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Martes, Diciembre 24, 2024

La escuela de los nuevos tiempos, más que nunca, está obligada  a contribuir al desarrollo de la sociedad y, más aún, a la búsqueda de equilibrios que nos lleven a una sociedad en donde el saber no signifique el privilegio de unos cuantos ni el no saber o el saber poco implique la postración y el olvido.

Son muchos los factores que hacen posible ese anhelo y otros más que lo han complicado. Dichas brechas y oportunidades se deben ventilar y entender desde un horizonte complejo en el que hay razones económicas, políticas, sociales, históricas, filosóficas…si queremos reunirlas todas, podríamos decir que son de índole cultural.

Nuestro país ha padecido guerras, conquistas, invasiones, racismo, abuso de poder, enquistamiento de castas gobernantes, menosprecio hacia su propia gente. Por otra parte, es justo reconocer que en ese largo periodo en el que nos hemos forjado como nación, ha habido momentos y personajes destacados que se han preocupado porque las condiciones de vida de la parte históricamente golpeada pueda integrarse al todo nacional de una manera más justa. Las llaves para acceder han sido muchas, preponderantemente, la oferta de nuevas formas de gobierno con el progreso, la riqueza, el crecimiento y la igualdad de oportunidades para todos. La historia, lo sabemos, se ha encargado una y otra vez de mostrar que no hemos encontrado ese lugar no paradisiaco, pero sí al menos un país con mejores oportunidades para todos, sin distinción de ninguna especie.

La educación desde tiempos inmemoriales se ha ofrecido como la llave que abre puertas, una especie de boleto a la razón, al conocimiento, al establecimiento de una sociedad más justa.

Es difícil decir más cosas a un tema abordado con insuficiencia y conocimiento por varios autores en muchas épocas. Me concretaré a señalar algunas cuestiones que como muros o como ´puentes nos puedan ayudar a entender nuestra realidad educativa concreta, hoy, en la segunda década del siglo XXI, y si algo puede abonar la escuela a la construcción de una sociedad democrática como plataforma para el establecimiento de una nueva nación en la que realmente seamos ese México por tantos años anhelado por muchos.

1. Ser maestro y maestra, hoy.

Una sociedad en constante y acelerado cambio requiere de un magisterio abierto a las nuevas rutas del conocimiento; maestros que no sean burócratas de la educación, operadores de programas o técnicos eficientes de las nuevas tecnologías. Ni la tradición pedagógica más apreciada ni la nueva tecnología más requerida son, por sí mismas, la solución a los problemas educativos.

El eje vertebral de cualquier proyecto educativo debe ser el maestro. Sin maestras comprometidas, con vocación, preparación y conciencia crítica no avanzaremos. Sin profesores reconocidos, apreciados, bien remunerados y escuchados en sus más sentidas y sensatas demandas no hay horizonte de cambio.

Las escuelas normales tenemos una gran responsabilidad en la formación de  profesores para la educación básica, y con altibajos, resistencias, espacios, luchas, incomprensión y, en ocasiones, aprovechando las coyunturas institucionales, avanzamos desde la participación en los nuevos planes y programas de educación normal en conjunto con la autoridad. Es un primer paso que parecía imposible: ganar terreno en términos de autonomía curricular.

Estos nuevos programas y plan de estudios, están sujetos al escrutinio y al tiempo, pero, a pesar de las limitaciones que, necesariamente hay, y han de aparecer, (porque no hay programa en el mundo que sea capaz de encontrar y resolver todas las carencias), tienen una fortaleza inédita: al recuperar la experiencia y conocimiento de las comunidades normalistas del país, se convirtió en un mosaico diverso que se unifica, no obstante, en ciertas líneas rectoras que tienen que ver con el perfil profesional: el maestro que queremos formar es un ser que, aparte de una sólida formación teórico – práctica, debe poseer un gran aprecio por la diversidad, por su cultura y tradiciones pero, al mismo tiempo, un profesional abierto, comprometido con su tiempo y con el mundo. .

Maestras respetuosas que basen su autoridad en el conocimiento y el aprecio por su labor; con identidad y fortaleza profesional; con apego, ejercicio y respeto por los derechos humanos, la dignidad y la vida.

