Yo nací con la luna de plata,
Y nací con alma de pirata…
Agustín Lara
La vida de un pájaro en vuelo
La vida de un amanecer
La vida de un crío, de un bosque y de un río
La vida me ha hecho saber (…)
La vida voraz que se enreda
La vida que sale a jugar
La vida consciente que queda
La vida que late en el mar.
Silvio Rodríguez.
Lo primero que tengo que decir es que esta comida es de Ingrid y un servidor. A mi adorada hija se le ocurrió nacer un día antes que su padre y por eso juntamos esta fiesta. Pido, por favor un aplauso para mi Ini.
Agradezco también desde lo más profundo de mi ser que estén todo ustedes acá en su casa, que fuera la de mis padres, que ahora mis nietos le llaman casa de Martha y otros simplemente Nextitla 32. Mi gratitud eterna por la elección de estar en el destino paralelo, aquí, en Popotla esta tarde de enero, con frio, y ayudarnos a celebrar la vida, en este fenómeno catártico que son las celebraciones mexicanas.
Quiero ser breve como un suspiro, no sé si lo logre. Comienzo con la palabra que me dado varias vueltas en la cabeza esta última semana; se trata del término agolpar. Como si la llegada a la sexta década de vida, particularmente en este inicio del 2023, se precipitara en mi interior como una marea de recuerdos, y olas de proyectos por venir en un constante vaivén. Se me ha agolpado el pasado con el presente y nublado el futuro como si los sesenta años fueran un meteoro y no, esta vez, por el cambio climático planetario.
La Real Academia de la Lengua Española (RAE) reconoce tres significados a la palabra agolpar:
- Juntar de golpe en un lugar.
- Dicho de un gran número de personas o animales: Juntarse en un lugar.
- Dicho de ciertas cosas, como penas, lágrimas, etc.: Venir juntas y de golpe.
Quedémonos con esta última acepción, por el verbo que las hace venir como pedazos de memorias, con fragmentos de risas, alegrías, querencias y quebrantos, fractales de la existencia.
Lo que vino junto y de golpe es la sorprendente maravilla que es la reflexión sobre la vida propia. Pensar y examinar lo que ha hecho uno y lo que ha dejado de hacer, lo que se propuso y apenas se concretó. Las metas, logros y frustraciones. Los días con huella y los perdidos para siempre. El bien que se ha procurado a los demás y lo que no se pudo impulsar. Los desgarradores pecados propios y las pocas virtudes de las que logró uno asirse, más para sobrevivir, que por soberbia y egoísmo.
La vida con todas sus dimensiones en su inabarcable complejidad es a lo que hay que apostar, es una conclusión anticipada a la que llegué en esta reflexión. Enrique Dussel me invitó, hace tiempo, a no equivocarme ante una disyuntiva para saber en dónde se encuentra el bien y, en el otro extremo, el mal. Es necesario valorar qué posibilita/genera/ desarrolla/evoluciona hacia la vida, y qué, por otro lado, la limita, la acota o la extermina. La conclusión es evidente: el bien siempre es un juego que conduce a la vida y sus esplendores.
Continuemos con algunas metáforas tomadas del arte. Confieso entonces que, como el poeta chileno Pablo Neruda, he vivido la vida y he bebido de la vida hasta llenarme, saturarme, embriagarme, desmayarme, enfermarme, por el consumo de todo y sin límite de tiempo o capacidad, por ejemplo, de tabaco, buena comida mexicana, libros casi de cualquier cosa, viajes, partículas suspendidas capitalinas, fut bol, películas de cualquier género o país, de ritmos:
salsa, rock. trova, boleros, de tratar de quitarme lo ignorante formando y formándome, dando clases, clases, clases, de indagaciones sistemáticas propias y ajenas, revistas y otros medios y por supuesto Coca colas, hielo y ron y café al despertar cada mañana.
También creo ─con el director de cine español Luis Alcoriza─ que lo importante es vivir, así de simple y de profundo, con sus elementos básicos: amar, servir, aprender, chingarle, no detenerse, no girar hacia atrás, emocionarse y reírse hasta las lágrimas, tratar de no repetir o mentir, no pisar a los demás, o no conformarse ni aspirar de más, no joder a los otros, vivir día a día, elaborar
paracaídas y saberlos usar a tiempo, pero, también, subir la guardia cuando es preciso ante una embestida de madrazos existenciales.
Vivir la vida lo más consciente y llana que se pueda, sabiéndome vulnerable ante el tiempo, el espacio, el mundo y mis propios ángeles y demonios internos. Y saber leer el poder, que es el octavo pecado capital, que todos llevamos dentro.
