El Mashola se quedó ido desde que fue elevado por kukulkán por los cielos. De ahí se convirtió en el loco del barrio. Todo comenzó cuando adaptó como taquera rodante un triciclo que le cabía el cilindro de gas, el mueble para los tacos, los trastes, salsas, cebolla y cilantro.
Ese día en que el Mashola voló, se levantó muy temprano a hervir la carne y picar las verduras. Compró tortillas ovaladas y pequeñas, las encargaba especial para los tacos. Molió la salsa verde y el chile seco. Hirvió unos cuantos huevos y se enfiló a la calle.
Ya era costumbre estacionar su taquera ambulante a un lado del hospital, la clientela era segura, no sólo por sabrosos, si no por baratos, acompañados de horchata con canela, dos tortillas y una alegre plática.
El pueblo era muy famoso por las culebras de agua y los grandes remolinos que erraban por el valle, arrastrando láminas y basura por los aires. Salían las vecinas tronado sus sartenes para asustar el enojo de ese dios, los hombres con machetes los estrellaban en las piedras haciendo chispas mientras bramqaba el cielo negro y los granizos aparecían de pronto y enormes.
Pero no era época de lluvia ni mucho menos de torbellinos o de ventolera. El día parecía tranquilo, el sol sereno alumbraba sin novedad.
A dos metros del puesto móvil del Mashola, de la nada y como un fantasma el soplo se comenzó a trenzar y a gemir extraño, se levantó le tierra y algunos trozos de papel.
El Mashola no le dio tiempo ni de parpadear, de pronto sintió el abrazo por esa fuerza de nauyaca gigante. Se elevó como diez metros del suelo acompañado de sus platos de colores, la carne cocida danzando con la salsa y el triciclo con el tanque de gas hasta allá arriba.
Atónitos miramos, giraba cabriolando entre sus tacos y cuchillo en mano. Por lo general los remolinos caminan; pero este se quedó meneando en el mismo lugar. Solo cometió la diablura de elevar a este buen hombre y dejarlo en el mismo lugar, casi con todo en orden.
Así como llegó se fue ese extraño y destornillado céfiro.
Nervioso el taquero, después de esa cabriola, al aterrizar con trémula vos exclamaba ¡TACOS, TACOS! Todo los testigos nos quedamos mirando y como si no pasó nada, seguimos nuestro camino.
Dicen que después de ese portento, buscó curanderas, brujos, doctores y limpiadores pero fue en vano, Mashola perdió la cordura y se convirtió en el loco del barrio- ¡TACOS, TACOS! -Exclamaba, mientras el viento céfiro alborotaba su largo y sucio pelo bajo el sol en este arrabal sin novedad.