Le regaló retazos (los mejores)
de sus últimos meses de vida.
No podía darse más como pretendía,
por sus muchas circunstancias precedentes.
Llegaba en punto de las tres o a las cuatro,
a veces se retrasaba un poco.
Impuntual y sin prisa
lo esperaba una casa limpia
y un animal domesticado.
A su ser amado le iluminó los ojos
en colores tiernos
y aromó su cuarto a lirio,
a café y a violetas.
Le contó tantas anécdotas
que nunca pudo comprobar
(no es necesario si te recuerdan
las palabras confianza y libertad).
De tarde en tarde:
risas, sorpresas, diálogo, pasión,
calles, carreteras, restaurantes,
parques, una que otra discusión
…
Hoy solo quedan los mensajes sin leer,
los años no cumplidos,
las pantuflas sin sus pies.
Su saco sigue colgando del perchero,
su cepillo de dientes en el tocador,
el viejo bolero en el reproductor.
Habitan el espacio las notas con pendientes,
el nunca me dejes, mi cielo, mi adoración,
no olvides nuestro juramento…
Dolor, dolores, ásperas piedras,
multiplicados en cada célula.
Arde el corazón, lumbre que quema.
Llanto sin pausa y sin tregua,
soledad, incertidumbre,
interminable tristeza.
No hubo despedida con promesas,
el respirador le apagó la voz
era una época de confinamiento por pandemia.