Esta narrativa se basa en una experiencia personal y educativa, donde fui participe ejerciendo el papel de espectadora. Espero empaticen con la situación y reflexionemos sobre ella.
Esta historia se trata de una chica llamada Mía, una joven de 19 años, quien era de pocos amigos, ella creía que no a todo el mundo se le puede llamar “amigo(a)” fácilmente.
Solía estar sola la mayor parte del tiempo, sus padres tenían largas jornadas laborales y no acostumbraban a estar tanto tiempo en casa, mas que para cenar. Pero de alguna manera ella logró adaptarse y trataba de mantenerse ocupada con sus hobbies favoritos: escribir acerca de historias de detectives Londinenses o asesinatos sin resolver y también disfrutaba componer canciones para poder empezar a hacer sus propias mezclas de música y subirlas en su perfil de YouTube -el cual era privado porque no le gustaba mostrar su música-.
Mía había sido admitida el verano pasado en la prestigiosa y antigua Universidad de Bolonia para estudiar la carrera de Filosofía. Desde que se había mudado de Manarola tuvo que empezar a aplicar lo que había aprendido a hacer cuando se encontraba sola en casa, por ejemplo: cocinar, lavar ropa, hacer los quehaceres del hogar y otras actividades básicas, pero como no conocía a nadie y solo estaba rentando una habitación con una vieja amiga de su mamá, casi no salía, y su única salida era ir al supermercado por sus alimentos de la semana.
Desde que era niña, le encantaba vestirse de manera glamurosa y llamativa, así que por ende el día de la bienvenida que se daría en la universidad, el viernes 5 de agosto, no fue la excepción. Ella fue con un atuendo que estaba conformado por un top blanco, una chamarra rosa, una falda tableada de color rosa pastel, unas hermosas botas blancas que tenían un tacón que cuando daba un paso, el sonido que emitía te hacía voltear a verla; finalmente se había peinado con dos pequeñas colitas y con dos mechones de pelo, todo lo demás lo dejó suelto. ¡Se veía fabulosa!
El propósito de la bienvenida era que los estudiantes de nuevo ingreso conocieran las instalaciones y se aclararan las dudas que tuviesen del curso de cada carrera. También para que algunos directivos se presentaran y les dieran una cálida bienvenida a las nuevas generaciones que entraban a la universidad.
El primer día de clases fue el lunes 8 de agosto. Mía no tenía muchas ganas de conocer a alguien todavía y optó por llegar a su salón e irse a la primera banca del lado izquierdo, sacó su celular en lo que llegaba el profesor para poder evitar cualquier inicio de relación social con alguno de sus compañeros. Esta acción es algo que jamás se habría imaginado que no dejaría de hacer de ahora en adelante.
Todos sus compañeros estaban nerviosos, algunos más que otros, más de uno hizo lo mismo que Mía; identificaban las bancas vacías para no hacer contacto inmediato con alguien y así calmar sus nervios que se podían sentir en todo el salón. Desafortunados los que llegaron tarde ese día, no se libraron de preguntarle a alguien: “¿me puedo sentar aquí?”.
Después de unos cuantos minutos llegó el profesor y empezó a presentarse con todo el grupo. Dijo a qué se dedicaba, los niveles educativos que ejercía y, por último, mencionó desde dónde venía para llegar a la escuela. Cuando finalizó le pidió a cada alumno que contestara los aspectos que había él había señalado en su presentación. Cuando llegó el turno de Mía, ella le dijo que se había mudado de Manarola y que iba a estudiar filosofía, pero que también le gustaba escribir y componer canciones en sus tiempos libres. El profesor se sorprendió al saber desde dónde venía, ya que Manarola estaba bastante retirada de Bolonia y la felicitó por tomar la enorme decisión de mudarse de un pueblo a la ciudad para aprovechar la gran oportunidad que se le había presentado en la universidad. Cuando terminó de presentarse, el profesor le dio la bienvenida haciéndole el gesto de una leve inclinación de cabeza y una amigable sonrisa. Mía le correspondió con una sonrisa y él prosiguió con otro estudiante.
Pasaron dos semanas y Mía seguía sin poder entablar una conversación con alguien que no fueran sus profesores. Ella aún tenía el dilema en si mantenerse firme en la decisión de hacer o no nuevos amigos, porque casi siempre la terminaban excluyendo, esto cuando intentaba conocer gente nueva, todo por su manera de ser.
Un día en la clase de literatura, el profesor pidió que se formaran equipos de seis personas para empezar a elaborar el proyecto final del curso. El tema se decidiría de manera colectiva por medio de una votación, donde gracias a los votos de la mayoría del grupo fue acerca de las tradiciones. Mía le preguntó al profesor si el trabajo tenía que ser forzosamente en equipo o si se ella podía trabajar individualmente, a lo que el profesor le dijo que solo en equipo.
