El presidente y los aduladores que lo rodean hubieran podido salir ilesos del plagio cometido por la ministra Esquivel: bastaba con reconocer en público la gravedad de ese fraude académico y persuadirla de renunciar a su cargo. Hasta la tribu política más honesta puede acoger a una oveja negra con esqueletos ocultos en el armario, pero cuando salen a la luz de una manera tan flagrante como en este caso, la única manera de preservar la buena reputación de un gobierno es apartar a la manzana podrida. Al encubrirla desde la Fiscalía de la Ciudad de México, cuyo intento de madrugar a las autoridades de la UNAM con una exoneración al vapor, a sabiendas de que no tenía validez legal, causó una mezcla de estupor y risa en la opinión pública, López Obrador, su escudera Claudia Sheinbaum y la fiscal capitalina Ernestina Godoy se comieron la manzana con todo y gusanos. ¿Puede regenerar a la nación, como promete la propaganda oficial, un equipo de fumigadores que protege a los alacranes? El escándalo de la pasante infiltrada en la Suprema Corte ha sacado a relucir las lealtades mafiosas ocultas bajo el tapete de la retórica populista.
Hace falta una soberbia infinita para no entender que el plagio de una tesis indigna a la sociedad entera, no sólo a los opositores. Pero el presidente gobierna con el hígado y sigue denostando en las mañaneras a Guillermo Sheridan por su valiosa contribución a sanear la vida política del país, en vez de reprender como se merece a la esposa de su querido y munificente amigo Rioobó. ¿Tantos favores le debe? ¿Cuánto habrá invertido en sus campañas? Pisotear un liderazgo ético y al mismo tiempo refrendarlo con ánimo bravucón raya en la esquizofrenia. Los cínicos procuran hacer mutis cuando quedan al descubierto sus pillerías. Los hipócritas, en cambio, descalifican a quien los exhibe, proclamando a gritos: el corrupto eres tú, nadie puede poner en duda mi pureza. Sheridan no aspira a ningún puesto de elección popular, de modo que el presidente gasta saliva en vano con sus bravatas. Por el contrario, esta publicidad involuntaria le reportará sin duda una gran cantidad de lectores.
Dentro de poco, la UNAM declarará invalido el título de Esquivel, que deberá resignarse a ser una ociosa dama fifí. A continuación, el ejecutivo propondrá una terna de juristas al Senado para cubrir la vacante, de modo que el nuevo ministro tendrá también afinidades con Morena. Pero algunos ministros de la Suprema Corte cuidan celosamente su independencia de criterio por encima de los vínculos ideológicos. No todos los ministros que ha propuesto López Obrador lo obedecen sin chistar: algunos han votado en contra de sus engendros jurídicos más aberrantes. Por eso le duele tanto haber perdido a una subalterna tan genuflexa como la falsa abogada que estuvo a punto de presidir el máximo tribunal del país. Ella no defiende a la 4T: defiende los contratos de obra pública otorgados a su marido. Ningún abogado con valor civil le garantiza ese grado de sumisión.
Por otro lado, el encumbramiento de la turbia leguleya Esquivel ejemplifica los riesgos de menospreciar el saber y la excelencia académica. López Obrador aborrece la meritocracia universitaria, sataniza los posgrados en el extranjero, ha suprimido infinidad de becas, recortó el presupuesto a muchas universidades públicas y a la menor oportunidad excomulga en bloque a los juristas, a los médicos, a los economistas, a los politólogos, quizá porque fue un alumno mediocre que tardó trece años en graduarse con un bajo promedio. Se comprende que la falsificación de una tesis le parezca peccata minuta. El conocimiento, a su juicio, ensoberbece a los servidores públicos y los aleja del pueblo sabio. Los engreídos doctores del ITAM y el CIDE hundieron a México en la negra noche neoliberal y de ella sólo puede sacarnos gente con poca o nula preparación, pero mucha lealtad al caudillo. Al autor de la frase: “No me vengan con el cuento de que la ley es la ley”, le tiene sin cuidado que una ministra de la Suprema Corte la desconozca. Paradójicamente, su odio a las credenciales académicas le impidió evaluar la capacidad profesional de su ministra favorita. El culto a la zafiedad y el desprecio a la educación tarde o temprano se pagan caro.
Esquivel no es la única ladrona del trabajo intelectual ajeno enquistada en la corte del faraón. Cojean del mismo pie Alejandro Gertz Manero, el vocero presidencial Jesús Ramírez Cuevas y el director del CIDE José Romero Tellehache, también desenmascarados por Sheridan. Todos siguen firmes en sus puestos, y quizá las pruebas en su contra los ameriten a los ojos del presidente. Los robos de textos suelen ir acompañados por hurtos de mayor calibre, que no tardaremos en conocer cuando la probidad intelectual derrote a sus enemigos.
Enrique Serna es autor de Lealtad al fantasma