Los caminos de la ciencia no siempre van aparejados, con los de la cultura. La cultura implica una esfera más amplia, y no necesariamente significa avance. Muchos de nuestros patrones culturales están tan profundamente arraigados, que cuesta trabajo desmontar hábitos, costumbres y acciones que atentan contra nuestra estabilidad, convivencia armónica y supervivencia.
Este pequeño párrafo precedente lo escribo con la intención de reflexionar, un poco, acerca de la dificultad para contener un virus mortal como el que nos alcanzó en pleno siglo XXI, que nos cogió desprevenidos, no sólo a la población en general sino incluso a la comunidad científica, a los gobernantes aun de los países más poderosos, que cuentan (eso creíamos) con los recursos y la infraestructura necesarias para hacer frente a cualquier mal de ese tipo, y que parecían superadas o que eran obra de la ciencia ficción, de la imaginación de algún guionista de cine o de algún escritor de novelas fantásticas. No fue así, por desgracia. Su alcance es universal y ya la comunidad científica está haciendo su tarea a marchas forzadas para encontrar la vacuna que ayude a resolver esta terrible pandemia. Parece que los anuncios, los ensayos y pruebas de, al menos, tres o cuatro empresas farmacéuticas y universidades dan cierta esperanza de que pronto se empiecen las campañas de vacunación universales, empezando por los núcleos de población más vulnerables como son los médicos, las personas de la tercera edad y aquéllos que tienen comorbilidades. Ya hay países que empezaron más intensivamente las fases de prueba. . En la mayoría de los casos, se habla que estará disponible una u otra vacuna, en diciembre, enero. Parece, pues que hay cierta luz. Quizá haya que esperar un poco más, pero es cierto que hay avances. Lo que sí, que en ese lapso, entre la aparición y propagación del virus, hasta hoy, han muerto cerca de millón y medio de personas en el mundo. Seguimos siendo vulnerables, no hay escudo ni avance científico suficiente ante contingencias como la que apareció hace cerca de un año. Así quedó demostrado, como también ha quedado demostrado que es la ciencia, el camino para superar esa y otras adversidades similares.
Las diferentes medidas adoptadas por los gobiernos del mundo han variado en su efectividad. Son medidas que van del confinamiento a la instrumentación de acciones orientadas a advertir y sugerir a la población un cambio de actitudes y ciertos mecanismos para reducir las posibilidades de contagio. México no es la excepción. Tenemos más de cien mil muertos (una verdadera tragedia) y el manejo de la pandemia ha sido cuestionado por diversos sectores, aunque también se ha aprovechado para lucrar políticamente con la enfermedad y la muerte. Es cierto que muchas cosas pudieron o debieron hacerse de otra manera. Hay argumentos razonables que cuestionan el manejo institucional de la pandemia, bienvenidos y necesarios para la salud pública en su sentido más amplio, pero otros, francamente, son vulgares y carentes de lógica Lo que sí, es que si hay responsabilidad gubernamental, se debe actuar contra quien corresponda, pero si se trata de descalificaciones, sin rigor científico que más bien atienden a una forma de posicionarse políticamente, también éstos últimos deben ser juzgados.
Dije en un principio que cultura y ciencia no son sinónimas. Un grave problema que nos aqueja, no solo para efectos de la pandemia, sino más allá, incluso, son muchas de las costumbres arraigadas por generaciones en México y muchos países similares. El pensamiento mágico que prevalece en muchos de nosotros, afecta o complica el devenir de la pandemia y sus posibles soluciones. Mucho hemos de trabajar en ese sentido, para transitar hacia una sociedad que guíe sus actos en comunión con el pensamiento lógico y científico. La tarea debe empezar desde los pequeños microcosmos en los que actuamos: familia, escuela, trabajo, comunidad. Mucho podría hacer el gobierno para reeducar a la población. La Secretaría de Educación Pública tiene el gran reto por delante de, por fin, educar para la vida. Es un discurso que se ha venido pregonando en los últimos sexenios, sin traducción concreta en las prácticas pedagógicas y, sobre todo, en el diseño de una política educativa que vaya más allá de certificar o promover estudiantes al mercado laboral, eficientes, aunque no necesariamente pensantes ni mucho menos críticos y con propuestas razonables para gestar los cambios que requiere nuestro país.
¿Qué esperar de un secretario de educación pública (así, con minúsculas) de origen y pertenencia a lo más nefasto y vil del empresariado nacional? Muy poco. Nada. Parece que debemos nadar a contracorriente, fortalecer la organización magisterial reagruparnos y empujar para adelante. Entretanto, sin que se vea como una lucha aislada, hay que contagiar a los compañeros de virtud, si me permiten la frase, para recuperar el sentido transformador de la educación. Hoy más que nunca.
Una verdadera educación para la vida es la que debe gestionarse en las aulas de nuestras escuelas. No educar por competencias; educar para la convivencia, para la salud, para la paz, para la preservación de las especies, para la equidad, la justicia. ¿Qué papel más importante podemos jugar como maestros, hoy, si no es desmontar peligrosas inercias culturales y atavismos; si no es para enfrentar al pensamiento mágico, para dotar de herramientas para la razón, para convertir las escuelas (a distancia, por lo pronto) en recintos de virtud en los que aprendamos a vivir de otra manera?
Cambiar la mentalidad conformista, resignada, acrítica y hasta peligrosa para la vida, por otra que exija, participe, cuide su salud y su alimentación, haga ejercicio, lea por placer, aprenda a razonar e imaginar y luchar por otras formas de vida más dignas. Una sociedad nueva, que está en proceso de gestación y que no podemos encajonarla en conocimientos vacuos, lejanos a su realidad y su contexto, que, hasta ahora, han servido para poca cosa, sobre todo cuando somos meros ejecutores de planes y programas cuya visión es sostener un modo de producción y no transformar la realidad que nos aqueja, llena de violencia, odio, violación, discriminación, feminicidios, secuestros y mucho más.
Falta tiempo para ver la luz al final del túnel. Más aún para regresar a escenarios de la mentada normalidad en la que vivíamos. Nada será igual, eso es cierto. La escuela habrá de sufrir una metamorfosis profunda, más allá de las medidas paliativas que se han establecido y que, como lo señalé en el artículo anterior, de poco han servido, salvo por la gran tarea de las maestras y maestros mexicanos. La ciencia está haciendo su tarea. Cuidémonos entretanto. Las lecciones del coronavirus deben ser aprovechadas para pensar en una realidad vivible en el mundo después de la pandemia.
Esperemos que el 2021 sea un año mejor, para todos, con el paso de los meses por venir. Esto todavía no se acaba. Hay que ser fuertes y cuidar nuestra salud y la de los demás. Un abrazo a mis escasos pero muy apreciados lectores.