Mía estaba algo decepcionada y nerviosa porque le gustaba hacer las cosas sola, ya que creía que sus trabajos quedaban mejor cuando los elaboraba de manera individual que cuando lo hacía en equipo. Además, no quería pasar por la incómoda situación de ver que todos empezaban a tener sus grupos de amigos y ella aún seguía sola. En este punto, Mía pudo haber considerado que no siempre se puede hacer todo sola, que el trabajo en equipo puede ser importante para conocer y debatir acerca de ideas diferentes entre compañeros y así poder formar un criterio propio acerca de todas las ideas que se hayan presentado. Pero desafortunadamente no fue así. Sin otra alternativa empezó a buscar un equipo donde les faltara un integrante, hasta que encontró uno.
Todos los integrantes del equipo propusieron algunas ideas para lograr hacer un buen trabajo en el que se contemplaran las tradiciones que conocían (algo que claramente los demás equipos también harían). Mía estaba proponiendo poner una tradición típica de Manarola para así cambiar la idea que todos los demás equipos posiblemente harían, pero sus compañeros le dijeron que no, que eso implicaba ampliar más el tema y que no conocían las tradiciones de Manarola y no tendrían tiempo para hacerlo y que para que fuera más sencillo solo se limitarían a las tradiciones de la ciudad de Bolonia.
La idea de no incluir una tradición originaria de su pueblo la lastimó y la molestó mucho. No iba a ocupar mucho espacio ni sería algo que no se relacionara con el tema, solo quería enseñarles a todos algo tradicional del lugar donde ella venía, en cierto sentido, ella buscaba que la conocieran, pero no le dieron la oportunidad de hacerlo.
Mía se intentó cambiar de equipo, pero el profesor no la dejó, aun así pasó de equipo en equipo, pero cuando la aceptaban en alguno, a los pocos días le decían que ya no podía seguir con ellos, porque no les gustaba su manera de expresarse y de hablar, dejándola sola y excluida.
Ella intentaba no dejarse influenciar por las miradas, los comentarios y los murmuros sobre su persona. Sabía que tenía que seguir firmemente su decisión principal de no hacer amigos, situación que provocaba el murmullo colectivo sobre su persona y aparciencia, dejándola sin opción alguna.
Siguió trabajando y participando en clase. Le gustaba investigar acerca de ciertos temas y dar su opinión sobre las presentaciones que se realizaban en clase por parte de los profesores. Esto, hasta que un día, al participar en clase sobre una tema polémico, su opinión molestó a otra persona y esto hizo que todo empeorara y terminara siendo objeto de burla de la mayoría del grupo y, por supuesto, esto provocó un mayor rechazo hacia ella.
Ella volvió a decirse a sí misma que podía manejarlo y no dejarse intimidar por nadie. Se mantuvo firme y no dejó de tener un tono prepotente al hablar y, desafortunadamente, esto incrementó el rechazo hacia ella y no alcanzó a ver que su actitud era la soga que estaba atada a su cuello.
Pasaron las semanas y todo seguía igual, Mía se encontraba cada vez más distante con todos, al parecer era su mecanismo de defensa y no tenía ni siquiera un poco de interés en intentar hablar con alguien desde el día de la polémica. Todo fue diferente cuando por fin una chica llamada Araceli se sentó a su lado. Araceli apenas se había integrado el grupo y no conocía a Mía, por lo tanto, no la juzgo y empezó a hablar amigablemente con ella. Mía por fin había podido sonreír después de un mes sin poder hacerlo mientras estaba en el salón. Se había dado cuenta de que un poco de compañía le sentaba muy bien. El único problema que había con Araceli es que de repente se ausentaba de clase y Mía se volvía a quedar sola. Pero cuando Araceli volvía, Mía definitivamente se sentía más segura.
Un día Mía faltó a la escuela porque se había lastimado la muñeca tratando de bajar una caja de su repisa y la mandaron a guardar reposo por al menos una semana. Todo el grupo estuvo alegre de no verla durante una semana, ya que su sola presencia los molestaba mucho. Hubo dos teorías; algunos decían que se había ido a otro grupo y otros decían que ya no volviera a la escuela. El gusto no duró mucho, ya que Mía volvió a la semana siguiente con su muñeca vendada. Los profesores le preguntaban el por qué de su ausencia, ella les explicó y también les pidió de favor que le proporcionaran los temas vistos para ponerse al corriente.
