I
El profesor César Labastida se encuentra desconcertado. Ese estado de ánimo se debe a una situación que él considera esquizofrenia académica.
El semestre pasado, el director de la Universidad en la que da algunas clases por la mañana, le pidió un favor:
—Fíjate que me acaba de renunciar la Mtra. Chole y ya no puedo contratar otro maestro.
—Si lo sé, Mtro. Guterrez, dado que ya envió la lista de profesores de este semestre y por la austeridad republicana no le van a reponer al maestro o maestra que renunció.
—Así es, Labastida. ¿Te podrías encargar de ese grupo?
—Ya tengo mi carga horaria de este semestre, Sr. Guterrez.
—Por favor, Labastida…ya te estaremos considerando para el siguiente semestre.
—¿Qué materia es?
—Planeación, ambientes y estrategias educativas. Tú no tienes problemas para impartirla. Aunque no es tu perfil, puedes hacer las adecuaciones que sean necesarias. Son alumnos de 5º semestre.
—Nunca he dado esa materia. ¿Tiene el programa magisterial? Para leerlo y le digo el próximo lunes.
—No, Labastida, la clase empieza mañana.
—¿A qué hora?
—A las 7 am.
La noche de ese lunes, el profesor César Labastida leyó el programa de la materia y preparó la primera clase.
Ya en el salón de clase, les hizo algunas preguntas diagnósticas a los estudiantes sobre el Sistema Educativo y las características del Estado mexicano. Nadie contestó. Eso le sirvió para comenzar a explicar la situación y contexto mexicano.
A lo largo del semestre fue observando que varios alumnos, de los dos días en que se impartía la materia, faltaban sobre todo los viernes. Les preguntó las razones por la que se estaban ausentando. No manifestaron alguna causa, por lo que el profesor Labastida informó al director. Las inasistencias continuaron y cuando estaban presentes no participaban.
Como quiera que sea, se terminó el semestre, y el maestro Labastida intentó una innovación para evaluar a los estudiantes. A pesar de que él no acostumbraba hacerlo, les pidió que se autoevaluaran, aclarándoles que esa no sería su calificación, sino el proceso y el producto final del seminario. El docente César se sorprendió que la más baja calificación de estas auto valoraciones fuera 8. Realmente quedó azorado por el desempeño de la mayoría de los alumnos y la manera en que se evaluaron.
Como era el último día del curso, el profesor Labastida se encaminó a su cubículo. Algunos estudiantes le dieron las gracias. Otros le dieron obsequios: chocolates, dulces, un termo de plástico… Calificó, entregó el acta digital y parecía que la sustitución había dado resultado.
Semanas después llegó la Coordinadora de área y le dijo angustiado que qué había pasado en el curso:
—La mitad de los alumnos lo evalúan muy bien, profesor, pero los otros muy mal.
—¿Habla del curso que tomé por encargo, maestra Sanchez? ¿El instrumento describe cómo me asignaron el curso, de qué forma y cuándo lo tomé? Además, según yo me fue muy bien.
—Pues no hay evidencias de lo que usted señala, profesor Labastida. Incluso hay comentarios escritos de alumnos que se quejan de que era aburrida su clase, que no cubrió el temario y que no le entendían.
—Pero ya vió la cantidad de faltas que tuvieron los estudiantes en la bitácora. Si quiere se la imprimo.
El maestro César quedó desconcertado, hasta que, días después, llegó nuevamente la Coordinadora y le dijo:
—Tenía razón, profesor, ya van varios docentes que se quejan de esos alumnos y ya no le quieren dar clase a ese grupo.
César Labastida, reflexivo y escéptico como es, trató de comprender a esa generación de estudiantes que, a pesar de su experiencia de años como formador, le parecían un enigma. Así que desprendió algunas conjeturas: ¿era un grupo pospandemia? ¿Su situación económica y social podía ser precaria? ¿El desinterés y la apatía estaban inoculados junto con el virus SARS-CoV-2? ¿Eran una expresión de la generación de cristal, atravesada por la tecnología o jóvenes expuestos a manipulaciones, abusos y distorsiones, esencialmente frágiles y demandantes?
El profesor Labastida, triste y desmoralizado, no alcanza a comprender a las nuevas generaciones de estudiantes.
