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Martes, Diciembre 03, 2024

La escuela es el espacio en donde se convive, se aprende y se prepara para la vida. En ella estarían condensadas muchas de las aspiraciones históricas de la sociedad; ahí es el lugar en el que deberíamos aprender lo que las generaciones anteriores nos legaron: los beneficios de la ciencia y la tecnología; las ideas filosóficas que cambiaron al mundo, las luchas históricas de dominio, aberración, civilización, liberación; las vanguardias artísticas importantes para promover un humanismo y una estética vitales para concebir e integrarnos al mundo; la lectura como camino y como fuente de la vida, la escritura, la posibilidad de entender y de crear otros mundos. En esa escuela, debiéramos permitir que la imaginación se articule con la necesidad para permitir que la creatividad trascienda y produzca, por encima de la mera repetición y memorización de fórmulas, hechos, personajes o teorías.

Pero resulta que esa escuela no aparece, se mantiene en un plano ideal, posible, no obstante. ¿De qué depende? De muchos factores intrínsecos y extrínsecos a la institución. La escuela tiene sus propios y, en ocasiones, únicos contextos, desde el abandono gubernamental hasta las inercias internas y nocivas que se incuban en algunas de ellas. No en todas, por fortuna. Hay muchas en las que los maestros generan espacios de recreación de saberes, lugares disfrutables en los que el juego no está proscrito, sino que es parte del aprendizaje necesario para enfrentar la vida. Si la escuela no nos prepara para la vida, ¿de qué estamos hablando, entonces?

Son importantes los contenidos solo en la medida en que se corresponden con los intereses de los estudiantes. Si parecen contenidos densos, habrá que hacer el esfuerzo para mostrarlos como algo necesario en su formación. Los inocuos habrá que descartarlos, para enfocarnos en lo que realmente abona al desarrollo. En ocasiones cumplimos con la estructura de un programa, sin pensar en el contexto en el que estamos laborando: en una ocasión trabajé como maestro de geografía en una secundaria que ocupaba los últimos lugares en rendimiento dentro de las escuelas de Ciudad de México. Las deficiencias de los estudiantes eran notorias: algunos no sabían ni escribir su nombre. Pensar en los propósitos y enfoque particular de la geografía era importante, por supuesto, pero lo era más el ajustar estos a la realidad que tenía enfrente. ¿Cómo hacerlo? Justamente a partir de las necesidades que demandaban los estudiantes: enseñar lo básico, ganar en profundidad y sacrificar extensión; es decir, recuperar lo necesario que debieran saber desde la primaria, retomar lo que planteaba el programa de secundaria: ubicar espacios; reconocer entre océano y mar, río y lago…península e isla; reconocer las fronteras de México, su división política, sus diferentes ecosistemas. Reconocer nuestro país como parte de un continente; distinguir entre país y continente, etcétera. Obviamente no era posible cubrir el programa, pero seguramente aprendieron mejor ese poco pero básico conocimiento que intentar avanzar sin tomar en cuenta las graves carencias que lo hacían poco factible, por no decir imposible.

Sé que la capacitación constante y remunerada es algo que debiera ofrecer el gobierno, no siempre es la mejor ni se adecua a las necesidades y tiempos del magisterio. Es algo en lo que debemos insistir y pelear hasta que se ofrezca en con suficiencia y calidad. Dicho esto, les comento que, en ocasiones uno debe asumir esas deficiencias, tratar de subsanarlas y no pasarle la factura directa los estudiantes. Lo menciono porque yo no soy maestro de geografía, sino que fui a dar a esa escuela y con esa asignatura “por necesidades del sistema”. Así de grave y fácil se resuelve la falta de perfil en nuestro sistema educativo, al menos, en educación secundaria ¿Cómo hacerle? Busqué cursos en la SEP que paliaran el problema y no encontré alguno adecuado. Pensé, entonces en la Facultad de Ciencias de la UNAM y tuve la fortuna de asistir a unas peculiares conferencias interactivas con la grandiosa Julieta Fierro. Ella nos enseñó cómo enseñar lo básico de cosmografía en educación básica a través de varios ejemplos vivos y divertidos de entender movimiento, rotación, traslación, gravedad, galaxias, sistema planetario solar, etcétera. No digo que cubrió todas mis insuficiencias en la disciplina, pero vaya que me ayudó de manera notable a subsanar mis limitaciones y posibilitó que enseñara dichas cuestiones de una manera lúdica, interesante y significativa para mis estudiantes. Logré en unas sesiones (creo) aquello que no sabían y que les parecía lejano, aburrido y con poco significado para su vida. En lo personal superé un reto, no les pasé la factura a los chavos y aprendí que esta ciencia es muy interesante y necesaria para la comprensión, aprecio y respeto por nuestra madre tierra y el universo.

