En la prehistoria, Umberto Eco era muy conocido —e incluso, popular— por ser autor de Cómo se hace una tesis, un libro quizá más socorrido que su propia y posterior novela El nombre de la rosa. En las primeras ediciones de su guía-catálogo para la elaboración de tesis académicas y doctorales, Eco jugueteaba en el prólogo con una consigna que —más o menos— sugería lo siguiente: el doctorando o candidato a licenciarse quería salir del trance de manera rápida y exitosa, se sugería viajar a una ciudad distante de la sede de su universidad, visitar la biblioteca y abiertamente plagar una tesis al azar. En épocas remotas, Eco bromeaba con eso basándose en la práctica imposibilidad de verificar o desvelar el plagio… pero si acaso el doctorando o estudiante realmente quería intentar escribir algo que aportase algo nuevo al conocimiento de su vocación u oficio, algo revelador en la materia de su trayectoria académica, debía leer con atención el libro que tenía en sus manos, cuyo título expresa puntualmente el cómo (y algún porqué) para escribir una tesis.

Dicho lo anterior, hay que subrayar que en tiempos de sus primeras ediciones el libro de Eco no imaginaba la masiva digitalización y la inmarcesible y variada instancia de verificación que progresivamente ha inundado al planeta y por ende, alterado las posteriores ediciones de aquél libro. Por lo mismo, llama poderosamente la atención el bochornoso desfiguro del momento: una mujer que aspira al timón de la Suprema Corte de la Justicia en México es descubierta, revelada y confirmada como plagiaria de una tesis de licenciatura… y el estiercolero embarra a casi todo el gobierno de México y mancha a casi toda la sociedad o por lo menos, a la inmensa mayoría de mexicanos que no han tenido que recurrir a la mentira o el plagio para obtener títulos académicos. Un fango que incluye la nefanda red de vendedoras de tesis como entramado de prostitución del conocimiento... y tal parece que el afán es dispensar o justificar que la magistrada más que culpable sólo incurrió en el pecado venial de hacerse eco de una tesis —más no leer e investigar y producir una tesis, como enseña Eco— y la artimaña no es más que metáfora cansina de todas las mañaneras: hacer eco de oídas o corazonadas que transpiren iras y contagien mentiras que minimizan su importancia bogando en un infinito marasmo donde parece que todo, absolutamente todo, ya no tiene importancia.