La vida es del mismo modo, en su azarosa presencia, subidas y bajadas, sumas y restas, campeonatos y goleadas en contra. Muchas veces empates. Es una guerra con camaradas, enemigos, estrategias, tácticas, perdidas y victorias.
La vida es un suspiro comenta el magnate Billy Parrish (Antony Hopkins) en su última fiesta de cumpleaños, en la cinta ¿Conoces a Joe Black? antes de que literalmente se lo lleve el diablo. Aunque sea Brad Pitt, el mensajero, pero es la pinche muerte, la calaca hija de puta. Y tú que mirás, andáte Boba, dijera Messi.
Solo recomiendo vivir la vida hasta que te sea genial y la aprendas a sobrellevar equilibradamente primero y sobre todo contigo mismo, como decía la maestra Emma Godoy. Buñuel llamó a sus memorias Mi último suspiro, y yo llamo a este pequeño discursito el primer aliento del resto de mi vida.
Como saben, vivo profesionalmente de, para y por la educación ambiental, cuyo propósito final es preservar la vida del planeta luchando contra el jodido capitalismo, con las herramientas educativas, lo cual ha sido un lujo, una construcción, un desafío, un aprender todos los días, un placer, una lucha, un acierto, un esfuerzo y muchas veces una decepción y un pesar: una fatalidad en su incomprensión. Pero siento que no me equivoqué. Cada vez se ve más que no mentimos y que advertimos a tiempo lo que se nos ha venido encima. Seguiré siendo siempre lo que he intentado ser: un profesor que escribe y un educador ambiental por vocación.
No quiero citar, ni referir, ni plagiar, cosas que se han puesto de moda en un mundo académico de glotones de puntos y grados e instituciones esquizofrénicas, que lo mismo demandan que persiguen y castigan. Pero creo que Maturana, Capra o alguno de esos teóricos a los que recurrimos los dedicados al tema ambiental, dicen que son las relaciones ─no los objetos, ni los sujetos─ lo importante a lo hora del conocimiento y en la trama de la vida. Y lo digo categórico,
si mi vida ha valido algo es gracias a las relaciones con personas que he podido establecer en mi trayecto existencial.
Mis padres y mis hermanos, mi primer habitus educativo, cultural y afectivo. Pero también mi propia familia Carrie, Alain, Michel e Ingrid. Lo que más admiro de los cuatro ─entre muchas cosas─ y las que me sorprenden de ellos, un día sí y otro también, es su peculiar y asertiva forma de leer y vivir el mundo. De percibir la realidad. Cuando yo tengo dudas sobre algo, ellos son claros y contundentes. Mis hijos están haciendo su vida con sus parejas y planes. Mi admiración por su
empeño diario que le deben a su madre. Y ahora inmensamente feliz con la llegada de mis nietros, Rafa y Turri, que me volvieron a cambiar la existencia.
Luego mi entorno de familia extensa, el contexto que me determinó: vengo de dos grandes familias; Ortega/Ramírez y Beltrán. Quisiera que todos ellos estuvieran aquí. Los vivos y los muertos sin exclusión. Desde mi abuelo el Ingeniero Militar y sus descendientes y, en la otra familia, el ejército de profesores que hemos ejercido este oficio ya por tres siglos.
Los que están ahora, son sus dignos representantes y les digo que me siento muy orgulloso de ustedes que continúan el legado, siendo buenas personas. Asimismo, al casarme se extendieron mis lazos familiares hacia los Ortiz Martínez, a quienes considero también mis hermanos y mis amigos infaltables.
La familia que uno escoge son los amigos. Los que quieres de forma correspondida, a los que recurres en la celebración y en las caídas. En los cielos y en los suelos. Aquí también están y les doy fuertes abrazos a cada uno de ellos.
Aprendí a orar y meditar ya grande. A distinguir entre lo necesario de lo material y lo espiritual, apenas ayer. Es igual de indispensable el tener como el dar. Aprendí a vivir en los grises de la madurez evitando los extremos y persiguiendo un equilibrio inalcanzable, pero les confieso que sigo siendo el niño de 8 años, que quería jugar a ser maestro e irles a las chivas de Guadalajara por siempre.
Vivir ─dice el mejor eslogan comercial que conozco─ es increíble, y todos ustedes lo saben.
Vivir de la forma más intensa, equilibrada y cuidadosamente que se pueda. La vida es la consigna, al menos con eso he aprendido a subsistir, en este suspiro que es muy intenso hoy estando en su compañía.
¡Muchas gracias y por favor, sigan disfrutando!
Popotla, Ciudad de México, 2023