Fue una experiencia única como maestro que se enfrenta a una realidad, un contexto y unas limitaciones específicas que pudo hacer frente a ello, desde reconocer todo ello y buscar las alternativas para salir adelante. La escuela, la asignatura pudieron ser divertidas y productivas. Además, pensando de manera compleja, retomé mi formación e hice de las sesiones y pláticas informales, un lugar para cuestionar las cosas, para dialogar, para pensar en el otro, para resolver los conflictos y desmontar la violencia verbal y física que se manifestaba en todas partes. Llegué a desactivar dos peleas en la noche, al término de las clases, con mi mero acto de presencia y unas palabras enérgicas, aunque nunca ofensivas. ¿Por qué? Porque me había ganado el respeto de los chavos que veían en mí a un profesor que trataba de ser empático, que los escuchaba y se reía con ellos cuando era el momento. La formalidad no tiene que ver con la rigidez, me parece. Podemos ejercer la autoridad sin ser autoritarios. Podemos jugar y aprender, aunque también podemos imponer disciplina que torne el espacio en un lugar de silencio, obediencia y aprendizajes cuestionables.

Perdón que me haya desviado a mi situación particular de aquellos tiempos, pero pienso que, ante todo, debemos ubicarnos en la realidad y ver, realmente, hasta dónde podemos llegar y no perdernos en un océano de contenidos y actividades que no siempre redundan en beneficio de los estudiantes.

Estamos iniciando el 2024, todavía con las secuelas educativas que generó la pandemia por el coronavirus. Sabemos que hay lagunas impresionantes que ya se venían arrastrando y que, hoy, son mayores. Enfoquemos nuestro quehacer educativo en lo que realmente nos demanda la realidad. Ello no significa abaratar los contenidos ni regalar créditos. Significa posicionarse con sentido social y buscar los ejes y la médula de cada asignatura, curso o nivel en donde ejerzamos nuestra labor para hacer menos lastimoso el problema. Nuestras heridas educativas son graves, pero no necesariamente mortales. Entiendo que no todo se resuelve con la buena disposición de los maestros, sino que son problemas estructurales y de una ausencia de filosofía educativa durante muchos años, que nos hizo navegar, muchas veces, sin la brújula institucional necesaria, y que se agravó con la pandemia.

Pensemos en los chavitos que se quedaron, prácticamente sin los beneficios de una educación socializante en la escuela, sin los insumos necesarios y suficientes en casa. Primero y segundo a distancia. Sexto y primero de secundaria. Tercero de secundaria y primero de bachillerato, y así con el bachillerato y el tránsito a la educación superior. Sí, el problema es grave y no se resuelve solo con imaginación y esfuerzo, pero por algo debemos empezar, en tanto seguimos luchando por reestructurar toda la columna vertebral de la educación, desde el nivel básico hasta el profesional.

La escuela debe ajustarse, hoy más que nunca, a las demandas concretas y urgentes que enfrentamos en todos los niveles. Hagamos lo que nos corresponde con responsabilidad, empeño y organización para empujar hacia mejores escenarios.

Muy feliz 2024 para mis escasos, aunque constantes lectores y amigos. Gracias a todos y todas. Les abrazo con mi empatía y comprensión por su arduo, pero valeroso esfuerzo, por tener una mejor educación.

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“pálido.deluz”, año 11, número 160, "Número 160. Cambio Climático: inercias, avances y retrocesos. (Enero, 2024)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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