Nos hallamos dentro del “ojo del huracán”. A pesar de ello parece que no nos damos cuenta de su real dimensión, de lo que significa esta pandemia en las vidas y en las historias de todos nosotros.
La enfermedad que provoca el SARS-Cov-2, si bien tiene un porcentaje de letalidad bajo -comparada con otras- ha puesto en “jaque” a buena parte de la humanidad, por la rapidez y facilidad con que se contagia. Entonces, sus números se transforman en una pesadilla para los sistemas de salud, y un drama para toda la población como nunca antes nos había tocado vivir.
Cuando nos enfrentamos a estas agudas crisis, resulta imprescindible contar con el apoyo y la mejor disposición de todos. En materia de infestaciones a gran escala, las conductas individuales son las que inadvertidamente marcan la diferencia.
La ciencia ha hecho su trabajo; una extraordinaria labor de crear y producir vacunas altamente eficaces en plazos nunca antes vistos. La extrema urgencia presionó a los científicos como nunca antes, y éstos demostraron estar a la altura de las circunstancias. Tal ha sido su magnífico desempeño que incluso ha motivado la desconfianza de algunos; todavía incrédulos del éxito alcanzado en los laboratorios en tan breve tiempo.
Ni qué decir con los trabajadores de la salud, verdaderos luchadores silenciosos que cada día libran sus titánicas batallas, para devolverles la salud a los enfermos y evitar que otros se contagien. Y lo logran corriendo enormes riesgos, como ningún otro colectivo. Esta pandemia ha dejado aún más en evidencia la nobleza de esa profesión.
Por su parte los gobernantes enfrentan un desafío único, porque en cada decisión deben ponderar las variables que son esenciales para la vida de todos nosotros: salud, trabajo, educación, producción, cultura, religión, etc. Por lo tanto, les garantiza que habrá reclamos y pedidos de todas partes; presiones por doquier, marchas y contramarchas con la angustia de que los momentos de relativa tranquilidad que se vayan alcanzando según ciertos resultados, puede desaparecer en cualquier instante. Pocas veces le ha tocado a una generación de dirigentes lidiar con una realidad tan volátil y desafiante. Pocas veces la realidad los examina tan a fondo en sus capacidades de liderazgo e inteligencia política.
En este punto hay que decir que nuestro gobierno ha demostrado una claridad mental superior al comprender la importancia de respaldar sus decisiones políticas en el mejor conocimiento científico disponible. Porque sin duda allí radica el éxito de las estrategias que se aplican. Para que tenga buenas posibilidades de éxito la lucha contra COVID-19 se debe centrar en conocer a fondo “al enemigo” –porque estamos en guerra. Atacar sus “debilidades” e impedir el despliegue de sus “fortalezas” son las claves del éxito.
Lo sorprendente de esta pandemia es que todos tenemos un papel clave a desempeñar; a nivel institucional, grupal y desde luego individual. Si logramos que cada uno de nosotros asuma su responsabilidad, estaremos garantizando el éxito del plan general contra este flagelo.
Y esa responsabilidad con la vida propia, con la de nuestros seres queridos y de nuestra gente, pasa ineludiblemente asumiendo el compromiso personal de vacunarnos, y continuar respetando “a muerte” las medidas preventivas ampliamente divulgadas por los científicos y especialistas.
Columna publicada en el diario El País de Montevideo el 17/3/2021