Un deleite fue ver jugar a Croacia en contra de Brasil en la copa mundial de futbol en Qatar. El equipo jugó con empeño, con brío y sin complejo alguno ante los brasileños famosos y favoritos. Cinco veces ha sido la selección brasileña campeona del mundo, una más que Alemania e Italia. Eso fue en 1958, 1962, 1970, 1994, 2002. Sí, la última vez fue hace ya 20 años. Así es que los jugadores, los directivos y los seguidores por todo el mundo viven ya de una especie de memoria histórica, y con nostalgia.
A pesar de eso, cuando los 11 del momento salen a la cancha expresan en su rostro, su porte y sus maneras una especie de superioridad, de confianza como si emanaran de la misma camiseta verdeamarela que visten, pero que cada vez tiene menos sustento.
Claro que el futbol en Brasil es de primer nivel, atractivo, lucidor. Claro que sus jugadores sobresalen en los clubes que los contratan; son estrellas. Claro, es una referencia innegable de este juego. Pero en los mundiales son ya dos décadas de sequía.
Y Croacia le jugó a Brasil, literalmente, y lo contuvo. Cuando finalmente se les adelantaron en los tiempos extras, lo trabajó metódicamente, y lo fue minando poco a poco hasta que consiguió el empate y forzó la serie de penaltis.
No fallaron ninguno. Ahí se acabó todo. Siempre de forma un tanto odiosa, es cierto, pero es la regla. Neymar, gran futbolista, famoso y hombre controvertido, lloró. Eso me parece fuera de lugar e indecoroso en un profesional, con un salario millonario y capaz de imponer condiciones a quien lo contrata. Croacia salió a hacer lo suyo: jugar.
Y vaya si tiene sustento ese equipo. Mucha fuerza, estatura (1.84 metros en promedio) y gran condición atlética; bien armado técnicamente, juego de conjunto, orden, mucha habilidad y capacidad de resolución. Magníficos jugadores y entrenador. Un bárbaro portero Dominik Livakovic.
Todo aquello gira en torno de la media cancha, donde debe ser; ahí reina el gran-pequeño Luka Modrić de 37 años y 1.72 metros de estatura, armador y servidor de juego, maduro y sabio, incansable; un placer verlo, como ocurre en el Real Madrid.
Algo similar, y a su modo, le está pasando a Messi a sus 35 años en París. La selección de Croacia participó por primera vez en un mundial de futbol en Francia 1998 y luego sólo faltó al de Sudáfrica 2010; es decir, que ha competido seis veces, incluyendo Qatar.
En el mundial pasado en Rusia, perdió la final con Francia. Aquí, donde siempre sucede que no se pasa de las rondas más bajas del torneo y, en el caso actual aún menos de lo que fuera ya casi costumbre, el asunto de Croacia debería servir de espejo.
Un reflejo de un propósito deportivo profesional claro, de organización encaminada al fin definido de vencer, la aspiración de estar entre los mejores, con muchos jugadores completos y que puedan competir en otras ligas.
Croacia es el octavo país exportador de futbolistas del mundo (con sólo 4 millones de habitantes).
De acuerdo con los últimos números disponibles del CIES Football Observatory Group, Brasil es el país con más jugadores fuera, con aproximadamente mil 200, le siguen Francia, con cerca de mil; Argentina, 800; Inglaterra, 500 y Croacia, con 400.
Vaya emprendimiento el que se han montado, con propósitos bien definidos y los recursos de organización y trabajo necesarios.
Todo eso se nota a las claras. Aquí, a ese respecto no hay nada qué hacer y todos los involucrados lo saben muy bien: dueños de los equipos, ejecutivos de la federación, entrenadores, promotores, jugadores, cronistas y periodistas y, sobre todo, lo saben los aficionados, siempre bien dispuestos y todas las veces decepcionados.
Pueden poner al mejor, al más caro entrenador del planeta, a un iluminado a dirigir la selección, y me temo que no conseguirá más. Es la estructura y son los intereses económicos a los que sirve. Es una situación que lleva a una suerte de fingimiento y acaba en un engaño colectivo.
Viendo jugar en Qatar al equipo de Estados Unidos, aun rezagado con respecto a las selecciones más fuertes, pero con un perfil técnico y capacidad de juego cada vez más efectivo y profesional, sin desplantes, es claro que México se repliega y margina sin freno incluso en el bajo nivel que reina en la Concacaf.
Es cierto que se trata de un juego. Los juegos tienen muchos significados y su propia importancia y el futbol los tiene a escala global.
Los torneos de selecciones representan un juego diferente al de las ligas nacionales; así sea un torneo de la clase de la Copa de Campeones de Europa, la Champions.
Con las selecciones se trata de una representación nacional. Eso le da un carácter especial en términos deportivos y sicológicos. No es lo mismo desplegar la bandera del Arsenal que la de Marruecos, o es que no ha quedado claro lo notable que este equipo ha logrado ya en Qatar: Con una convicción enorme, mucha habilidad deportiva, pasó por encima de los equipos de la península ibérica y ha desatado un fenómeno social y político muy interesante. Con otro enorme portero, Yassine Bounou, que se hace llamar Bono.