II
Una invitación formal por parte del rector de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia, solicitando un intercambio académico a la autoridad homónima en la universidad de México, hizo que por casualidad y de forma aleatoria seleccionaran a un grupo de docentes con cierta antigüedad y perfil deseado. Los profesores elegidos sólo gozaban de la autorización por los días que se ausentarían en el periodo semanal, en tanto que los gastos de transporte y viáticos serían costeados de manera personal.
Luego de que dos cuerpos académicos en la sede central de la universidad mexicana rechazaran esa invitación por “facciosa e inviable”, y de que varios docentes del campus la ignoraran, el oficio colombiano fue turnado al director Guterrez, quien a su vez y sin leerlo detenidamente, dirigió a la coordinadora de área para que le diera respuesta y seguimiento.
—Buen día, profesor Labastida. ¿Le puedo preguntar algo?
—Buen día, Maestra Sánchez. Sí, ¿en qué puedo servirle?
—¿Tiene pasaporte vigente?
—Sí, hace seis meses que lo renové…
—Mire profesor Labastida, acabamos de recibir una invitación de la Universidad pedagógica de Colombia para que algunos maestros realicen un intercambio académico con ellos; y por el apoyo que nos brindó el semestre pasado, el director Guterrez y yo hemos pensado en usted.
—Pero ¿de qué se trata esa invitación, Maestra Sánchez? ¿Qué tengo que hacer?
—Es muy sencillo, profesor, sólo tiene que asistir y participar en las actividades que los colegas colombianos han preparado en su institución durante cinco días.
—Sí… de acuerdo, pero ¿debo preparar algo? ¿Ustedes pagarán el vuelo, el hospedaje, los viáticos?
—Oiga Labastida, ésta es una excelente oportunidad de crecer académicamente y de refrendar su compromiso con la institución. Recuerde que está trabajando con nosotros por contrato y el director Guterrez tomará muy en cuenta esa participación. Nosotros sólo le autorizaremos las ausencias los días que necesite estar en Colombia. No le podemos sufragar otros gastos porque ya sabe que estamos austeridad republicana.
—Pero cómo le puedo hacer para…
—No se preocupe, profesor Labastida, junto con usted van a ir dos maestros de planta, que supongo que ya conoce… El señor Guterrez decidió que podían formar equipo con usted. Así, los gastos serán menos y se pueden apoyar entre los tres.
—Pero… ¿en qué consiste el encargo? Todavía no me queda muy…
—Ya le dije que es un intercambio académico. Y ya formalicé una reunión con los otros profesores para que le expliquen y se pongan de acuerdo para organizar su participación en la Universidad de Colombia. Allí le daremos todos los detalles.
—Está bien, Maestra Sánchez.
—Entonces lo espero mañana a las 9:00 en mi oficina.
De esa forma tan democrática es que quedó comprometido el profesor César Labastida para participar de un evento académico en Colombia. Por fortuna, ya conocía a los maestros que lo acompañarían y pudo conformar con ellos un equipo que representaría a la universidad mexicana.
En la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia realizaron varias actividades y el intercambio cultural resultó muy fructífero. Entre todas las experiencias académicas, la que más apreció el profesor César Labastida fue el encuentro con jóvenes colombianos porque eso transformó la visión desesperanzada que ya tenía de casi todos los estudiantes universitarios.
Al entrar por primera vez a las instalaciones de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia, el profesor Labastida se llevó una buena impresión al observar que muchas de las paredes de los edificios estaban pintadas con murales, realizados por estudiantes y maestros. En la entrada del auditorio principal, el profesor César distinguió un rostro dibujado de Paulo Freire, en un lado. Del otro lado, aparecía la cara de un jaguar y al centro figuras de indígenas pintando con sus manos elementos y motivos que aludían a un territorio sagrado de Colombia, denominado “La maloca del jaguar” en Chiribiquete. En la parte superior de la pintura mural se leía en tipografía especial: “Educación popular”.
En las paredes de los otros edificios, en los pasillos y alrededor de las escaleras el grupo de mexicanos pudo apreciar variadas y características expresiones pictóricas. En la sección de biología, ciencias naturales y educación ambiental encontraron representaciones de flora y fauna: jaguares, ballenas, aves, selvas, llanos, capibaras, serpientes, mariposas, entre otras imágenes.
