El fracaso en la enseñanza de las ciencias en México es innegable. Tal vez también lo sea en algunas otras partes del mundo, pero el que me consta es el de mi ambiente, en el que el deterioro del pensamiento racional puede medirse no en el transcurso de una vida, sino en el de décadas, o incluso, de lustros.
El mundo está experimentando un retroceso hacia épocas arcaicas, que creíamos superadas. Lo mismo renace con intensidad el culto por la naturaleza, que los integrismos religiosos capaces de llevarnos a una guerra santa con el menor pretexto. Los sacerdotes arrebatan cubrebocas a los fieles, pastores llenan sus templos de creyentes, y los instan a tener fe y desconfiar de la ciencia.
En algunos textos de ciencia ficción escritos en los 60 y 70 del siglo pasado se habla de sociedades en los que el maestro y el científico es un proscrito porque fue el culpable de que la humanidad se destruyera y los grupos sociales los persiguen y aniquilan. Ahora, ya no está tan bien visto no creer en lo sobrenatural, la gente se torna sospechosa si no lo hace y es mejor tener respuestas conspiranoicas.
La gente está dejando de vacunar a sus hijos, a pesar de que las vacunas son útiles y han traído bienestar y mejores posibilidades de vida a millones de personas. La gente no solo no quiere vacunarse contra el COVID, sino que sus ideas sobre el mecanismo de microorganismos y transmisión de enfermedades es oscuro, como si jamás se les hubiera explicado en la escuela. La gente cree que lo “natural” es bueno por sí mismo; si a esas vamos, el curare no debería matar; y quienes son sus líderes de opinión son influencers o estrellas pop, no científicos ni maestros.
La gente duda de la ciencia, cree que es solo una opinión y no tal el mejor sistema de pensamiento que la humanidad ha desarrollado para comprender la naturaleza del mundo. Escucho la torpeza de promotores del origen esóterico de enfermedades como el COVID, el asma o el cáncer insistir a quienes padecen esos males que se trata de “malos pensamientos” o “energías negativas;
Muchos pensaban que si los mexicanos cambiaban su religión católica por las “más desarrolladas” cristianas o evangélicas, la gente dejaría los fanatismos, trabajaría más y la sociedad se desarrollaría mejor, pero no solo no es cierto, sino que el resultado ha sido precisamente el contrario.
Cada uno tiene derecho a elegir sus creencias, pero escuchar que una persona con bronquitis crónica no tiene tiempo de ir al doctor porque luego de trabajar nueve horas diarias y viajar más de dos hasta su casa, debe ir al templo tres días a la semana, me produce comezón en la corteza cerebral, esa que se supone que los primates tenemos más desarrollada.
Una novela esclarecedora
En Fases de gravedad, un astronauta que viajó en una de las últimas misiones Apolo a la Luna hace un viaje de descubrimiento personal al buscar a su hijo que ha caído bajo la influencia de un mercader de misticismo. En ese viaje, Baedecker reencuentra sus motivaciones y tiene la oportunidad de tomar decisiones éticas en torno al mundo que lo rodea. Al mismo tiempo, es testigo de la degradación de muchos de los valores inspirados en el racionalismo propiciados por un retorno a valores místicos fundamentalistas que llevan a uno de sus compañeros, por ejemplo, a hablar de un encuentro con la divinidad en su viaje a la Luna del que no habló nunca antes de convertirse en predicador.
Baedecker, el protagonista de Fases de gravedad observa de la manera en que se entrelazan los hechos ocurridos en la niñez de otro de sus amigos con la enfermedad y la paternidad en el momento de tomar decisiones que pueden llegar a costarle la vida, pero que si no se tomaran serían una traición en todo lo que se cree y en lo que se ha vivido.
La novela es un ejercicio de análisis de los sistemas de creencias que se enfrentan a una posmodernidad que nos trae integrismos, magia y horóscopos; que nos vende guerras en televisión, consumo global y escepticismo. Es una novela que basa la esperanza de la humanidad en la razón, como resume Maggie Brown, otro de los personajes, al hablar de su sistema de creencias: “Creo en la riqueza y el misterio del universo; no creo en lo sobrenatural”.