I
Desde la escuela primaria, César Labastida Esqueda tuvo buenos maestros de Educación Física. Recuerda a Blanquita, en quinto grado:
─Déjelo correr entre sus piernas ─refiriéndose al balón─ píselo, alce la cabeza, toque la bola y muévase ─y luego de rematar, la profesora agregaba. ─No por chaparro no lo va a aprender; Napoleón era más chiquito que usted.
En la Secundaria, al maestro Cano, que le enseño a volear, algún estilo de nado y con el que fueron a varios campamentos en el Estado de Morelos.
Al profesor Nava en la prepa:
─Vienes botando al entrar al área, tomas el balón con el brazo derecho; pie derecho, hacia afuera, pie izquierdo empujando para levantarte y buscas el cuadro. Ahí está su entrada y canasta, señores.
O al maestro Roberto Sosa del club de lucha:
─No señor, primero el cuello, bajas a tu oponente y te metes en el cuerpo, girando para derribarlo.
También evoca al profe Pablo Jasso:
─¿Cuántos tipos de motricidades conocen? ¿Por qué es importante que las conozcan? Porque no estamos en el patio y sí en un salón con una pizarra, borrador y gis.
O al coach Sam:
─Este juego ya se perdió, pero quiero cuatro puntos. Vamos a darle la vuelta, no al marcador, a nuestra actitud. Dos canastas y nos vamos.
El deporte para César Labastida Esqueda no alcanzó a ser el eje rector de su vida, pero le enseño mucho: a mantenerse en forma, tener condición física, tener mejor salud, equilibrio. A respetar a los demás, disciplina, formación, trabajo personal, entrenamiento, aprender a ganar y perder, compartir, respetar, ser serio por el juego mismo, trabajo en equipo, planteamiento y logro de metas, una lectura de la vida distinta y búsqueda infatigable de alternativas.
César nunca abandonó el deporte, aunque nunca destacó en alguno. Sin embargo, en una cancha de básquetbol cercana a su casa, suele lanzar con entusiasmo, un balón que no encesta en la canasta el noventa por ciento de oportunidades.
II
César ve en los juegos Olímpicos, que se celebran cada cuatro años en alguna ciudad del mundo, algunos elementos de la educación sentimental de su país. Es decir, no es que no vea a los grandes corredores, nadadores, gimnastas, atletas, y otros deportistas desplegar toda su fuerza, talento, desempeño, en sus ejecuciones. Claro que lo ve y aprecia. Cada Olimpiada traerá a sus reyes y reinas.
Pero lo que le llama mucho la atención es el milagro de cómo algunos deportistas mexicanos logran ─teniendo todo adverso, en un trampolín, en un maratón, en un ring de boxeo, con una patada en el pecho o en un salto acrobático─ obtener una medalla.
Y, lo más importante, el impacto que provoca esa medalla en los medios de comunicación, en el pueblo de México y en el deportista, que con frecuencia no ha tenido apoyo del gobierno, ni estímulos, ni tecnología, sin coach y sin equipamientos deportivos. Y cómo, a partir de ese hecho, toda la nación se adjudica esa medalla ganada con mucho pundonor, sudor y tenacidad.
Habrá llanto al escuchar el himno, banderas desplegadas en el aeropuerto, fotos en muchos lados, entrevistas, documentales, imágenes y comentarios en redes sociales, en prensa, en televisión y radio, y por supuesto en el Comité Olímpico.
Y cuando pasa el tiempo y terminan las Olimpiadas, los medios de comunicación, la sociedad y sus gobiernos dirigen sus proyectores hacia otros asuntos másimportantes y redituables. Entonces, si bien le va al medallista olímpico, regresa otra vez a la soledad de sus entrenamientos.
III
El profesor César Labastida está extasiado mirando la Inauguración de las Olimpiadas de París. Recordar el origen de estas justas deportivas en Grecia y luego la institucionalización de los Juegos Olímpicos modernos con el espíritu de paz y reconciliación que impulsó Pierre de Coubertin, le conmueve mucho.
La inauguración se desarrolla al aire libre, no dentro de un estadio. Los representantes de cada país recorren el río Sena sobre barcazas. En su recorrido se mezcla el presente con el pasado, en los edificios históricos de París, produciendo una sinfonía visual y sonora.
Labastida observa con admiración cómo, a lo largo del recorrido, se presentan espectáculos de la cultura francesa: la evocación del Moulin Rouge a cargo de Lady Gaga; una muestra del Can-can, haciendo vibrar el escenario con energía contagiosa; el grupo de death metal Gorija hace una interpretación espectacular de la Revolución Francesa, mezclando música y teatro en un homenaje vibrante.
Participan artistas de diferentes géneros: Aya Nakamura, nacida en Mali, danza y canta sus éxitos “Pookie” y “Djadja”; como contraste cultural, aparece el pianista Alexandre Kantorow y la voz de Axelle Saint Cirel, quien entona la Marsellesa.
