I

César Labastida Esqueda disfrutaba más el Día del maestro, antes de ser profesor. Al menos, en esas ocasiones suspendían las clases y no se veía obligado a asistir a los improvisados festejos, fingiendo entusiasmo y agradecimiento entre los colegas.

Mientras fue niño y pre-adolescente,  el profe César amó  profundamente el mes de mayo: Con su día primero, de asueto, inmediatamente después del festejo del niño; así, se juntaban las dos fechas efectuando un apreciado  “puente”. Luego venía el cinco de mayo que tampoco se trabajaba, y continuaban las efemérides con el día de la madre y los festivales en una fecha que no fuera el diez; y claro, llegaba el quince de mayo, en el que tampoco se asistía a la escuela.

Generalmente, los padres de César le pedían que entregara algún regalo a la maestra o profesor en turno y él, siempre avergonzado, obedecía a los aduladores papás. A pesar de eso, no dejaba de ser glorioso el mes de mayo en su memoria. Y luego de la embriaguez festiva, seguía una resaca porque los cursos se perfilaban, en la recta final del año escolar, hacia los trabajos y exámenes finales. Un período angustioso, para entonces esperar pacientemente las vacaciones durante dos inmensos (y también gloriosos) meses de asueto.

En cambio, desde que ha ejercido como maestro, el 15 de mayo le parece a César Labastida, como una de esas reuniones con la familia no deseada y que no quieres ver, pero con la que no te queda de otra más que juntarte. De este modo, su trayectoria de festejos en ese día, ha ido desde un simple pollo con papas, a la hora del recreo; desayunos anodinos, sólo para que los profes no pasen inadvertidos; hasta algunos fiestones patrocinados por Sindicatos, en un salón de baile o en el hotel de México- después World Trade Center- y que todavía estaba en construcción, por lo que daba miedo cómo se cimbraba el piso al ritmo del negro José. Festejos, todos ellos, en los que nunca encontraba a alguien conocido o tenía que soportar a compañeros despreciables.

Pero este inusual mayo de 2021, será el segundo consecutivo de pandemia, en que tal vez los maestros pasen inadvertidos en su día y viviendo un proceso de precarización laboral. Por eso extraña a los colegas en forma real y tangible, a sus grandes amigos y también a los que no le caen tan bien. César cree que este gremio también necesita un día de dignificación, “hoy más que nunca”, como dijera el maravilloso profesor Rincón.

 II

 El profesor César Labastida sigue leyendo tres periódicos impresos a pesar de la pandemia. Y mientras está leyendo, entre campañas políticas llenas de confrontaciones, vacías de propuestas; polémicas internacionales y locales sobre las vacunas; sobre la insistencia social por el regreso a las clases presenciales (¿de la misma forma y organización que estábamos antes del Covid?, se pregunta). Entre todas esas lecturas da con la siguiente nota y su imagen:

“El fotógrafo mexicano Iván Macias ganó el segundo lugar en la categoría “Retrato Individual”, en el World Press Photo 2021. Captada el 19 de mayo de 2020 a una doctora que atiende COVID-19”

César observa la fotografía premiada: una mujer todavía joven, que mira fijamente al centro de la lente; la cabellera, aunque conserva algo de orden hacia atrás, tiene mechones desbordados por todos lados. Las huellas de la batalla son evidentes sobre el rostro: se marcan surcos en forma profunda, donde se adhieren el cubrebocas y los lentes protectores; incluso hay cicatrices y ojeras debajo de esa mirada profunda y desgastada por la intensidad de la jornada laboral. Todavía con su bata de trabajo, el rostro ofrece cierta calma a pesar de todo.

César Labastida recuerda que la fecha de la instantánea fue en el inicio de esta guerra mundial contra el virus incontenible que recorre el planeta, y que ella es una heroína entre los miles que enfrentaron, en la primera línea, al enemigo invisible. La foto es buena porque en su rostro se sintetiza el trabajo, el valor, y la resistencia de las mujeres y hombres del sector salud en una época terrible para la humanidad.

Y entonces César se pregunta: “¿Cómo sería la representación de los segundos frentes de esta batalla? ¿De aquellos que tuvieron que seguir trabajando en forma presencial, dando servicios, alimentos, medicinas, apoyo, para que la civilización no se desmoronara completamente?

El profesor César no deja de cavilar en el gremio docente: “¿Cómo sintetizar cientos de horas frente a una pantalla de computadora? ¿Cómo condensar en una imagen a los maestros leyendo correos de alumnos enfermos o en condiciones de precariedad; tratando de contestar requerimientos administrativos que parecen intensificarse en la pandemia; dando cientos de clases ante monitores (no alumnos) que no encienden la cámara ni el micrófono en un angustiante monólogo pedagógico que resulta agotador; persiguiendo alumnos que aparecen en la lista del curso, pero no entran a las sesiones; interrogándose en la soledad de su estudio si realmente lo que hacen es una forma de educación; enterándose de la depredación profesional de maestros que al no poder adaptarse a esta forma de enseñanza  se están retirando, jubilando o simplemente corriendo de las instituciones educativas?”

“Sí, piensa César, es indispensable el retrato de algún docente que, como el de la Doctora inmortalizada por Iván Macías, muestre las huellas atroces que esta pandemia ha dejado en los rostros y en las almas de los que siguen de pie en las trincheras de la educación formal.