Casi un mes después el profesor favorito de Mía se tuvo que ir del grupo porque se le había presentado una nueva oportunidad de trabajo y no podía desaprovecharla. Ella se puso muy triste y a la vez feliz por el profesor, sabía que era una gran oportunidad para él. Ella disfrutaba tanto sus clases por ser una gran fuente de motivación y aprendizaje, ya que con la orientación del profesor empezaba a perfeccionar sus historias de detectives y asesinatos.
El día que se iba el profesor dijo que quería una foto con todo el grupo, todos se acercaron y veían si Mía se acercaría a tomarse la foto también, cosa que sí pasó. Ella decidió tener un buen momento con su profesor favorito e ignorar todo lo demás a su alrededor. Sin preocuparse Mía posó con una inocente sonrisa y volteó a la cámara esperando escuchar el “click” de la cámara. ¡Wisky! Dijo el profesor, tomó la foto y cada alumno volvió a sentarse en su lugar.
Sin que ella supiera alguien descargó la foto y la convirtió en un terrible lienzo público donde pedían que alguien la borrara de ahí y no siguiera “arruinando” la foto. Hubo todo tipo de edición; la mal hecha, la cero original, la típica cara de meme, entre otras más. Mientras se compartían las diferentes versiones de la foto, no dejaban de salir comentarios como: “¿todavía sigue aquí?”, “no puedo concentrarme por los escotes que trae Mía”, “siempre les enseña los pechos a los profesores”, “le diré que se vaya de la escuela porque nadie la quiere”. Estos comentarios eran realmente muy crueles de leer. Claramente no parecía un comportamiento de adultos, sino de unos niños con escaso criterio y llenos de prejuicios.
Cuando empezó el mes de octubre Mía vio en tiktok un reto que consistía en hacer Outfits inspirados en algún personaje que le gustara, así que puso manos a la obra y empezó a hacer las combinaciones de toda su ropa para lograr que el atuendo fuera lo más parecido posible al original. Cuando por fin terminó de hacer combinaciones, se puso el que más le convenció y se fue a la escuela con toda la seguridad y felicidad del mundo. Su falda, su corset, sus botas, su maquillaje y peluca habían combinado a la perfección. Llegó al salón, se sentó y en lo que llegaba el profesor se puso sus audífonos y empezó a ver su celular mientras movía la cabeza alegremente y su pie iba al ritmo de la música. Todo lo bueno desapareció cuando alguien no solo se burló de ella, sino que la grabó para ponerle un audio de tiktok y hacerle un video de burla. Cuando todo parecía que no podía tornarse peor, pasó. El compañero que la estaba grabando no le bastó con tener el video solo para él, sino que empezó a enseñarlo a todo el grupo mientras se reía a carcajadas. Creyó que era muy gracioso y esperaba que lo acompañaran en su burla. Mía se dio cuenta de lo que estaba pasando, ya que mientras él la grababa, ella se estaba retocando el maquillaje y lo veía por medio de su espejo. Toda la seguridad y la felicidad que llevaba esa mañana, fue anulada en unos segundos por esas acciones y provocó que ella se escondiera en sí misma, bajando la mirada, cruzándose de brazos y esperando impacientemente que acabará el día.
Mía ya no sabía que más hacer, los ignoraba, no les hacía la plática o ni siquiera intentaba hacer contacto visual con ellos, pero entonces... ¿por qué la seguían molestado?
Mía se cansó de aguantar tantos maltratos y decidió abandonar la escuela, aunque no fuera algo que ella hubiera querido, puesto que su meta era terminar su carrera en su querida universidad, pero no tuvo más remedio que volver a Manarola con sus padres. Se despidió de sus profesores y marchó de vuelta a casa.
Poco tiempo después Araceli se enteró de que Mía se había suicidado debido a que desde varias cuentas falsas la seguían acosando por redes sociales haciendo que no pudiera aguantar más y dio fin a su vida.
Mía fue víctima del acoso escolar, fue víctima de una injusticia colectiva. ¿Y tú qué hubieras hecho para ayudar a Mía?, ¿Le habrías dado una segunda oportunidad para conocerla en vez de juzgarla?
NO JUZGUES, NO CRITIQUES Y NO SEAS APÁTICO CON LOS DEMÁS. NO SABES POR LO QUE LA OTRA PERSONA ESTÉ PASANDO.
SE AMABLE Y NO INDIFERENTE AL PROBLEMA.
NUNCA TE QUEDES CALLADO POR MIEDO A QUE SEAS EXCLUÍDO O MENOSPRECIADO POR DEFENDER A ALGUIEN QUE VIVE UNA SITUACIÓN COMO LA QUE VIVIÓ MÍA.
AYUDAR A QUE NO SUCEDA UNA SITUACIÓN QUE PUEDA TERMINAR EN TRAGEDIA, ES EL PRIMER PASO PARA AYUDAR.