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Jueves, Mayo 02, 2024

Incendiemos el mundo. Acabemos con la vida. Sigamos quemando combustibles fósiles. Hagamos la guerra cuantas veces sea necesario para mostrar el fracaso de la civilización. Al fin y al cabo, no hemos superado el estatus de los primeros sapiens que exterminaron a los últimos Neandertal con el uso de su principal arma: la razón. Rompamos equilibrios, desbordemos los límites de lo razonable. Que se acaben las especies, que se inunden los campos. Que dejen de cantar y de volar los pájaros cuando ya no existan jamás por la estupidez humana. Que sigan creciendo las urbes y se llenen de injusticia, hambre, violencia, escasez. Que el progreso nos alcance…que el capital siga mandando sobre la justicia. Hagamos pedazos el mundo aún más, qué más da. ¿Eso queremos?

¿Acaso pensarán un poco los dueños del mundo? ¿Acaso es tanto su afán de acumular y progresar que todo lo que se haga para tal efecto está justificado? ¿Y qué hacemos los ciudadanos de a pie? ¿Los que no poseemos el capital, los que no estamos en la toma de las grandes decisiones? Poco, mientras falte el concurso decidido de un grupo mayor de personas. Mientras tanto, los grandes desplazamientos de gente miserable, cuyo único ‘crimen’ es haber sido despojados y explotados, acuden a otras latitudes en busca de comida, trabajo, vivienda. Ni eso consiguen, la mayoría de las veces, porque son sometidos a muros y barreras militares que superan cualquier consideración mínima de los tan mentados derechos humanos. El gran capital manda y no hay consideración para los que no están bajo su órbita: en su lógica, los pobres son pobres porque quieren.

Y así, que se vacíen los bosques, que se mueran de hambre los osos, que crezca el número de niños con hambre y muerte prematura, que se deshielen los casquetes polares, que se inunden y desaparezcan todo tipo de poblaciones, que se alteren los ecosistemas, que vengan con mayor frecuencia y fuerza devastadora los ciclones, huracanes y demás peligros.

La razón, según, es nuestro máximo atributo, lo que nos distingue de los demás animales. Y esa razón se ha convertido, en numerosas ocasiones, en el arma despiadada. Pasamos de ser nómadas a descubrir la agricultura y establecernos en grupos humanos, a construir ciudades, a establecer normas, a compartir una moral específica. Vinieron las religiones monoteístas, la filosofía, el derecho, la arquitectura, la ciencia. Sí, progresamos. Sí, mostramos nuestra capacidad para entender el mundo, para pensarnos y pensar en el otro, en mi congénere, en mi familia, mi comunidad, mi pueblo, mi país. Pero también mostramos nuestra imaginación para transformar nuestro entorno, para obtener alimentos, para construir nuestras viviendas, para domesticar especies y aprovechar en nuestro beneficio, su carne, su piel, su leche, sus huevos, su trabajo. Hasta ahí, todo bien, es parte de nuestra naturaleza, Hay que subsistir, comer, reproducirnos, amar, defender lo nuestro y a los nuestros. Y, para ello, hay que trabajar, desarrollar más habilidades, educarnos, investigar, generar riqueza, progreso. El ‘pero’ viene cuando algunos empezaron a sentirse superiores a los otros: a los que piensan distinto, a los que creen en otros dioses o a los que no creen, a los que están del otro lado de la frontera, a los que sólo se vio (se ve) como los esclavos, siervos, campesinos u obreros al servicio del esclavista, señor feudal o dueño del capital. Y, entonces, las regulaciones son a favor de los que poseen, quienes, además, desarrollan armas y ejércitos más poderosos para someter a propios y extraños a su mirada, a su poder, para no perder sus privilegios.