En una pared larga de las oficinas centrales de la universidad, el profesor Labastida fotografió el mural de la Memoria, donde recuerdan a estudiantes y docentes desaparecidos.
—Bastaría con analizar los grafitis y los murales de esta universidad para darnos una idea de la perspectiva política y social de la comunidad escolar. —señaló el profesor mexicano que acompañaba a César Labastida.
—Así es, Rafa. Estoy sorprendido de los murales que tienen. ¿Ya viste que en el mural frente a la cafetería está Flores Magón y una frase zapatista?
—Sí, ya lo vi. ¡Está cañona la politización y la conciencia social que tienen aquí! Nada que ver con nuestra universidad…
III
Después de participar con estudiantes de las licenciaturas en biología y ciencias naturales en la Universidad Pedagógica Kennedy, César Labastida y el grupo de profesores mexicanos fueron invitados a conocer el proyecto Aula viva Itausucá.
—Profe Labastida —dijo un estudiante moreno y de baja estatura. —Cuando termine la conferencia de la doctora Teresa Martínez, lo voy a invitar a mi salón. Me llamo Fernando y lo esperaré en la puerta.
—Sí, gracias, Fernando.
Al terminar la conferencia, Julie, una estudiante del quinto semestre de ciencias naturales, se paró al frente del auditorio, tomó el micrófono e invitó a los docentes extranjeros para presentarles el Proyecto de Aula viva.
Un grupo de estudiantes, entre los que estaba Fernando, se acomidieron para guiar a los maestros visitantes al lugar que llamaban “Aula viva”. César Labastida y sus colegas mexicanos, además de un docente argentino, dos brasileños, una maestra hondureña y tres profesores colombianos se detuvieron en una jardinera amplia que contenía varias plantas con su nombre científico.
A un lado de la jardinera estaban de pie varios estudiantes que presentó la estudiante Julie.
—Aquí se inició el proyecto de Aula viva. —expresó la joven colombiana. —Y mi compañero Jose les va a explicar cómo es que se generó la idea del proyecto.
Jose describió el proceso para aprovechar la jardinera que estaba abandonada e inútil. Se le ocurrió colocar un par de pacas digestoras en ese espacio y comenzó a cuidar las plantas que allí nacieron. Luego explicó la manera en que se fue conformando el grupo de estudiantes para desarrollar, sobre la teoría y la práctica, la utilización de las pacas y el reconocimiento de ese sitio como un espacio de enseñanza-aprendizaje.
Los otros estudiantes, Fernando, Alejandra, Óscar, Julie, empezaron a participar, alternadamente, narrando cómo habían extendido el aula viva en terrenos desaprovechados por la institución. Continuaron con un recorrido a los docentes, explicando la organización de las plantas y árboles que habían sembrado y de los talleres que estaban implementando, a partir de las necesidades e intereses de los integrantes del grupo. También mostraron el lugar que construyeron para reunirse, organizarse e impartir los talleres.
El profesor Labastida estaba asombrado de todo el proyecto y de los conocimientos y autogestión que exhibían los estudiantes del “Aula viva”.
—Oye Rafa, ¿qué esperanzas de ver a nuestros estudiantes mexicanos tan proactivos y politizados como ellos, verdad?
—Sí, señor; como dirían aquí los colombianos. No había visto alumnos tan comprometidos y con tanta disposición para aprender.
Al finalizar el recorrido, Alejandra se acercó a César Labastida y comentó:
—Ay profe, tenía un compromiso de trabajo hace un rato, pero cuando supe que vendrían ustedes, cancelé la cita y me quedé para escucharlos y mostrarles nuestro proyecto. ¿Me permite regalarle una manilla que hice?
La joven colocó en la muñeca derecha del profesor César una pulsera de hilo con los colores de la bandera de Colombia: amarillo, azul y rojo.
El maestro Labastida estaba conmovido por toda la experiencia que acababa de presenciar. Así que, entusiasmado y con esperanza, comenzó a replantearse la visión sobre las nuevas generaciones de estudiantes.