Vivimos tiempos críticos en materia sanitaria. Una de sus consecuencias es que el ataque global y sostenido del SARS-Cov-2 en todo el planeta acapara casi toda la atención, pudiendo contribuir a que desatendamos otros asuntos importantes.
El domingo pasado se celebró el Día Internacional de los Bosques. Esta estrategia de colgar en el calendario temas claves que impactan en la convivencia y el bienestar de la humanidad, debe aprovecharse para evaluar y replantear políticas con acciones.
Aunque sabemos que alrededor de 1.600 millones de personas dependen directamente de las selvas y bosques silvestres para sobrevivir, la deforestación continúa a un ritmo imparable, de unos 13 millones de hectáreas al año.
Como la mayoría de los seres humanos vivimos en centros urbanos, en buena medida hemos perdido la percepción de nuestra dependencia de los ecosistemas naturales saludables y equilibrados. Esa realidad conduce a muchas personas por un camino peligroso en el cual se visualiza a las selvas como lugares indeseables, negativos, que vale la pena eliminar.
Su existencia (hoy reducida a un tercio del planeta) es una garantía de salud ambiental planetaria, responsable de la existencia de bienes y servicios ambientales críticos para la calidad de vida general.
Si tuviéramos que compactar la larga lista de beneficios que nos brindan, subrayaríamos cuatro: 1) Garantiza la supervivencia de una asombrosa diversidad biológica, esencial para mantener la calidad de los ambientes. 2) Combate el calentamiento global garantizando la retención permanente de enormes cantidades de carbono que, con la deforestación se liberan violentamente a la atmósfera. 3) Desempeña un papel crítico en la oxigenación del aire que respiramos. 4) Es un gran regulador del ciclo hidrológico de los continentes.
Pero los ataques a su supervivencia son constantes y parecen imparables. El colmo de esta locura lo divulgó la BBC de Londres hace unas semanas, al denunciar el ofrecimiento (venta) de tierras amazónicas a través de las redes sociales. La mayor parte se trata de áreas de selvas protegidas y de tierras indígenas. Es un asunto de nunca acabar. El delito se plantea abiertamente sin temor a las consecuencias, porque es demasiado tentador proseguir con un “negocio” riesgoso que promete voluminosas y rápidas ganancias.
Lo primero a no olvidar es que de nuestras decisiones de hoy dependerá la calidad de vida de las generaciones futuras; de nuestros nietos y su descendencia. Por lo tanto hoy estamos tomando decisiones muy importantes en representación de todos ellos.
Lo segundo, es que la actual pandemia está despertando en nosotros un sentimiento nuevo: que más allá de diferencias y de intereses particulares, compartimos un único hogar planetario, el cual nos condiciona en todos los aspectos. Por lo tanto, ante los desafíos globales debemos comportarnos como una sociedad planetaria, con una única ciudadanía, que comparte y defiende objetivos y prioridades comunes, como lo son el cuidar la salud de todos y el equilibrio de la Tierra.
¿Qué sigue? Asumir un mayor compromiso. Detener la destrucción de las selvas y bosques naturales y, al mismo tiempo, impulsar políticas agresivas y sostenidas de reforestación con las especies nativas que fueron taladas.
Columna publicada en el diario El País de Montevideo el 24/3/2021