La democracia debe ser algo más que un ejercicio vinculante entre los gobernantes y los gobernados, mucho más que un ejercicio de sufragio cada tres o seis años. Debe convertirse en una práctica y una cultura elemental en nuestras escuelas -desde preescolar hasta posgrado- en la que el beneficio colectivo y las metas de integración- superación- transformación de la realidad se conviertan en el verdadero eje vinculante. Que todas las voces, bajo reglas, programas y actividades sensatas y reconocidas por todos y todas sean más fuertes que la verticalidad o la norma fría, ajena y autoritaria. Maestros y maestras mexicanas tenemos mucho que decir y aportar. El intento, al menos, habremos de hacer.

2. Cultura vertical.

Las escuelas mexicanas operan -en un buen número- bajo estructuras que poco abonan a la democracia y a la práctica de nuevas aportaciones pedagógicas. Si bien las nuevas maestras han de ser el eje vertebral de cualquier apuesta educativa, también es cierto que son los estudiantes en quienes debemos pensar a la hora de definir a dónde queremos llegar: las niñas, los adolescentes y la juventud mexicana no son siempre tomados en cuenta en sus necesidades reales de aprendizaje.

Las autoridades educativas, en particular, las autoridades escolares: directores, supervisoras son una parte muy importante en el cambio que requieren las escuelas. Algunas de esas autoridades son verdaderos líderes de las comunidades y su gestión, administración y orientaciones pedagógicas potencian los alcances de cualquier programa educativo. Motivan a las maestras, van más allá de ser simples policías o inspectores que andan a la búsqueda de culpables para aplicar sanciones. Su liderazgo y reconocimiento por parte de la comunidad se gana con el trabajo y la cercanía con docentes y estudiantes para trazar y, sobre todo, acordar estrategias, actividades y proyectos que impulsan a las escuelas. Eso, por supuesto abona a la calidad de la educación y a la construcción de andamios democráticos. Lamentablemente, son la excepción.

La cultura y organización escolares se sostienen bajo fuertes pilares: inflexibles, ausentes, distantes a la realidad. La verticalidad impera y la toma de decisiones solo existe -en el papel- en los Consejos Técnicos Escolares. Espacios que, a decir de un gran número de maestros se convierten en reuniones con poco significado para la mejoría de sus prácticas: si logramos convertir estos espacios en verdaderos ejercicios académicos, la escuela, la sociedad y la cultura democrática ganarán mucho. No es cosa de los directivos solamente: los maestros también deben impulsar desde esos mismos espacios cambios apoyados en la investigación, la propuesta y la experiencia.  

De los estudiantes, ni hablar: solo se convierten en ejecutores de tareas, sin derecho de réplica y sujetos a normas arcaicas que confunden armonía y respeto con disciplina a rajatabla. Es cierto, las nuevas generaciones de estudiantes son cada vez más difíciles, se dice, porque viven en un mundo más atractivo (aunque no necesariamente benéfico) ofrecido por la cultura digital que la que pueden ofrecer los profesores en espacios cerrados, con internet lento o sin permiso de la autoridad para utilizar los medios. Cierto, también, que a las maestras les han reducido autoridad, y que la sensibilidad social confunde, en ocasiones, el respeto a los derechos de los jóvenes con una permisividad tal que complica cualquier tarea educativa.

Lo cierto es que es necesario establecer un diálogo constante con los estudiantes, porque de esa dialéctica surgirá, eventualmente, una sociedad dispuesta a aportar  razones, a escuchar otras; de la pluralidad emerge el destino común, con sus afinidades y divergencias necesarias, que es lo que requiere una sociedad madura democráticamente hablando. Fortalecer, impulsar las representaciones estudiantiles es una necesidad para respirar vientos de cambio. Mostrar opciones y estrategias didácticas será un menú imprescindible para emprender nuevas rutas de enseñanza y aprendizaje, lejanas a la verticalidad y, en ocasiones el arcaísmo pedagógico. El conocimiento no solo está en las aulas y los libros deben ser el puente para resignificar la realidad de una manera vinculante entre la teoría y la construcción genuina de aprendizajes.}

3. Planes y programas de estudio.

Los planes y programas de estudio que se han reformado y cambiado, bajo la premisa de evolucionar. Los resultados, evidentemente, muestran lo contrario: no hay avance en la calidad de la educación. La competencia internacional y los estándares de países que han mejorado educativamente, sobre todo en la comprensión del lenguaje y las matemáticas están muy por arriba de nuestro país.

