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Jueves, Mayo 02, 2024

Era un niño y una de las primeras imágenes no humanas que advierto en mi memoria es la presencia de Terry, un pastor alemán que Raúl mi hermano había llevado a casa. Los perros en la casa, si bien tenían su propia casita, siempre fueron parte de la familia y se quedaban donde mejor se sentían. Este, recuerdo que se echaba bajo una ventana del comedor que daba al patio y que luego se quitó para dar paso al segundo piso. Ahí reposaba el enorme perro, observando la cotidianidad familiar, y si con alguien lo asocio es con mi abuela. Ella, permanecía toda la mañana, hacía la comida y preparaba una cazuela grande con carne de res y arroz para el Terry. Yo era un mocoso que no cursó el jardín de niños y veía al Terry como parte inherente a mi crecimiento; es decir, desde siempre, para mí, lo más natural fue convivir con perros.

Había un gallinero en la parte trasera de la casa y mi abuela me decía: “Ve y trae un huevo para que desayunes”. No recuerdo que el Terry molestara a la gallina. La aceptaba y, quizá, por sus genes de perro de pastoreo respetaba a la gallina.

Empecé a crecer, llegué a la adolescencia y el Terry a avejentarse: su paso se tornó lento, cada vez más, hasta que dejó de existir.

Desde la calle de Zempoala, en la Jardín Balbuena, llegó el Terry II, mejor conocido en la familia y en el barrio, como El Negro. Éste fue uno de mis cariños perrunos más entrañables. Era un animal muy inteligente y, sobre todo, sociable con la gente, aunque fiero con los perros extraños, pues tenía su propia banda en el barrio. Es el único perro que brincó la frontera de la casa. ¿Por qué? Resulta que alguien, alguna vez, dejó la puerta abierta y El negro desapareció. Drama familiar, reproches mutuos; lo cierto es que lo buscamos y no dimos con él, hasta que, resignados a no verlo más, Terry II apareció en la madrugada como quien se va de parranda y regresa sin mayor problema y recuperamos nuestra felicidad. Terry se reintegró al núcleo familiar. Lo malo, fue que se acostumbró a la calle: iba y venía, ganando popularidad y cariño en las calles del barrio:  supongo que asumimos que no pasaba nada. Hay que recordar que en esa época no había la conciencia que hoy se tiene respecto a los animales y lo vimos “normal”.

Cuando me reunía con mis amigos del barrio, ahí estaba con nosotros en la esquina. Todos lo veíamos como parte del grupo. Hasta chacoteaban con él – si me permiten el abuso de la figura lingüística- pues su inteligencia le permitía ejecutar, mostrar emociones con su lenguaje corporal, ‘interactuar’, pues, en algún sentido. El Negro no se metía a la casa hasta que llegaba yo en la noche. Escuchaba el motor de mi Renault 10 y se ponía a mover la cola. Entraba a la cerrada donde está mi casa y corría por la banqueta a la par del coche, me recibía cuando me bajaba del auto y se metía conmigo. No importaba la hora que fuera, ahí estaba mi fiel amigo. De él podría hacer un relato completo de sus andanzas. Al final, murió en la casa. Escuché mucho tiempo “Callejero” de Alberto Cortez y derramaba lágrimas por su recuerdo. Nunca me perdoné haberlo dejado ser callejero, si bien era de casa, a la vez, por supuesto. “Se bebió de golpe todas las estrellas, se quedó dormido y ya no despertó”.