César Labastida contempla una evocación al cinematógrafo de los Lumiere; observa un globo aerostático como aporte de la tecnología francesa al mundo. Irrumpen en la pantalla los Minions olímpicos haciendo gracejadas con su lenguaje gutural y destrozando escenarios en el más burdo humor de pastelazo.
Continuando el recorrido por el Sena, el profesor Labastida aprecia por televisión el homenaje a grandes mujeres francesas, desde Gisèle Halimi hasta Simone Veil, que se despliegan como estatuas cerca del edificio de la Asamblea Nacional. El contratenor Jakub Józef Orliński conmueve con su canto, mientras un artista de rap, de nombre Rim’K, genera un sincopado musical.
Para ese momento, la Inauguración ya había alcanzado aproximadamente dos horas de duración. Y aún faltaba lo fundamental. Entonces la ceremonia continuó con un desfile de modas extravagante y diverso, acompañado por música electrónica. No lo sabría Labastida ni toda la audiencia, pero ese desfile y algunos encuadres televisados, provocarían una polémica alrededor de la supuesta alusión a “La última cena” de Da Vinci, por parte de unos personajes de la diversidad sexual que actuaron en dicho espectáculo. Esas imágenes se viralizarán en las redes sociales y en internet levantando ámpula en diversos sectores sociales. Para César ese evento pasó inadvertido, sin embargo, lo que atrajó poderosamente su atención fue la interpretación de "Imagine" a cargo de Sofiane Pamart, quien tocando un piano ardiente junto con la voz de Juliette Armanet elevaron el espíritu de esperanza y unidad.
Posteriormente, una Juana de Arco no binaria, cubierta con armadura plateada y llevando la bandera olímpica en la espalda, cruzó el Sena montando un corcel metálico de plata. Así, entregó la bandera olímpica, la izaron en un gesto lleno de simbolismo. A partir de ese momento, se desplegó un deslumbrante juego de luces en la Torre Eiffel, cerrando esa parte del espectáculo.
César Labastida, a continuación, escuchó la parte protocolaria de todo certamen Olímpico. La parte más aburrida; es decir, los discursos de los directivos y funcionarios involucrados en la ceremonia, hasta que le tocó el turno al presidente Macron para inaugurar los juegos Olímpicos 2024.
Después, bajo la misma torre Eiffel, Zidane recibió la antorcha Olímpica y se la cedió a Rafael Nadal, quien se embarcaría en una lancha con Carl Lewis, Nadia Comaneci y Serena Williams, para retornar al Jardín de las Tullerías por el río Sena. Al llegar, el grupo de medallistas olímpicos otorgaron la antorcha a diversos atletas franceses entre los que destacaban la tenista Amélie Mauresmo, el basquetbolista Tony Parker y tres atletas paralímpicos, quienes formaron una escolta. La antorcha finalmente se entregó a las manos de dos atletas: la gimnasta Marie-José Pérec y el judoka Teddy Riner, de Isla Guadalupe, ambos de ascendencia africana, representando así, la fortaleza y el orgullo de la diversidad cultural en que se ha ido forjando la sociedad francesa contemporánea.
Para finalizar la ceremonia, se presentó Céline Dion, haciendo un tributo a Edith Piaf. Y cerró el evento con su extraordinaria voz, interpretando la conmovedora “L’Hymne a l’amour” mientras el pebetero se subía por los aires de la ciudad de París, flotando como globo aerostático y simbolizando la elevación de los ideales olímpicos.
Este espectáculo ─pensaba el profesor Labastida─ no sólo sintetizaba la esencia de la cultura occidental y francesa, sino que también evocaba sombras del imperialismo y del colonialismo europeo.
Con el corazón pleno de emociones encontradas, César Labastida se dejaba llevar por la majestuosidad de la ceremonia, reflexionando sobre el verdadero significado de los Juegos Olímpicos y su capacidad para unir a la humanidad en un espíritu de paz, incluso en tiempos de conflicto y controversia. De tal manera que se preguntaba las razones por las que algunos deportistas rusos y bielorrusos estaban asistiendo bajo la bandera del Comité Olímpico, como consecuencia de la invasión a Ucrania; mientras que la participación de Israel y Estados Unidos no era cuestionada por el mismo Comité Olímpico Internacional, luego del evidente genocidio que padece el pueblo Palestino.
Y a pesar de sus reflexiones éticas y políticas, César no dejaba de reconocer que los deportes, y en particular los juegos Olímpicos, significan un proceso educativo digno de ser estudiado; desde la forma en que los países y las diferentes culturas se implican con los deportes y los vinculan a sus escuelas y sistemas educativos, hasta las diferentes alternativas que los deportes, por sí mismos, generan educativamente, al margen de los sistemas sociales ya establecidos.