Nota introductoria: Esta entrevista se publicó el lunes 5 de agosto de 1985, en el suplemento “El Día de los jóvenes” del periódico “El Día” (hoy desaparecido). Fue realizada en el café Gran Premio, de la colonia San Rafael, que funcionaba casi como su oficina, ya que diariamente, durante mucho tiempo, ella se detenía ahí a beber una taza de café. En ese lugar, gentilmente, ofreció esta conversación quien ya era considerada la “mejor entrevistadora de México”. Hoy se trae nuevamente a la lectura, como un homenaje a su trayectoria. Quien recuerde su voz, podrá escucharla en su imaginación, ya que sus palabras están llenas de su pasión por la ciudad de México.
Creo que la ciudad de México está llena de encantos y de magia. Esto es algo que no se te entrega de inmediato, es algo que se te va revelando conforme profundizas en ella. No creo que haya alguien que la conozca completamente porque es infinita. Es una ciudad que tiene algo grandioso que está en todas partes.
Nuestra ciudad tiene carácter y misterio: dos cosas fascinantes. No creo conocerla, la intuyo, la siento, la amo de una manera casi perversa, enfermiza. No me puedo salir de ella. Si estoy fuera por un momento, la extraño mucho. Hay lugares que detesto, que me agobian, que me hacen sufrir mucho, pero hay otros donde está mi lugar, ellos son mi salvación. Ahí encuentro todo lo que yo quiero, aunque no sean lugares bonitos ni turísticos. A esta ciudad hay que conocerla y perdonarla. No voy a pretender que es la ciudad más bonita o la más ordenada, pero amar una ciudad como Londres o como Ámsterdam debe ser muy fácil. Para amar a la ciudad de México hay que sentir algo más.
Me acerco a ciertos lugares de la ciudad porque me avisan que hay alguna cosa interesante. Bonita o fea, pero algo interesante, algo qué ver. Las voces de otras gentes me guían y creo que sólo así puede acercarse uno. Es un acercamiento amoroso, voy en pos de muchas cosas que me pertenecen, cosas que he vivido y las cuales vive otra gente ahora. Es el encuentro y la salvación de otros momentos que puede rescatar esa gente. Al ir con ellos, doy voz a gente que creció como yo o en circunstancias semejantes.
Es un encuentro amoroso porque la ciudad me dio casa, oportunidad de ir a la escuela, trabajo y me ha dado la libertad. En ciertas condiciones familiares la calle es tu salvación. Ahí ves, sueñas, imaginas, encuentras, te pierdes. Ahí solucionas todos tus problemas. La ciudad me dio todos los refugios y voy a luchar por ella en la medida de lo posible. Si todos quisiéramos salvarla lo lograríamos; si cada uno de nosotros, al margen de las autoridades, cuidamos el espacio donde vivimos; si la queremos y cuidamos que
no se destrocen las calles, que no destruyan las cosas y no seamos enemigos de los árboles y del agua. No puedes recibir bondad de una ciudad a la que sólo le das agresividad y maldad. Ella no era así, nosotros la hicimos así. Hay quien dice que en los años cuarenta era la ciudad más hermosa. El actor Jorge Martínez de Hoyos dice que la Estación Colonia era un ramillete de olores, era un punto en el que convergían todos los colores y todos los sabores de la República porque por el tren de Colonia llegaban los juguetes, los panes, los dulces, las flores, las plantas. Toda la ciudad se llenaba de esos aromas que venían de todas partes. Era como un vergel.
Salir a la calle era una fiesta, había árboles y flores, había más espacios para todos porque éramos menos. La calle siempre es fascinante. Aunque, por desdicha, la ciudad se ha convertido en un escaparate de todas nuestras carencias. Yo “reportée” este fin de semana el evento que se llamó 'Un domingo en la Alameda' con el que se conmemoró la entrada de Madero a la ciudad de México en 1911 y todos los intentos de hacer fiesta, aun cuando había payasos, globeros, actores, artesanos, músicos, eran un poco fallidos por una razón: mientras la Alameda estaba llena de fiesta, en el otro lado de la calle, en Avenida Juárez, estaban todos los pordioseros mendigando.
