Lo he contado y escrito, pero me gusta repetirlo: durante una entrevista para la televisión francesa, Juan Carlos Onetti fumaba sin pausa, interponía largos silencios antes de responder con frases breves, como tiradas al piso, y mostraba su incomodidad ante la cámara. El entrevistador miraba el único diente que le quedaba a Onetti en la boca. Entonces el escritor le explicó: “En otro tiempo tuve una magnífica dentadura, pero se la regalé a Mario Vargas Llosa”.
Muy pocos leen en nuestros días a Onetti aun cuando pertenece al raro linaje de los escritores capaces de sumar entre sus libros varias obras maestras. No voy a referirme a su poderoso conjunto novelístico, aunque es muy probable que La vida breve (1950), El astillero (1961) y Juntacadáveres (1964) sean piezas superiores de la novela latinoamericana.
Los cuentos de Onetti alcanzaron la perfección y un gran público. Pongo aquí una quintilla de ases: “Un sueño realizado”, “Bienvenido Bob”, “Esbjerg en la costa”, “La novia robada”, “El infierno tan temido”. Vargas Llosa afirma que Onetti fue un cuentista soberbio, a la altura de Borges, Rulfo, Fitzgerald, Faulkner, Hemingway. ¿Qué es un cuento perfecto? Un mundo revelado con todos sus enigmas y puesto en unas cuántas páginas. Los relatos de Onetti ocurren en esa zona verdadera que solo tienen los sueños. Solamente en el clima onírico podemos asomarnos a los abismos que nos habitan, a las sombras que nos acechan y a la fuerza con que podemos hacerle daño incluso a lo que más amamos. Éste es el secreto último de este puñado de cuentos.
No exagero si digo que en los relatos de Onetti he aprendido más de la vida que de la vida misma. Aprendí que el mal siempre está cerca, que la desdicha es inherente a la existencia, que la crueldad es mucho más común de lo que suponemos, que el amor a veces nos salva en la oscuridad, que la sombra del fracaso nunca nos abandonará, que la edad nunca nos hará mejores, ni más sabios, ni más buenos.
He vuelto a Onetti en días oscuros y de una forma extraña me ha salvado. Este es uno de los secretos de la literatura: no hacernos más felices o infelices sino revelarnos las sombras y a veces salvarnos de ellas. Como quien conoce el dolor y logra cierta intimidad con él.