Terry III es, quizá, el perro más chuleado de cuantos haya tenido. Enorme, bello, equilibrado: guardián y amigo fiel al mismo tiempo. Lo sacaba a pasear y jamás tuvo miedo de otros perros ni atacó a ninguno. Equilibrio es la palabra que lo define. Inteligente, como buen pastor alemán, lo llevé a un curso de adiestramiento a los estacionamientos de Plaza Satélite, con un amigo entrenador. Hacía los asientos traseros de mi Renault 5 abatibles y ahí iba feliz el enorme animal, sacando la cabeza por la ventana delantera derecha. Aprendió rápido y eso acrecentó mi tranquilidad cada que lo sacaba a pasear: no había manera de que hiciera algún desfiguro. Él fue el perro que tenía al momento de casarme, y Lupita que no estaba acostumbrada a los perros, rápidamente lo aceptó y, obviamente, recibida muy bien por Terry III. Jugueteaba con Donovan mi primer hijo, siempre cuidando no lastimarlo: los perros de casa, bien educados, tienen un instinto superior que los hace cuidar a los más pequeños de ‘la manada’, porque hay que entender que el perro se siente parte de esa manada, en la que se incluyen las personas y en la que hay jerarquías. Terry tuvo a una compañera, llamada Yarda. Murió de viejo y cuando sabía que era el trance final, fui a la tienda y le compré unos pingüinos de los que a veces le daba mientras yo los comía. Es como si hubiera sido su último deseo. Sí, ya sé que es malo darles golosinas a los perros, pero fui creciendo en la ignorancia y he aprendido un poco en el curso de los años. ¿Quién nace sabiendo todo?  De eso, también me arrepiento, pero sé que lo hacía con cariño.

Yarda, la compañera de Terry, era una pastor alemán pequeña, pero con un carácter de los más fuertes de cuantos perros hayan estado en la casa. La tenía que sacar todo el tiempo con correa porque era agresiva con otros perros, aunque con Terry III nunca peleó, más allá de los gruñidos y disputas normales por espacio o por algún juguete. Una vez cuando Donovan era pequeño, lo estaba resguardando mientras estaba en su andadera. Intenté acercarme y me gruñó: obviamente la desactivé con un regaño, pero de lo que quiero dejar constancia es del tremendo celo que tenía con el niño. Lo veía como si fuera de ella y, por lo tanto, su instinto era protegerlo. Increíble mi Yarda. Cuando murió se sintió, aparte del gran vacío, que una magnífica guardiana y amiga había partido.

Se quedó Roxy, la hija de Terry III y de Yarda. Con ésta tuvo dificultades de integración por el carácter de Yarda. Roxy la toleraba porque, contrario a su madre, fue la perra más mansa y noble de cuantas haya tenido. Bella, con porte. Pasear con ella era un deleite porque disfrutaba la calle y el parque. Nunca intentó, en lo más mínimo, atacar a otro perro y personas, mucho menos. Donovan y Alejandro la quisieron mucho por su carácter afable. Se llamaba así, por Roxy Music un grupo que me gusta mucho y que en esa época era de mis favoritos.

Cuando Roxy empezó a envejecer traje a Ringo (llamado así por el baterista de los Beatles); quizás el perro más inteligente de los que hayan pertenecido a la familia, aunque es difícil decirlo: el Negro, Terry III, Kaissa, etc).Ringo no era muy grande ni robusto, aunque sí, muy bello. Lo llevábamos a pasear en un VW Pointer, a un parque de perros que estaba por Lomas Verdes. También había tenido adiestramiento, pero lo que muestra su inteligencia es cómo Donovan lo enseñó en una mañana a hacer el ring francés, que es caminar por la viga, subir y bajar la rampa movediza, cruzar por una llanta suspendida en lo alto,  y pasar por un gusano de tela largo. Lo más admirable, además, es que mi hijo no era adiestrador y solo era un adolescente sin experiencia en perros.   Alejandro, más pequeño, lo amó y jugueteaba rudo con él, pero con el perro siempre guardando las distancias y bajo nuestra supervisión. Cuando salíamos de casa, intentaba abrir golpeando el candado de la reja. Increíble nuestro querido Ringo.

