Querido Pier Paolo es el título del libro que escribió Dacia Maraini para conmemorar el centenario del nacimiento del poeta y cineasta Pier Paolo Pasolini. Es un homenaje a la amistad, expresado a la manera epistolar, en la que se relatan sueños y vivencias de su autora. Es un texto íntimo, pleno de contradicciones y es la excusa perfecta para abordar temas como la homosexualidad, el feminismo, el aborto, la muerte, la maternidad y la burguesía, a la que tanto atacaba el director de El evangelio según san Mateo.
Dacia Maraini tiene más de ochenta años. Tenía treinta cuando, acompañada por Alberto Moravia, conoció a Pier Paolo. Cómo y por qué, no lo recuerda. En aquellos años, “uno se reunía fácilmente en algún restaurante de Roma, por ejemplo, en Rosati, en la Piazza del Popolo o en Gigetto, o en el Portico d’Ottavia, en fin en alguna trattoria barata, por la pura alegría de verse”.
Señala que en alguno de esos sitios podía encontrarse a Federico Fellini, a Elsa Morante, a Natalia Ginzburg, a Bernardo Bertolucci, “y también, naturalmente, a ti, requeteguapo, aunque pequeño de estatura y siempre silencioso y severo, con esa mirada dulce y desesperada que dirigías al mundo. Nos veíamos por el placer de estar juntos y hablarnos, sin objeto alguno”.
Dacia, Alberto y Pier Paolo viajaron juntos, tuvieron aventuras irrepetibles en lugares aún no afectados por la globalización, en especial por África; alquilaron juntos una casa en Sabaudia, un pueblo costero ubicado al sur de Italia, para escribir cerca del mar, y luego Pier Paolo fue asesinado mientras ella estaba en otra ciudad. Desde entonces la visita en sueños.
En una entrevista concedida a la revista Elle, a la pregunta de ¿por qué narra sus recuerdos a través de sueños contestó: “Porque es la verdad. La primera vez que lo soñé estaba en mi terraza y me dijo que sabía que había muerto pero que ahora había vuelto a la vida y quería empezar a hacer películas nuevamente. Sus técnicos me animaron a decirle que no podía trabajar porque había fallecido, pero él insistió y me dio mucha vergüenza. Desde aquella noche he soñado muchas veces con él, siempre huyendo, pero siempre vivo y activo. De ahí la idea de los sueños, algunos verdaderos, otros retomados como una historia de recuerdos comunes”.
La autora de Isolina se refiere a que Pier Paolo se enamoraba de las mujeres, pero sin el sexo, “Tenías fuertes amistades femeninas. Cómo no recordar a Elsa Morante, con la que viviste un vínculo férvido y apasionado. Y cuando estabas a su lado no te preguntabas si era mujer u hombre. Elsa era Elsa, en su vehemente e inteligentísima toma de posesión de la vida (…) Otras mujeres amaste, como Laura Betti, como Maria Callas. Con tal de que el sexo permaneciera cerrado, fuera de la puerta cerrada de tu cuerpo. Con estas condiciones te encomendabas a la cercanía femenina que, queriendo o no, se transformaba, bajo tu mirada desasosegada, siempre y por impronta infantil en un cuerpo materno”.
Al referirse al injusto diluvio que decretó un Dios severo y rencoroso, que se inventaba castigos de órdago, como fue el diluvio, en el que se ahogó todo un pueblo, sin importar que había niños, mujeres, todos ellos inocentes destinados a morir ahogados, excepto el buen Noé, su mujer y, de dos en dos, todas las especies animales. “Claro que, ¿cómo se llamaba la mujer de Noé? No encuentro su nombre por ningún sitio. ¿Acaso debo pensar que las mujeres en aquella época no tenían derecho al nombre, porque eran sencillamente la propiedad de un padre y después de un marido? También la mujer de Lot carece de nombre”.
A pesar del inmenso cariño que la escritora tenía por Pier Paolo, no deja de reconocer las contradicciones en las que vivía el poeta, y lo expresa así durante una charla sostenida en la terraza común de su casa en Sabaudia con Alberto (Moravia):
“En aquella terraza discutían serenamente. Alberto te hacía notar que, aun exaltando la pobreza humilde e inocente, tú te encontrabas perfectamente a gusto en una hermosa habitación con tu buena ducha dotada de agua corriente caliente y fría, te encontrabas a gusto con el Alfa Romeo con el que corrías a tus citas nocturnas, amabas el cine de Orson Welles, los cómodos zapatos de ante. ¿Cómo conciliar las comodidades de hoy con la nostalgia y la admiración por un ayer que carecía de agua corriente, de baños, de coches, de aviones, de cámaras y aparatos fotográficos de los que te servías con tanto gozo y libertad? Además, Alberto te decía que todo elogio de la pobreza proveniente de un hombre rico resulta sospechosa”.
