Para Alessia: niña hermosa que me iluminas aun antes de nacer.
Desde la Grecia antigua los juegos olímpicos se han significado como las competencias donde se enfrentan los mejores atletas en diversas disciplinas; algunas se han incorporado con el devenir de los años y otras han desaparecido. Lo cierto es que generan una enorme expectativa, y más, en estos tiempos en donde es posible acceder a las imágenes en vivo, desde casi cualquier lugar del planeta.
En estos días todos somos ‘expertos’ y hablamos de las hazañas y nos vestimos con la bandera cuando gana o sube al podio algún compatriota. ¿Quién no recuerda la alberca Olímpica en 1968 con la multitud arengando al Tibio Muñoz rumbo al oro en los 200 metros estilo de pecho “¡México, México, México!?”
¿O la gesta del Sargento Pedraza entrando al Estado Olímpico Universitario cerrando dramáticamente contra el ruso Golubnichy -en ese evento, para entonces extraño para la mayoría de los mexicanos- la caminata o marcha de los 20 kilómetros y quedarse con la plata entre los dos soviéticos?
Y así el guante del poder negro en el podio de la final de 200 metros de atletismo en México; la vez que el afroamericano Jesse Owens humilló a Hitler en los juegos de Berlín, cuando el fuher decía que la raza aria era superior al resto; o el indio Piel Roja Jim Thorpe recibiendo su medalla de parte del Rey Gustavo de Suecia diciendo modestamente: “gracias” cuando el rey le decía: “Sr, es Usted el atleta más grande del mundo”. Tantas las hazañas, tantos los atletas: sudor, esfuerzo, alegría y llanto. Reconocimiento al ganador y olvido ingrato al perdedor.
Los Juegos Olímpicos, pues, están llenas de anécdotas, hazañas y tragedias deportivas que se requeriría hacer un libro para consignarlas todas.
Pero detrás del deporte, de los juegos olímpicos y casi de cualquier competencia con grandes reflectores, hay dinero, intereses, política, cultura, xenofobias o nacionalismos trasnochados.
Es difícil ocuparse de todo, menos en un espacio reducido y con otros fines: ahora que están los Juegos Olímpicos Paris 2024 quisiera distraer su valioso tiempo para disertar sobe algunas cuestiones que me parecen importantes y que solo anotaré para la reflexión y pensamiento de cada uno de ustedes.
- Deporte y competencia.
El barón Pierre de Coubertine célebre por su frase: “Lo importante no es ganar sino competir” le dio una dimensión muy significativa al espíritu olímpico pues recuperó la esencia de la práctica deportiva: la lucha gallarda de los atletas y el esfuerzo previo para llegar a tales instancias, sin importar el resultado. ¿Cuántas veces no decimos que solo fueron a pasear los mexicanos que no obtienen medallas, sin considerar que hacen su mejor esfuerzo y que son los mejores en sus disciplinas a nivel nacional? En un país cuyas medallas son pocas comparadas con las grandes potencias deportivas, solemos ser injustos a la hora de calificarlos.
Es cierto que todos desean ganar, y que parte fundamental del deporte es ganar, pero debiéramos ser más cautos antes de evaluar desde el confort de un sillón o una butaca en el estadio. No todas las guerras se ganan y, a veces, las grandes batallas vienen desde antes de entrar a la competencia.
- Paz y guerra: el deporte como posibilidad de fortalecer la fraternidad.
Ante lo que ocurre en Ucrania y en Palestina donde miles han muerto es imposible no pensar en la fraternidad que promueven los Juegos Olímpicos, independientemente de que dichos genocidios no se resuelvan; lo contrario sería pecar de ingenuos, más cuando muchos de los países caracterizados por sus invasiones o decisiones político – militares han afectado o afectan a miles de ciudadanos de países débiles, se encuentran participando destacadamente. Pero los juegos y quienes participan en ellos (sin saber a ciencia cierta la ideología o punto de vista de cada uno) no son culpables per se: ellos no son quienes toman las decisiones ni mandan a invadir o matar a otros ciudadanos.
