Algo que se aprende en medio de las plagas:
que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio
Albert Camus
¿Debemos creerle a Althusser cuando señaló que la educación es uno de los aparatos ideológicos del Estado, cuya función es que las condiciones sociales se reproduzcan? Es, decir, que la educación no emancipa, sino simplemente se aprende a encajar en lo existente. Que nada cambie, mientras no se cambien las estructuras económicas.
¿O vemos, como Foucault, la escuela como una especie de prisión en la que estamos sujetos a la disposición y el arbitrio de autoridades y reglamentos en ocasiones obsoletos? Nos encontramos vigilados y asumimos el rol que nos corresponde. Hay un orden jerárquico, de poder. La escuela es, pues, un espacio en el que se manifiestan formas de poder y de resistencia al mismo.
¿O mejor pensamos en la posibilidad de una educación para la libertad, como planteaba Freire? Una educación que nos sitúe en una praxis, reflexión y acción sobre el mundo para transformarlo?
Desde perspectivas funcionalistas -pienso en Parsons-, la educación sería como la palanca que nos promueve en el escalafón social; la educación es parte de un sistema y se integra a él, sin grandes conflictos. En él y en Durkheim, la educación es una parte más de los mecanismos sociales que hacen funcionar a la sociedad. En la escuela incorporamos normas y valores importantes que nos ecualizan, nos ponen en sintonía con el mundo, con la sociedad.
La educación cumple un papel tan importante en la sociedad, que puede verse desde diferentes ángulos, o más bien, desde diferentes planteamientos o abordajes por parte de la psicología, la sociología o la pedagogía. Pareciera que es carácter exclusivo de ésta. Pero es mucho más que eso, desde luego.
Plantear, pues, que la escuela es una prisión, un espacio para socializar y aprender normas, un lugar en el que adquirimos conciencia para transformar el mundo, a manera de ejemplo y a partir de los autores señalados, no es más que una oportunidad, entre tantas, para cuestionar nuestra labor.
¿Realmente sabemos dónde estamos parados cuando estamos en clase? ¿Realmente transformamos conciencias, en verdad aspiramos transformar el mundo? ¿Para qué?
Pareciera, de pronto, que lo más importante es haber nacido bien, ser parte de la casta gobernante, dejar de lado los escrúpulos y crecer, ser rentable, productivo, exitoso. Por lo tanto, pareciera que la educación, bajo cualquiera de esas dimensiones, no es tan importante, pues resulta determinante el origen social, ser corrupto o no pensar en los demás, sino en el propio beneficio. Por supuesto que hay muchos que así quisieran que fuera siempre y, también es cierto, que los grandes lastres de la sociedad no los hemos logrado erradicar. En ocasiones, incluso, se han agravado. Me refiero, por supuesto, a que si revisamos la historia de la humanidad, bajo distintos matices, pero ha prevalecido más la fuerza del capital o la fuerza que la de la educación, la razón y las sociedades equilibradas. Ni el camino de la democracia ni el de la educación, que por lo demás debiéramos verlos como parte de una ecuación virtuosa e imprescindible, han logrado lo que quisiéramos: un mundo sustentable, justo, equilibrado y con respeto a los derechos humanos.
Nuestra civilización occidental, la que ha dictado grandes paradigmas es, frecuentemente, contradictoria. Grupos sociales ajenos entre sí, con realidades palaciegas o miserables. Grupos sociales que se comunican virtualmente, que tienen acceso a muchos mundos con un clic en la computadora, pero tan distantes a la realidad más allá de los servidores o plataformas. Incapaces de sentir empatía por aquellos que, por generaciones les ha tocado ser los que acarrean el bienestar y los insumos a los consumidores voraces en que nos hemos convertido muchos de nosotros. Eso es irrefutable y preocupante. Como preocupante es lo que estamos viviendo como humanidad. Ya más de un año. Terrible.
Hay muchas lecturas de la pandemia, diversos temas que van de la enfermedad, a la muerte, el desamparo, la incompetencia de los gobiernos o la insuficiencia de sistemas de salud. También, resulta terrible pensar en que no se haya planteado seriamente, cómo hacer para que las trasnacionales poseedoras de las patentes (y que obviamente intentan sacar beneficio económico y ´recuperar´ su inversión) establezcan un acuerdo económico con la OMS o la instancia u organismo que corresponda, a efecto de que las vacunas sean un insumo y derecho humano universal, indispensable para preservar la vida, para que sui distribución mundial atienda a criterios de humanidad, densidad poblacional, , gravedad y circunstancia específica y no que sea acaparada en exceso por los países poderosos.
Otra cuestión que nos ha mostrado la pandemia, y de la que poco se habla, es lo insustentable que resulta el mundo tal y como lo estamos viviendo. Las grandes concentraciones urbanas, las megaciudades son, entre otras cosas (y ahora se ha visto) polos, caldos de cultivo perfectos para la diseminación de las enfermedades, de los virus. Quizá sea tiempo de pensar en ciudades no tan grandes. Solo es un pensamiento, que otros ya han planteado. Vale la pena pensar un poco en ello. Nuestra loca carrera como humanidad nos ha llevado a situaciones absurdas: abastecer de agua a los grandes conglomerados urbanos a costa de desecar ríos o lagos. Trasladar diariamente toneladas de basura que se generan en las macro poblaciones a lugares que acaban por ser focos de infección enfermedad, miseria, y penosamente, estériles a la larga, y muchas cosas más. Pensemos y luchemos por mundos sustentables. Interconectados, dependientes, pero respirables, vivibles, justos.