Y en otra de sus cartas, en que la escritora narra un sueño en el que Pier Paolo corría por la dunas de Sabaudia, con el pelo encrespado por el viento, insiste en el tema de la pobreza y las comodidades: “no habrías aceptado montarte en un camión que tosía como un asmático, que se encaramaba lento y con los neumáticos desinflados por las dunas, deteniéndose de vez en cuando para recuperar el aliento como un viejo camello muerto de sed y de cansancio”. Así visitaban a los países más pobres y arcaicos como la India, Yemen, África “(…) desde luego, no como invasores, las armas no nos concernían, pero sí como ricos extranjeros que meten las narices en la pobreza ajena. Quizá para testimoniar en su favor, para contar su pena. Pero con toda la simpatía y la comprensión por aquella pobreza, nosotros nos quedábamos en un lado con nuestras comodidades y ellos en el otro con su miseria y su hambre”.
En otra de sus cartas, cargada de recuerdos, le pregunta “¿Éramos felices en aquellos días marinos que precedieron un poco a tu muerte?” Y se contesta con firmeza: “La felicidad se descubre siempre después, cuando ha pasado. Forma parte de los enseres de la nostalgia, evidentemente”.
Al recordar un comentario de Pier Paolo, acerca de la influencia que tuvieron en él los poetas simbolistas franceses, Dacia Maraini le comenta lo curioso “que fuera Rimbaud, el menos político de los poetas, quien te hiciera volverte antifascista. Claro que se te parecía no poco por lo que atañe a elecciones de vida y al sentido de lo trágico. Tú mismo decías, sin embargo, que había una contradicción entre tu amor por el gran poeta simbolista y tu necesidad de meter las narices en la realidad”.
Y también se refiere a la poesía hermética, cuando recuerda la lectura que hizo el director de Teorema, de la poesía de Ungaretti. “No se puede olvidar, apunta Maraini, que la poesía hermética nace de la necesidad de rehuir de una dictadura totalizadora, que se cebaba en las palabras y en los pensamientos. Tú, una vez, me citaste a Franceso Flora, ¿te acuerdas? Te gustaba cómo había recordado que la palabra hermetismo deriva de Hermes, el dios de las ciencias ocultas y misteriosas, y era una poesía que se pretendía oscura, cerrada, difícil de interpretar precisamente porque había nacido en tiempos del fascismo y de la censura”.
“Hace tiempo que siento, cada vez más fuerte la añoranza del seno materno”, le recuerda la escritora italiana a Pier Paolo, cuando él mimsmo confesó esa tristeza en su libro titulado Propósitos de ligereza. Y al respecto Maraini asevera: “El vientre materno quizá es el verdadero paraíso del que nos ha echado nuestro anhelo de conocimiento y de libertad ¿No es así? ¿No es verdad que solo saliendo de ese paraíso encontramos la fatiga, la pena, la muerte? Maldito sea el deseo de conocimiento, dice nuestra religión. Si queremos seguir siendo felices, deberíamos cerrar los ojos, taparnos las orejas y la boca; si no queremos sufrir, deberíamos permanecer acurrucados y solitarios en ese nido de paz y felicidad”.
La autora de Los años rotos aborda un tema actual que afecta a todo el mundo, la devastación de nuestra planeta, en estos términos: (…) hoy, que somos ocho mil millones de seres humanos, dispuestos a consumir todas las riquezas de la tierra, a contaminar los mares, a hacernos la guerra por la disponibilidad de agua y de comida, diría que la actitud se puede cambiar. Es probable que sea la naturaleza misma la que aliente la homosexualidad, que disminuye el ritmo de crecimiento del hombre en la tierra”.
Y más adelante Dacia Maraini recuerda a sus amigos y su desaparición: (…) estaba Bernardo Bertolucci, el jovencito de las mil dotes. Había empezado con un libro de poesías que tú había elogiado y luego se pasó al cine. Y allí estalló su verdadero gran talento. Sus películas fascinaron al mundo entero. ¿Sabes que ha muerto hace poco? Estos últimos tiempos estaba prisionero de una silla de ruedas. A mí me parecía imposible, habiéndolo visto siempre con los pies sólidos, que echaban raíces en la tierra, una sonrisa afectuosa en los labios. Los amigos queridos se mueren haciéndonos sentir más solos”.
Continúa con sus recuerdos de los amigos mutuos: “(…) podía distinguir el cuerpo glorioso de Federico Fellini, con su cara siempre dispuesta a la sonrisa, la voz infantil y la imaginación extraodinaria. Con él avanzaba con pasos felinos, Marcello Mastronianni, el actor generoso que se pasaba los guiones por el forro para inventarse los diálogos de las películas, y junto a él, mira qué sorpresa, también Anna Magnani que se divertía hablando en dialecto romano tomándole el pelo a los amigos, y luego Giorgio Bassani y Marco Bellochio: una multitud de amigos que se multiplicaban variopintos y huidizos dentro de la mirada inquieta y delirante de la noche”.
Y concluye: “¿Eran días que debería añorar? No sé si éramos felices, Pier Paolo, pero desde luego vivíamos la amistad como una gracia lunar; el gusto de estar juntos sin un objetivo”.