El espíritu deportivo, las grandes batallas en el campo, la piscina, el gimnasio o el ring nos muestran a un atleta contra otro o a un equipo contra otro, bajo ciertas reglas y apreciaciones (no siempre las más imparciales, por cierto) en las cuales alguno(s) gana(n) y otro(s) pierde(n). Regularmente se saludan al término del evento, a pesar de las diferencias políticas, sociales, étnicas o religiosas. No, claro que los juegos no resuelven las desigualdades ni las aberraciones o intromisiones de unos países a otros, pero, al menos, dan la posibilidad de mirar el mundo, por unos días, bajo la lógica del espíritu deportivo que puede hermanar o, al menos acercar por momentos, a atletas de diversas naciones que simbolizan, potencialmente, la paz a la que anhelamos – quiero creerlo así- la mayoría de las mujeres y hombres de buena voluntad que habitamos este conflictivo y desigual planeta.
- ¿Universales, malinchistas, xenófobos, racistas o incluyentes?
De Olimpia, Grecia, al mundo entero. Ya se señaló líneas arriba cómo Hitler intentó utilizar a los Juegos Olímpicos de Berlín como la ventana para demostrar la superioridad de la raza aria. Ese pseudoargumento fue totalmente desmontado cuando Jesse Owens habló por sus hermanos en la pista del estadio. Al ganar, mostró que ni la presunta superioridad aria ni la inferioridad de los afrodescendientes era algo sostenible.
Lo curioso es que algunos sectores de la población –no solo en los Estados Unidos- siguen pensando que los ‘blanquitos’ o ‘güeritos’ son el culmen, la síntesis, o bien, el estándar étnico superior. Desde esa perspectiva o lente retrógrada aprecian a quienes tienen ascendencia anglosajona o caucásica y descalifican, discriminan, segregan, persiguen o matan a los diferentes.
El deporte tiene varios emblemas, no blancos, que han obligado a algunos de estos racistas a aceptar o tolerar que los representen en los eventos deportivos.
Si volteamos un poco la mirada hacia la Eurocopa, por ejemplo, notaremos que muchos de los jugadores más destacados no son los que tradicionalmente representaban a los equipos europeos. Francia, Inglaterra, Países Bajos, España y aun Alemania, la mayoría potencias que saquearon , segregaron, esclavizaron y colonizaron América, Asia y África, juegan con jugadores de esas mismas colonias o ex colonias; no caucásicos que, gradualmente, han conquistado el reconocimiento por su calidad deportiva, con algunos casos emblemáticos que, incluso, han utilizado su poder mediático para llamar a no votar por partidos políticos de ultraderecha como ocurrió con Mbappé en Francia, pues es en estos partidos y grupos conservadores donde el germen racista persiste.
Lamentablemente, es cierto, ese germen retrógrado persiste en miles de ciudadanos alrededor del mundo, y no todos los africanos, indios u orientales merecen la misma atención ni consideraciones que los grandes deportistas, pero son ejemplos de cómo el deporte puede y debe ser una oportunidad para cambiar el mundo violento, racista, xenófobo.
Que el racismo y la xenofobia se incuben en quienes nacieron en determinado lugar, con ciertas características étnicas y bajo cierta hegemonía cultural, puede explicar, que no justificar, sus miedos, soberbia o complejos: su racismo; pero que. lo hagan quienes al ganar cierto estatus y sean pertenecientes a un grupo históricamente marginado o despreciado no es ni explicable ni, mucho menos, justificable.
No hay etnia, país o cultura superior, ni inferior; son las condiciones sociohistóricas las que han colocado bajo los criterios de la civilización occidental a unos por encima de otros, y es tiempo de seguir desmontando esa barbaridad.
El deporte, los Juegos Olímpicos y el arte no solo entretienen, pueden darnos ejemplos de dignidad, solidaridad o fraternidad. John Lennon, lo sintetizó de manera notable con su himno a la hermandad y la paz universal: Imagine.
Imaginemos otro mundo y hagámoslo posible desde nuestras posiciones, por muy modestas que parezcan. Como dice ese hermoso canto: “Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único”.
Disfrutemos los Juegos Olímpicos: salud y paz para todas y todos.