El buen maestro es como el buen jazzista: conoce tan bien la estructura, la partitura, su instrumento , sus capacidades, así como las fortalezas y grietas del todo que cuando es necesario, improvisa no para destruir ni desafinar, sino para proyectar y extraer, más allá de los linderos convencionales, otro tipo de posibilidades, inimaginables cuando sólo se ejecuta un programa o una partitura mecánicamente, sin emoción ni búsqueda de otros significados o sonidos.