A pesar de que la asistencia de niñas, niños y jóvenes a la escuela, más que la salud y el trabajo, es una de las tres áreas más significativas para las familias mexicanas, ha ocurrido con frecuencia que, a la Secretaría Educación Pública (SEP) en México, lleguen y no por méritos, las y los premiados o improvisados, las y los desechados, y quienes están de paso o en la espera de otro puesto. Por eso ahí vemos cambios tan frecuentes. En la administración de Salinas hubo cuatro titulares, en la actual, tres, y el ahora nombrado aún antes de tomar posesión ya es radicalmente cuestionado. Sucede también que cuando se designa a un titular, este es objeto de críticas y antes de dejar el puesto, precisamente porque no tiene mucho que perder impulsa iniciativas regresivas (como fue el caso en el sexenio menguante contra el derecho a la educación, contra la gratuidad y en favor de la evaluación y la mercantilización de la educación) y luego simplemente es enviado a una embajada. En ese sentido, sí es un problema que la llegada de un titular de la SEP sea básicamente por sus habilidades para trabar alianzas de gana-gana, y, además, es problema lo que dejará como herencia cuando tarde o temprano tenga que partir.