Aunque era bastante niño, aún recuerdo las legendarias marchas del 68. Marché en varias desde los años 70 hasta la fecha, fui testigo de las concentraciones multitudinarias del Partido Revolucionario Institucional en este medio siglo, de las concentraciones para la defensa de Cuauhtémoc Cárdenas, de López Obrador -incluyendo la toma de Reforma--, de la marcha zapatista y muchas otras más, incluyendo una en favor de Hugo Chávez en Bogotá.
Pues nada de mi experiencia en marchas y concentraciones me había preparado para la impresionante concentración del 27 de noviembre de 2022 en el Paseo de la Reforma hasta llegar al Zócalo en la Ciudad de México. Decir que había muchos seres humanos reunidos es un eufemismo. Es que un millón doscientas mil personas son mucha, muchísima gente. Y cuando esa gente está reunida en unas cuantas calles de la Ciudad de México se notan. Y si estás entre ellos, atrapado entre el mobiliario urbano diseñado precisamente para sacar a la gente de las calles te das cuenta de que realmente es toda la gente posible. Personas de Puebla, Zacatecas, todas las alcaldías de la Ciudad de México, Tabasco, Sonora, Colima, Chihuahua, Sinaloa… literalmente, de todo el país. Gente impresionada por el tamaño de los edificios de Paseo de la Reforma, gozosa de apoderarse aunque sea por unas horas de las calles que cada vez son menos suyas, orgullosas de estar ahí porque quieren aunque los medios los acusen de acarreados. El apoyo a López Obrador es evidente. Claro, no es el apoyo fruto del análisis ni de la reflexión, sino el que viene de lo que la gente ve. Un presidente cercano, un presidente que se preocupa por el pueblo.
Un millón doscientas mil personas son mucho, muchísimo compromiso. Al gobierno de AMLO le quedan muchas cosas por resolver, muchísimas. Debe brindarse más al pueblo que lo apoya y menos a los empresarios que lo desprecian; debe reconocer que su fuerza está en los trabajadores, en los campesinos, en las amas de casa, en los jóvenes y no en los despachos financieros —nacionales o extranjeros— ni de la clase política. La gente de la marcha del 27 de noviembre estuvo bajo el Sol de la Ciudad de México apoyando un verdadero cambio, y seguramente van a exigir que ocurra. Tal vez, por eso en la marcha hubo obreros, campesinos, estudiantes, desempleados, profesores universitarios, luchadores de diversas corrientes de izquierda desde hace muchos años, nacionalistas, fanáticos de López Obrador y decenas de otros grupos. Todos ellos, en mayor o menor medida, están hartos y quieren que México cambie.
La concentración no le gustó a la derecha (tampoco a algunos de izquierda) porque creo que se vieron reflejados en ella. No dudaron en calificar la concentración de autoritaria o producto del acarreo cuando ellos, con todo su poder económico y mediático no pueden lograr, ni remotamente, tales cifras. Muchos se quejaron de que quienes iban lo hacían porque no quieren perder sus “dádivas”… ¿y si así fuera? Pensiones, ayudas y becas son importantes para mucha gente que gracias a ello puede seguir estudiando, puede comprar medicinas o, simplemente, puede comer.
Las derechas, porque hay varias, muchos medios de comunicación, personas desclasadas y odiadores profesionales acusan que el gobierno acarreó gente y dan como muestra las decenas de autobuses de todo tipo que confluyeron para dejar a la gente desde el Auditorio hasta el zócalo. Y esto es verdad, hubo transporte para llevar a la gente, que en su mayoría vive en la periferia o en otros estados, al centro de la Ciudad de México, gente que no tiene medios de transporte propio y que de todas formas en algo tenía que haberse transportado. Yo mismo, desde Magdalena Contreras, viajé al Auditorio en uno de esos microbuses y tuve la oportunidad de escuchar la plática de seguidores de López Obrador desde hace muchos años, furiosos defensores de su propia independencia y de que ellos iban porque se les pegaba la gana.
Claro que hubo comida. Desde la que organizaron algunos grupos para la gente que se reunió con ellos, que no pasaba de tortas modestas y bebidas industrializadas, hasta la que decenas de personas iban regalando a absolutos desconocidos que marchaban con ellos. “Toma, te regalo”, frase que escuché varias veces dirigida a otros. Algunos me explicaban —porque por alguna razón la gente me confía cosas en las marchas— que las tortas o sándwiches, o tacos que las habían hecho ellos, o se habían elaborado en sus casas, porque “a todos nos da hambre y todos podemos ayudar”.
Este millón doscientas mil personas del domingo debe poner a pensar a las derechas, desde las moderadas hasta las crecientemente filofascistas que hay en México, que aunque el gobierno debe ser para todos, los menos favorecidos son mayoría absoluta. También, debería ser una llamada de atención para que vean que la gente está dispuesta a defender lo que considera suyo, no por un almuerzo o una tarjeta, no por una ayuda económica ni por una palmada en el hombro, sino porque tal vez ya está harta de estar hasta abajo, de que no le hagan caso. Mi compañero de licenciatura en periodismo en la Septién hace ya muchos años, Roberto Fuentes Vivar, en la crónica sobre la marcha escribió: “Un joven expresaba una síntesis de la 4T: ‘No es perfecta, más se acerca a lo que yo simplemente soñé’”.