Es muy difícil ignorar esas presencias de la calle. No puedes aislarte en un mundo maravilloso, fantástico, porque la realidad está ahí, cada vez más cerca de nosotros y no puedes ignorarla. Hay veinte pordioseros y treinta vendedores de todas las cosas imaginables en las esquinas. Puedes ver la cara de desesperación con que te ofrecen un juguete o un paquete de cerillos y te están diciendo “si no me lo compras, no como hoy”.
Emoción y pasión del periodista
Por eso, todo periodista que entre en este oficio sin pasión va a fracasar, porque se contrae un compromiso muy profundo. Un compromiso a muerte contigo, con la gente, con el medio en
que vives y con el sector por el que quieres hablar. Sin emoción estás perdido.
Uno tiene que partir de la pasión por comunicar, por decir las cosas y por lo que uno cree que es la verdad. Puede estar equivocado, pero hay hechos a los cuales vas porque crees que es importante que se hable de ellos. Rastrear esos hechos, y contarlos cómo fueron, es una obligación, pero yo creo que nadie puede ser tan objetivo para relatarlos.
Yo desconfiaría de una persona totalmente objetiva. Los actores me han dicho que recurren a una técnica para no descartar la carga emocional de su discurso. Tienes que meter ahí tu sentimiento. Sin amor a las palabras no puedes hacer nada. Las estropeas, las maltratas. Eso es muy triste y, finalmente, con esas palabras mal usadas estás traicionando a la verdad, que es la esencia de tu propósito. La palabra es tu aliada.
Escritura: amor, libertad, imaginación
A mí las palabras me salvaron de la ignorancia cuando aprendí a leer y escribir: me dieron un lenguaje y un lugar. Precisaron mis aspiraciones. La palabra me sirvió para decir mis sentimientos y lo que veía; para ser testigo de mi vida y de las demás vidas. Me salvó del silencio al que siempre te condena la marginación. La palabra me ha dado un lugar, me ha dado la oportunidad de moverme de un medio a otro en este inmenso mosaico que es la Ciudad de México. La palabra me ha dado la libertad.
Yo no hago distinciones entre periodismo y literatura. En los relatos que hago meto muchos elementos periodísticos y viceversa. Un medio y otro me enriquecen. Yo pondría en el centro a las palabras. Ellas forman la escritura y de ahí en adelante todo es testimonio. Mi trabajo se ubica en el género del cuento y si me es posible la novela.
Siempre he querido escribir una novela y de hecho tengo una buena parte escrita, pero nunca dispongo del tiempo necesario para limpiarla, para quitarle esas cosas excesivas con las que uno se desahoga y que deben frenarse con un estilo más discreto.
El personaje de esa novela es una mujer a la que le pasan todas estas cosas en su calidad de emigrante, porque me parece que es importante por una sola razón: porque es un testimonio vivido. Yo establezco una relación muy estrecha con mi escritura. Creo que a todo el mundo le pasa. Es una visión de los hechos, es una interpretación del mundo y también una manera de ubicarte. El cuidado que tengas con un texto para hacerlo claro, legible, para enriquecerlo literariamente, frena un poquito esa emoción que yo no descarto. Hay escenas, hechos, historias, que no pueden más que llenarme de ira, de rabia, de desesperación y desde luego, antes que nada, de solidaridad. Yo no quiero excluir mis sentimientos de mi escritura.
En mis proyectos no entra nada que no sea escribir. Pienso seguir siendo periodista mientras viva y escribir todo lo que pueda. Lo único que quiero es no abandonar este oficio. Por supuesto, hay cosas que me dan más miedo que otras. Hacer una crónica me preocupa a veces, porque siento que no tengo suficientes elementos literarios para hacerla. A veces me preocupa reportear, falsear los elementos y no ser justa en mi apreciación, pero todo lo que hago, hasta este momento, me gusta.
