Hace algunos años era normal ver a los jóvenes ir y venir de las bibliotecas cargando los libros que necesitaban y las mochilas repletas de cuadernos para realizar sus anotaciones. El maestro llenaba la pizarra y avisaba que la borraría a la brevedad, ocasionando que los estudiantes escribieran a toda velocidad con la esperanza de lograr anotar todo antes de que desapareciera.
Desde pequeños los niños aprendían a valorar la escuela, asistiendo para aprender y esforzándose en cada momento; hoy la imagen del estudiante es otra. Ya no se les ve corriendo a las bibliotecas y mucho menos cargando libretas; ahora tienen todo al alcance de su mano en dispositivos portátiles. Cambiaron el papel por tabletas, computadoras o celulares en los que escriben alguno que otro apunte, graban las clases y toman fotografías de lo que llegan a considerar importante.
Pero la imagen del estudiante actual va más allá de los elementos que ocupa durante sus clases, también ha cambiado el sentido que le da a su aprendizaje y, sobre todo, la capacidad que tiene para lidiar con la vida académica.
En esta época la escuela ha perdido su valor, convirtiéndose en un sitio de paso, un mero requisito administrativo que se debe cumplir, donde ya no es necesario el esfuerzo porque todos aprobarán sin importar su desempeño; esta situación ha provocado que los estudiantes se sientan abrumados ante la menor responsabilidad, suponiendo que siempre deben tener la razón o que todo se logra con el mínimo esfuerzo.
Una muestra de esta transformación se vio hace algunos años, cuando diversos jóvenes de nivel licenciatura aparecieron quejándose del gran estrés al que se enfrentaban, argumentando que las clases, los trabajos de cada asignatura y los exámenes de las mismas, no les permitían llevar una vida normal, por lo que estaban pensando abandonar los estudios.
Aunque ahora tienen millones de datos a su disposición, su comprensión lectora ha disminuido; no están acostumbrados a analizar la información, sino que todo lo buscan resumido o explicado en videos sin preocuparse por contrastarla en diversas fuentes.
Además, con las redes sociales que cada vez muestran videos más breves, los chicos se han acostumbrado a querer todo de inmediato, por lo que dedicar más tiempo a alguna actividad les resulta impensable.
El estudiante del siglo XXI tiene una amplia gama de dispositivos e información a su alcance, con lo que podría desarrollar habilidades y conocimientos que hasta hace algunos años parecían imposibles. Sin embargo, su disposición para estudiar y construir aprendizajes es menor, provocando que en muchos casos no aprovechen las ventajas que tienen ahora y, al terminar una carrera, puedan carecer de los conocimientos, habilidades y actitudes correspondientes.