Se han hecho inversiones insuficientes en tecnología solo para mostrar que hay un interés para reorientar e impulsar la educación: en el fondo, han sido contratos lucrativos con empresas extranjeras que, rápidamente caen en la obsolescencia al no corresponderse con la actualización y habilitación del profesorado, así como en la renovación y mantenimiento de los equipos. Antes de eso, se requieren políticas educativas nacionales que vertebren adecuadamente los diferentes niveles y modalidades del sistema educativo nacional; al menos, claro está, en aquellas que son responsabilidad del estado. Existe un divorcio real entre los subsistemas y esa falta de articulación hace que los esfuerzos no encuentren un sentido necesario de unidad. Una filosofía educativa que coloque en su mira más alta la transformación de la realidad social: la educación como potenciadora de los cambios sociales.

Una filosofía educativa que apunte a la construcción de la equidad, la solidaridad, el trabajo colaborativo, el respeto a los derechos humanos; una propuesta educativa que reconozca las diferencias enormes entre regiones del país; de otra manera serán propuestas que, en la práctica, han de traducirse en desigualdad permanente. Esto no abona al crecimiento ni aporta nada a la edificación de una sociedad democrática: la democracia debe partir del reconocimiento de la realidad, del apuntalamiento de programas sociales que se traduzcan en empleos, salud, vivienda y, por supuesto, educación para todos: la educación ha de servir sí y solo sí camina al lado de la recomposición social: la educación puede y debe potenciar las virtudes cívicas y democráticas: los planes y programas, por muy novedosos que parezcan solo habrán de ser efectivos, más allá de la aprehensión de sus contenidos, si se preocupan un poco más en los ‘para qué’ que en los ‘cómo’; en efecto, más allá de novedades en la implementación de estrategias ( por supuesto importantes, pero no la médula del asunto) están los fines: ¿Qué ciudadano queremos para el mundo en el que vivimos? ¿Qué fortalezas debe tener? ¿Qué plataformas se tienen, cuáles son imprescindibles, cuales prescindibles? ¿Qué va primero la tecnología o el pensamiento crítico? ¿Cómo hacer que la tecnología esté en nuestras escuelas y sea utilizada de manera eficaz y, sobre todo, en la mira de formar ciudadanos competentes, pero necesariamente responsables socialmente y comprometidos con su comunidad? ¿Cómo compensar las terribles diferencias en las diferentes regiones del país y cuál es el papel y los alcances de la educación en ese sentido? ¿Qué papel y autonomía tienen las maestras mexicanas en los nuevos modelos y programas? ¿Qué tanto podemos crecer democráticamente desde la instauración de escuelas, abiertas y con proyectos construidos o reorientados  por las comunidades, donde los programas no sean ataduras sino posibilidades de articular la realidad con los propósitos educativos necesarios para aprender y para coadyuvar en la  transformación de la realidad nacional?

En otra ocasión hablaré de los nuevos programas a la educación básica.

Sacapuntas

Ernesto Sábato

El timbre de las 8

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

La Clase

Dr. Laura Rodríguez Andalon, Dr. Claudia González López, Lic. Verónica Gómez Barbosa, Dr. César Camacho
José de Jesús González Almaguer y Norma O. Matus Hernández

Usos múltiples

Mentes Peligrosas

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Orientación educativa

Mirador del Norte

G. Arturo Limón D
G. Arturo Limón D

Tarea

Gabriel Humberto García Ayala
Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán
Melody A. Guillén
“pálido.deluz”, año 10, número 149, "Número 149. Los entresijos de la titulación y las tesis en educación superior. (Febrero, 2023)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
Cuadro de Honor

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