África una fuerte pastor alemán negra, también tenía un gran carácter e inteligencia. Sabía abrir el grifo de la llave y de ahí tomaba por lo que teníamos que estar  atentos para que no se derramara el agua. Cuando salíamos de vacaciones, invariablemente, al regresar la llave estaba abierta, a pesar de haber varios depósitos con el líquido. Junto a Yarda y a King Crimson, los más fieros que he tenido, pero todos integrados a la familia y respetuosos de cuantos les abrimos las puertas de nuestro hogar. África, también fue gran amiga de mis hijos y su trance final fue el más doloroso que haya visto con mis amigos los perros. Se empezó a inflamar y el primer diagnóstico fue disfunción renal. Luego de varios estudios en los que gasté mucho dinero, resultó un tumor maligno y enorme en el estómago. No hubo forma de ayudarle más que con la eutanasia para que dejara de sufrir. Estuve con ella hasta los últimos segundos, donde sentí su respiro y latido final, mientras yo, lloraba.

King Crimson, por mi grupo favorito después de los Beatles, mejor conocido por Crimson, fue, realmente, el pastor alemán más hermoso que tuve, más allá de que a Terry III lo chuleaban más. Lo digo, porque algo conozco de la raza y por sus antecedentes genealógicos: estampa, pelaje, linaje, temperamento, fuerza, agilidad. Era fuerte pero esbelto. Poco sociable, huraño y, eso sí, muy nervioso y agresivo. Hubo un tiempo que se empezó a corretear la cola. No hallaba la manera de desactivar esa conducta, pero quien sí lo logró fue Kaissa, mi hermosa amiga de mis años viejos. Kaissa lo observaba cuando hacía esa acción compulsivamente, y, de pronto, en una ocasión, se atravesó en su camino y se la paró enfrente. Crimson, desconcertado, se detuvo. Así, una y otra vez, hasta que éste dejó ese mal hábito que, además, lo lastimaba.  Crimson murió de trece años, viejo, pero domesticado por Kaissa. Sé que no me la creen, pero ya hasta estaba en las reuniones de la familia y amigos, cuando antes de Kaissa, resultaba imposible pensarlo: lo tenía que aislar.

Con lo que dije de Kaissa (por una musa del ajedrez), ya mucho está dicho: muy inteligente, sociable, pero gran guardiana, además de hermosa y mi fiel compañera durante diez años. Todas las mañanas reposaba a mi lado, mientras yo leía o escribía, esperando el momento para salir a pasear. La quise mucho. Lupita la amó más cuando vio una vez cómo ‘consolaba’ a uno de mis hijos cuando este lloraba. Kaissa se acercó y le limpiaba las mejillas con cariño extremo. Murió durante la pandemia, también víctima de un tumor.

Laska (otro nombre vinculado al ajedrez por Lasker uno de los mejores jugadores en la historia del deporte-ciencia), es una pastor negra hermosa cuyo brillo de pelo es equivalente a la luz que me da todos los días con su cariño y presencia constantes. Es mi fiel amiga y sustituta de Kaissa por quien fue educada en los paseos por las calles y parques cercanos. Hacer ejercicio con ella nos integra aún más. No hay mañana que conciba sin ella. Tiene cuatro años y mucha vitalidad, inteligencia y cariño por mi familia. A Mateo lo ama.  

Por último, Jude o Judy (por Hey Jude y por Judy Blue eyes, canciones que me gustan), es una viejo pastor ingles que rescató una amiga. Jude/Judy estaba abandonada e inválida por una mordedura de algún perro de la calle. Espero que no tenga traumas por ese ataque, pero de ser así, el cariño y la atención superan eso y más. Tiene cinco meses, es una bola de pelos amorosa y bella, que espero sea parte de la familia por muchos años. Bienvenida, la primer perra no pastor alemán en casa, después de una larga vida con ellos. Bienvenida, amiga.

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“pálido.deluz”, año 10, número 148, "Número 148. Futbol y educación: Ecos del Mundial de Qatar. (Enero, 2023)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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