Pero se resistía a dejar este grupo su generis, en el que se sentía muy a gusto con la participación e interés que mostraban esos jóvenes.
El maestro Labastida colocó el cursor de la computadora en el botón rojo de “Salir de la sesión”, lo meditó unos segundos, y decidió desbloquear el micrófono de una muchacha de Bogotá que llevaba tiempo con el icono de la mano levantada.