Te habla el cielo,
-portentoso diálogo-
con sus ojos parpadeantes
y astros móviles en ciclos recurrentes.
Impregna de luz la reptiliana piel
tendida sobre la tierra,
flechada celosamente.
Tú, al centro del centro de un ombligo
que te alimenta de tiempo,
excitación eterna,
larguísimos segundos que
dan cuenta de una cuenta ancestral
que te transforma las venas,
los ojos y el corazón.
Te agudiza los sensores
el universo acumulado,
fuerza envolvente
de atávica memoria,
negrura infinita
donde desaparecer cada noche
para sentirte vivo y en todas partes.
Por encima del estrato
los cálculos del destino
conjugan premoniciones
Matemáticas sagradas descifran
secretos de la mecánica sideral
en ceremonial convite
por designio divino.
Colgado como lucero
de la jícara celeste,
apasionado elegido,
pintas trece veces veinte
en perfecta simetría,
a trazo rítmico, vibrante,
como voz de colibrí.