La historia muestra que los grandes cambios –como el cardenismo y, décadas más tarde, el neoliberalismo–, hicieron de la educación uno de sus núcleos más dinámicos de transformación. Cambiar la educación para cambiar el país parecía ser lema de esas iniciativas Y no cabe duda que fueron exitosas. En el caso del cardenismo, aún hoy subsiste vigente la idea de soberanía, recursos naturales propios, justicia social y laboral, tierra, educación para todos y organización popular, lo cual fue parte vital de la interpretación que hizo el cardenismo del significado de la Revolución Mexicana, y lo que impulsó a través de la educación.
Después de casi un siglo esas tesis siguen estando presentes en la mayoría de los movimientos populares, y estuvieron en el poderoso movimiento magisterial de la CNTE recientemente. Y no es extraño que la 4T retome la figura de Cárdenas a la par que la Independencia y la Reforma a la hora para posicionarse en la simbología nacional. La avalancha electoral que la lleva al poder tiene una conexión con un pasado educativo que sigue estando presente.
El neoliberalismo de los 80 y 90 consideró que para cambiar la sociedad mexicana era necesario cambiar igualmente y a fondo la educación. No los aprendizajes, sino sobre todo la política, las formas básicas de relación de maestros y estudiantes –los actores educativos– en torno al quehacer de universidades y escuelas. Por eso, hizo énfasis en el individualismo, la competencia, la calidad y subordinación del quehacer educativo a la recompensa monetaria y a la evaluación ajena y subordinante. Otorgó derechos preferentes a los mejores (estudiantes, maestros, instituciones), introdujo la evaluación externa y privada, la relación universidad-empresa y la comercialización intensiva, es decir, dio acceso a nuevos poderes en la institución.
Eliminó en mucho la gratuidad y consiguió apagar las autonomías porque en la educación son el núcleo dinámico de conducción de la institución y de determinación de la relación con los poderes del Estado y de las fuerzas sociales. Es decir, un cambio profundamente político, que ha servido para silenciar a las universidades y escuelas e impedir su participación en la vida de la nación y de su región. Ha demonizado a los movimientos sociales, subordinado crecientemente a la institución al poder del Estado y a intereses privados, y ha empobrecido –con la politiquería y los intereses comerciales– la vida universitaria.
En este contexto llama la atención que las dirigencias de la 4T, gobernadores, diputados y senadores, después de 30 años de neoliberalismo no hayan planteado la necesidad de recuperar un proyecto social de educación, y un proyecto de nación cuyo núcleo y dinamismo fundamental nazca y se renueve constantemente en la educación. En lugar de, como hasta ahora hace, pensar sólo en mantenerse en el poder. Cuando la conducción de la educación se pone primero en manos de Tv Azteca y reciente y simbólicamente (Conalep) en manos de la derecha, hay razón para dudar de la voluntad real de una transformación en la educación Y esto se confirma aún más al crearse una reforma constitucional y legal que no sólo no contradice la cultura neoliberal, sino que incluso ya le dio legalidad a sus elementos básicos arriba mencionados.
Se descarta, cierto, el excluyente término de calidad pero sólo para asumir el de excelencia (artículo 3º), que está mucho más alejado del propósito de crear una educación accesible a todos. Sobre todo en una sociedad que en los niveles superiores tiene una de las coberturas más bajas en América Latina. Se entiende entonces por qué a la actual conducción de la educación no le interesa rescatar los éxitos del pasado de las universidades públicas, ni los del presente, como la Universidad Autónoma Comunal de Oaxaca y la UACM de la Ciudad de México. Instituciones que en lo laboral, académico y democrático van mucho más allá que la propuesta actual neoliberal. Y en educación básica en lugar de recuperar las décadas de proyectos de educación de las y los maestros de Chiapas, Guerrero, Michoacán, Oaxaca, se insiste en una propuesta pedagógica desde arriba y de radical lenguaje, pero que carece de un claro y masivo apoyo. Además de la insuficiencia del no-proyecto actual, es muy significativo el abandono del caso Ayotzinapa y, al mismo tiempo, que en Guerrero la policía estatal dispare contra normalistas y hiera a dos de ellos ( La Jornada 17/12/22).
Es claro y ominoso el mensaje: a menos de que haya un proyecto distinto, el espacio vacío del neoliberalismo lo llenan las fuerzas de la derecha intransigente y eso lleva al conflicto. Pero hay opción: si en la Ciudad de México y en Oaxaca con el apoyo de los gobiernos locales la universidad se transformó a fondo, en otros niveles y entidades, como los ya mencionados casos de la UAM y la Unison también es perfectamente posible un cambio pacífico y de fondo. Si se quiere.
* UAM-Xochimilco