La ciencia moderna de los siglos XVI y XVII es, quizá, la mayor conquista del pensamiento. La razón ante el oscurantismo. Gracias a ella, el progreso, la civilización y todos los beneficios que de ella se derivan, fueron asequibles a la humanidad. La tecnología que aplicó, en algunos casos, principios científicos, devino en tractores, maquinarías para la industria, automóviles, teléfonos, buques, ferrocarriles… y, en los últimos tiempos, computadoras y redes de información y comunicación que facilitan el trabajo, la educación y la solución de múltiples problemas, aun en desgracias como la que acaba de ocurrir en las costas y poblaciones del pacífico mexicano.

El capital económico generado en esta larga historia humana no ha sido capaz de promover un mundo más justo ni sustentable. La tecnología o ciertos principios científicos han servido, también, por desgracia, para crear bombas atómicas, nucleares, para someter a pueblos miserables, para generar una serie de insumos innecesarios y peligrosos por los gases destructivos que producen. Esto, sin contar con los combustibles fósiles que se queman en factorías y vehículos, y que promueven la extinción de especies y migración de comunidades al afectar el equilibrio ecológico.

Los grandes beneficios y riquezas generadas no han sido para todos: hoy, es mayor el abismo entre los que más y los que menos tienen. Lo que nos habla de una ética capitalista ajena a las consideraciones propias de su naturaleza: generar, explotar, acumular, vender.

¿Y el mundo? Que se lo lleve el diablo. Lo que no acaban de entender es que, finalmente, el aire, el agua, la tierra y la naturaleza existente no tiene propietario y si se sigue alterando su orden se seguirá revirtiendo contra todos, aunque, en principio, claro, los más afectados sean los que menos tienen, extendiendo el ciclo de miseria, escasez, explotación y demás calamidades.

Es urgente repensar el mundo. Repensar nuestra participación. Cambiar la cosmovisión engendrada durante siglos que hace suponer a varios, que somos los dueños de la tierra; que unos nacieron para mandar y abusar, y otros para obedecer y resignarse.

Hoy, más que nunca, la política -entendida como el ámbito en donde todos participamos para beneficio de lo que es de todos, lo público-, sea retomada por quienes debiéramos darle sentido: los ciudadanos. Y ese ejercicio de participación y de ejercicio crítico, participativo y propositivo, empieza desde los microespacios: familia, escuela, barrio.  Debemos empujar para que las decisiones tomadas desde el poder se encaminen a un mundo sustentable, justo, vivible, viable, con presente y dignidad, y con expectativas de futuro. 

En la educación algo podemos hacer: es el espacio que los maestros tenemos para cambiar la mentalidad de los estudiantes. Pareciera que el destino nos alcanzó. Hay que apelar a una visión ética y a una racionalidad distinta a la que nos heredó la modernidad. Rescatemos los beneficios de la ciencia, pero no la deifiquemos. Recuperemos la visión de integración con la naturaleza que tienen nuestros pueblos originarios. No todo es mirar desde la lógica de occidente. Este  mundo esa visión, se impuso religiosa, política, económica y éticamente hablando. Los resultados están a la vista: no basta con el apego a una cultura del conocimiento y la tecnología, si somos incapaces de entender a los demás, sin respetar sus derechos más elementales, sin dejar de saquear, explotar, matar a los diferentes. Ayer fueron los nazis, hoy son los judíos, los gringos, los rusos. Ahora y siempre los que se sienten dueños de todo, incluida la naturaleza y la humanidad. Que se vayan al diablo esas visiones; no hay que cejar en el empeño. A pesar de todo, hay que mirar al frente con organización, esperanza, educación y resistencia. Hagámoslo desde la trinchera muy particular e importante, en la que cada uno actúa.

Sacapuntas

Carlos Slim
Ministerio de Educación de Colombia

El timbre de las 8

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Usos múltiples

Irene Vallejo
Gabriel Humberto García Ayala

Orientación educativa

Nancy Virginia Benítez Esquivel

Deserciones

“pálido.deluz”, año 10, número 158, "Número 158. Los estudiantes en las encrucijadas del siglo XXI. (Noviembre, 2023)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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