La vida de todo ser humano es un viaje en el tiempo. Al nacer, se señala la fecha de nuestra llegada a este mundo y conforme crecemos, marcamos en el calendario nuestros cumpleaños y los días que nos resultan llenos de significado y sentido. Almacenamos esos datos en diarios, álbumes, páginas de nuestra memoria. A veces, hasta generamos códigos únicos para que nadie más pueda saber el contenido de nuestros documentos, en los cuales, secretamente, hemos dejado alguna señal que no deseamos compartir. Al mismo tiempo, en nuestro viaje por el tiempo, se suceden eventos familiares, comunales, nacionales, sociales, económicos, políticos, que se guardan como la historia de la población en la cual nos desarrollamos. Se superponen la historia de los individuos y la de los grandes grupos sociales.
En ese sentido, se puede decir que “entre tiempo social y tiempo histórico media la memoria” (Haye, A., Herraz,P., Caceres, E., Morales, R., Torres-Sahli, M., y Villarroel, N., 2018). Pero hay que señalar, desde ahora mismo, que la memoria no sólo es un detallado inventario de hechos. Por el contrario, casi siempre contiene elementos de imaginación, de valoración, de interpretación, de ficción, de fantasía, de ilusiones y deseos, de esperanzas y proyectos. Incluso los mejores esfuerzos por solo reportar “realidades”, suelen contener una visión subjetiva, y en ocasiones, intersubjetiva. La objetividad neutral, científica, “pura”, es prácticamente inalcanzable.
Quienes lean estas líneas se darán cuenta de que hablamos de la memoria en un sentido específico y dejamos de lado la idea de la memoria como resultado de una selectividad en la atención, retención o percepción. No abordamos el aspecto fenomenológico de los recuerdos.
Nos dedicamos en este artículo a atender el concepto de memoria en el sentido de construcción social e individual bien sea a través de prácticas sociales (de lenguaje, fundamentalmente); bien sea a través de mediaciones culturales. La memoria puede tener ese carácter macrosocial o microsocial.
Todavía nos queda un hilo por atar: al acudir a esa memoria, nos encontramos con formas narrativas. Los registros escritos, orales, videográficos, en imágenes fijas, fonográficos, y de todo tipo posible, al ser revisados, son atendidos como pequeñas o grandes narraciones. Quien los visita, les atribuye o encuentra una estructura, formas, modelos, elementos que le cuentan una historia. Se establece lo que Bajtin (para la literatura) llamó una relación dialógica. El “tiempo” se convierte en “ritmo”, en la articulación de cómo se sucede (linealmente o no) lo relatado. Ese tiempo es una relación de elementos y el espacio también es otra relación de elementos. Al unir dos relaciones (una el tiempo, otra el espacio), damos con el concepto de “cronotopos” de Batjin. “El término señala la conectividad esencial entre las relaciones temporales y las espaciales –la inseparabilidad entre el espacio y el tiempo–, siendo el tiempo la cuarta dimensión del espacio” (Laine, 2018).
Largo, ancho y volumen nos proporciona la tridimensionalidad en el mundo que habitamos. Sin embargo, si acordamos encontrarnos con alguien en un lugar específico (un restaurante con coordenadas y señalando la mesa donde habremos de ubicarnos) y la cita está definida para el día de mañana, tendremos que ubicar esa hora del día siguiente como una cuarta dimensión.
En todo texto, es posible identificar el tiempo en que se sucedieron los hechos y es posible establecer la relación entre el tiempo individual y el tiempo colectivo, o mejor aún, entre el cronotopo individual y el cronotopo colectivo. Una historia de amor y despedida tendrá su propia tensión si el marco es la Segunda Guerra Mundial -como en la película Casablanca (1942) con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman-, o la época actual previa a la pandemia de Covid-19 como Historia de un matrimonio (2019). En el caso de las narrativas autobiográficas, esta relación entre diferentes cronotopos permite articular pulsos dramáticos, conflictos y desenlaces, al tiempo que profundiza la comprensión de las vidas individuales que, de otra manera, suelen pasar como anónimas en los relatos de la “gran historia”. De esta manera, se da voz y se presta atención a quienes suelen ser olvidados, desoídos, desatendidos.
Lo más importante, en términos humanos, en términos de profundidad personal no se cuenta en la historia de la sociedad, de la nación. Parece que desaparece lo íntimo, cuando eso es lo que nos mueve como personas., como si no importara lo que los individuos encuentran en su día a día u que le da sentido a su paso por la vida. Las angustias y anhelos, las esperanzas y desilusiones, nos indican lo más valioso de la gente que vive en el marco de su propio tiempo social.
En esos relatos, la autobiografía queda entrelazada con la sociobiografía. La sociología se entrama con la autoetnografía. La profundidad que alcanza este método de investigación cualitativa es enorme, frente a la superficialidad de la investigación cuantitativa. La representatividad y replicabilidad de lo cualitativo es mínima frente a la enorme extensión que alcanza lo cuantitativo. No es uno mejor que otro, sino en relación del objetivo que perseguimos, esto significa que debemos buscar el más adecuado para acercarnos al fin que tenemos en mente Incluso, podemos decir que no se trata de cuál es mejor, sino de distinguir cuál es el correcto para alcanzar los fines propuestos por la investigación.
Referencias
Haye, A., Herraz,P., Caceres, E., Morales, R., Torres-Sahli, M., y Villarroel, N. (2018). Tiempo y memoria: sobre la mediacion narrativa de la subjetividad historica. Revista de Estudios Sociales 65: 22-35, 22-35. doi:10.7440/res65
Laine, S. (abril de 2018). Cronotopos de participación política juvenil en el Mediterráneo árabe. Revista CIDOB d’Afers Internacionals n.118, 177-199. doi:10.24241/rcai.2018.118.1.177