Los jóvenes y la historia cotidiana
A veces ser joven, o ser mujer, o ser principiante, es un pretexto que abunda para hacer un mal periodismo. Pero, en realidad, no hay nada que nos justifique para hacer mal un trabajo. A mí me llama la atención la actitud `de los periodistas jóvenes, sobre todo de los reporteros, que se están metiendo en la vida cotidiana y se están convirtiendo en muy buenos testigos de ella.
Los cronistas, los autores de reportajes que aparecen en los diarios son un grupo de muchachos que están utilizando el periodismo con un sentido distinto y le están dando una dimensión de testimonio muy importante.
Muchos jóvenes están estudiando periodismo y cuando yo he asistido, invitada a alguna de sus clases, he notado que confiesan que no leen periódicos o no ven noticieros o no tienen ninguna práctica cotidiana. Ellos piensan que después de cuatro o seis semestres de estar estudiando ya son periodistas. Yo creo que toda la teoría que enseñan en las escuelas, que es muy valiosa seguramente, no sirve de nada si un joven no empieza por conocer el medio donde va a trabajar. Es decir, por ser un lector de los medios y, en segundo lugar, por acercarse a la redacción de los diarios y de las revistas para enfrentar el trabajo cotidiano.
Pero eso no es todo. Si los periodistas que se están preparando, no leen más que periódicos no van a llegar lejos. Es necesario enriquecer la lectura de los diarios con la literatura porque es ahí donde está el mejor lenguaje. Son dos escuelas paralelas.
Un problema del periodismo nacional es el trabajo boletinero, el cual excluye al periodista. El reportero, en lugar de interpretar o dar su versión de los hechos, recoge el boletín oficial, lo lleva a la redacción, lo “malcorta”, lo pega y lo redacta. Eso es aniquilar todas
sus posibilidades como informador y ese es un gravísimo peligro.
En cambio, el periodismo que hacen los jóvenes en la actualidad es muy interesante porque se une muy estrechamente con la literatura. De pronto, la página de un diario se puede convertir en la página de la historia cotidiana Eso es lo que yo siempre he pretendido hacer y creo que estos jóvenes también.
El amor por la tierra
Yo emigré del campo a la ciudad y la educación me hizo subir de escala social, El trabajo me abrió otras posibilidades. Imagínate lo que significa para una persona que vendió huevos, de pronto, ser la secretaria de la Revista de la Universidad. Eso es un movimiento tan grande como venir del rancho al pueblo, del pueblo al barrio y del barrio a la colonia.
En el centro de esta emigración hay algo que heredé de mi padre y es el amor a la tierra. No solamente a la tierra de mi rancho donde crecí, donde jugaba, sino a mi país. Mi papá era un hombre muy nacionalista. Él decía: “ustedes pertenecen a esto, ustedes tienen los pies enraizados como los árboles, ustedes deben tener esa relación sana de los árboles con la tierra”.
Esa conciencia de nuestra clase es siempre un centro. Tú puedes ir para todos lados, pero estás girando en torno a él y de alguna manera el periodismo siempre me permite rescatar ese centro, ya sea en mi persona o en las otras que veo en la ciudad de México.
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Docente de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán y del Colegio de Imagen Pública. Ha realizado intervenciones como consultor y brindado capacitación tanto en el sector privado como público y el tercer sector. Su trabajo profesional le ha llevado a recibir distinciones internacionales. Ha participado en once libros especializados en español y uno en inglés. Lic. En Periodismo y Comunicación Colectiva, Maestría en Educación, estudios de Maestría en Comunicación Institucional, Especialista en Valores, estudios doctorales en Humanidades y estudios doctorales en Innovación y Responsabilidad Social.