El resultado es un plato melancólico y poético, un apocalipsis discreto y disfrutable.
Manuel Kalmanovitz G
Una de las funciones del cine distópico, encargado de narrar posibles escenarios catastróficos o apocalípticos, es la de anticiparse; adelantarse para prevenirnos. Mostrarnos que, si las tendencias negativas de las distorsiones sociales sobre la naturaleza continúan, pueden precipitarse y desencadenar consecuencias irreversibles. La pandemia actual, provocada por el virus SARS-CoV-2, conocido como Covid-19, tiene mucho que ver con la película que aquí nos ocupa.
La cinta Al final de los sentidos ( Perfect Sense Mackenzielos, D, Reino Unido, 2011) cuenta la historia de una pareja: la joven epidemióloga Susan (Eva Green) y un chef Michael (Ewan McGregor) en el Londres contemporáneo. Es una historia de amor entre estás dos personas: poco afines e individualistas y que viven solos. Tienen un interés marcado en el trabajo ( un laboratorio y una gran cocina ) y han tenido distintas relaciones sin mayor apego. En principio, la vecindad los presentará debido a la proximidad entre la parte trasera del restaurante y el departamento de ella. Muy poco a poco, de forma cautelosa van formalizando una relación afectiva.
Sin embargo, el contexto es el de una pandemia- como siempre, que surge en un lugar muy lejano y por causas ignoradas - y comienza a manifestarse en las personas con síntomas como la depresión y la pérdida del olfato. Seguirá el gusto, el sentido auditivo y la violencia entre ellos mismos y los demás. Es notable que cuando se representan escenas de otras partes del mundo para ejemplificar lo que está pasando, observamos siempre algún país africano, escenas de la India y México. Da la impresión de que la película se mueve entre lo acontecido en nuestro país en el 2009 con el virus H1N1 y un futuro incierto, que se concretó en el 2020 a escala planetaria.
En la película, a la ciencia médica del momento le cuesta trabajo reaccionar, fiel a sus paradigmas, trata la enfermedad generalizada con lo que puede, pero es rebasada por la circunstancia. Los contagios masivos se vuelven una avalancha que tocará a la pareja irremediablemente.
Es relevante que sean los sentidos los que son atacados y anulados. La narración nos recuerda que mucho de la especie, como diferente a las otras especies vivas, no son los sentidos, sino el uso cultural que se le da a los olores, sabores, colores, sonidos y tacto. Por eso el filme sigue la intimidad de esta pareja, que se disfruta, pierde y recupera al mismo tiempo que vive la tragedia de ya no percibirse corporalmente. ¿Somos humanos en tanto percibimos, sentimos y amamos? ¿Dejamos de serlo al perder esto?
La fragilidad humana es retratada antes del fenómeno destrozo, en personas desligadas y sin querer compromisos, y en su evolución colectiva y paradójica en la pareja : mientras más se aman, menos pueden disfrutar lo otorgado por sus sentidos.
La cinta anticipa la prohibición, el uso generalizado de tapabocas, el miedo, el confinamiento y el mundo desbocado en el que la mitad del mundo trata de vivir cierta normalidad y a la otra mitad ya le deja de importar todo. Aunque no lo parezca seguimos hablando de la película inglesa.
Anticipa también el cine por venir en el que la pandemia será un contexto y protagonista inevitable.