Todos somos los grandes damnificados de la pandemia. Aun sin haber contraído el virus, hemos perdido familiares o amigos. Además, el simple confinamiento ha cambiado nuestra percepción de la vida, del mundo, de nuestro quehacer y de nuestra responsabilidad. ¿Somos responsables? ¿En qué medida? En la medida en que debemos pensar qué tanto de lo que hacemos perjudica o beneficia al entorno, a la sociedad, a la salud, a la vida. No todo es responsabilidad de los gobiernos. Lo que se haga mal por parte de éstos, es nuestra obligación denunciarlo. Pero aquello de lo que hay evidencia y constancia. No ser críticos sin sustento. En este momento hay que estar atentos y, sí, denunciar pero también ayudar, ser responsables, evitar que se expanda el virus y la enfermedad.
Como maestros, debemos pensar qué sigue. En nuestro país se optó por la educación a distancia: Aprende en casa, se convirtió en el modelo emergente, insuficiente, pero a fin de cuentas con el que los maestros y maestras han tenido que lidiar para paliar el asunto. Pero no es la solución. Debemos pensar en el futuro inmediato, inminente que está a la vuelta de la esquina. ¿Qué tipo de instalaciones escolares, con qué medidas de protección, bajo qué nuevos esquemas de distribución equitativa de la matrícula, bajo qué condiciones que posibiliten escuelas para todos, sin aglomeraciones, con calidad y seguridad. No escuelas de primer nivel y escuelas carentes de los más elementales servicios: agua suficiente y potable, baños dignos y funcionales, luz eléctrica, internet, bibliotecas virtuales, filtros sanitarios.
Las escuelas no son la excepción a la regla. Son parte del problema. ¿Cómo deberán de ser después de que se haya aplicado la vacuna a toda la población? ¿Qué contenidos, estrategias vitales y modos de socializar y funcionar en el nuevo entorno que vendrá después de que pase la pandemia tendrán que ser parte de su modus operandi? ¿La nueva normalidad resultante qué tipo de escuelas deberá de considerar? ¿Lo hemos pensado?
Hay voces de la extrema derecha o afines a los dictados de la OCDE y del Banco Mundial que insisten en el regreso a clases, ya. Por supuesto que es lo que los maestros quisiéramos. Los niños, por ejemplo, qué clase de socialización tienen, cuánto de su crecimiento vital y de los hermosos aprendizajes paralelos han perdido en este encierro obligado? Mucho. Los maestros se niegan a regresar a clases no porque no quieran, ni porque (como algunos suponen) no estén trabajando. Habría que ver todo lo que están haciendo, habilitando sus espacios personales en aulas, revisando tareas, intentando que sus alumnos se conecten. Saben que no todos pueden hacerlo, simplemente porque no tienen las condiciones para hacerlo o por el abandono familiar en el que se encuentran. Por supuesto que la escuela, en ese sentido, se convierte en el espacio en el que los maestros tienen más control de las cosas y donde los aprendizajes cobran vida. ¿Entonces, por qué se resisten a regresar? Porque no piensan en la educación como un beneficio particular o como un negocio. Porque exigen, con justa razón, que primero se resuelvan las mínimas condiciones para laborar. La vida de ellos y de millones de estudiantes, va antes que cualquier criterio burocrático o económico.
La mayoría de mis colegas tienen bien clara cuál es su responsabilidad cuando están frente a un grupo, cuando trabajan bajo cierto plan de estudios o programa, cuando luchan contra la imposición de absurdas normas administrativas. Muchos de ellos, en todos los niveles (quizá peor aún en educación superior y si no hay que ver la realidad de los profesores auxiliares o de asignatura de la UNAM, por ejemplo), lo hacen bajo condiciones económicas infames, de precarización, que no corresponden con la enorme responsabilidad y función que cubren socialmente.
¿Cómo será nuestra escuela y la educación después de todo? ¿Una prisión y formas de resistencia al poder; un camino a la emancipación, la transformación del mundo y la libertad; un espacio para seguir reproduciendo las condiciones sociales existentes; o un lugar en el que aprendemos normas, socializamos y aprendemos a funcionar e integrarnos? Hay muchas más, por supuesto.
No falta mucho para que se tomen decisiones que, eventualmente, nos afecten a los maestros, así como a los niños y jóvenes estudiantes. Debemos estar atentos, pensar, imaginar y proponer alternativas efectivas que sitúen a la educación y lo que ha resultar de la escuela (la que queremos y se necesita en estos tiempos) después de que pase el temporal. Tú, maestro, maestra, ¿qué tipo de escuela y educación crees que será la mejor o la más viable? Tu opinión y el consenso resultarán determinantes para no aceptar ni resignarnos a vivir y trabajar bajo condiciones indignas, anacrónicas con las nuevas circunstancias y, sobre todo, peligrosas. Al tiempo